Opinión

El miedo que se nos queda

Los políticos o el aparcamiento en Cádiz dan mucho más miedo que las calabazas de Halloween

Un año más nos ha pasado por encima ese Halloween que, a los que transitamos la militarizada frontera entre los 30 y los 40, nos es tan extraño como un terremoto en una tierra lejana o un caso de corrupción en una ideología propia. Como otros muchos que no leen los periódicos, estoy en una edad, otra vez utilizo esta columna a guisa de mullido diván de psicólogo, en la que soy viejo para el truco o trato pero joven para echar de menos un Juan Tenorio que, aquí también, me es ajeno como las elecciones en Brasil o en mi comunidad de vecinos. Supongo que a ustedes, como a mí, no nos da mucho susto eso de las plastificadas calabazas, los baratos disfraces o los cutres maquillajes. El día a día es un campo de minas de sustos del que no hay talismán que nos libre ni sortilegio que nos proteja. Y los caramelos, cruel ironía, sólo nos los ofrecen en la mesa del banco o en las repisas de los tanatorios. Nos ha legado el Tío Sam una noche terror impostado que palidece ante el vesánico día a día. ¿Acaso alguien usaría el agua bendita contra una notificación de la DGT? La cuenta quedaría liquidada, pero su más terrorífica hermana, llamada ‘multa con recargo’, vendría a cobrarse su insobornable venganza. La moda entre quienes buscan emociones fuertes es escapar de una habitación llena de elementos terroríficos como brujas, esqueletos o líquidos viscosos. Los querría ver yo tratando de aparcar en Cádiz entre taxistas impacientes, padres que dejan a sus hijos en el colegio y camionetas de reparto para las que no valen las normas de los mortales. Dicen que Stephen King quiso dedicarle un relato, pero el peaje le aterró.

¿Que usted ve una película en la que monstruos llenos de cicatrices se apuñalan y siente canguelo? Será porque no ha presenciado un Pleno del Ayuntamiento con concejales bien duchaditos y sonrientes que usan reproches sobradamente falsos para tratar de herir a unos contrincantes que ni siquiera les están escuchando. Y cuando piense que nada puede ir a peor, ese supervillano (o superhéroe) llamado Kichi, dirá las palabras mágicas: «Llega el turno de preguntas y alegaciones». No entre en pánico, es sólo una película.

Quizá el único arma que se ha revelado como eficaz ante los seres infernales de este valle de lágrimas haya sido colocar crucifijos, inmejorables para mantener a raya a los vampiros acechantes y al IBI reglamentario... Lo dejo aquí, me están entrando escalofríos. Hablar de crucifijos y de banderas es lo que más miedo da en esta casa del terror.

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