Julio Malo de Molina

Lawrence

Conservo con devoción una foto del intelectual, aventurero y oficial del ejército británico que me regaló una buena amiga con la cual compartí amables momentos en ese Londres de mi juventud

Julio Malo de Molina
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Conservo con devoción una foto del intelectual, aventurero y oficial del ejército británico Thomas Edward Lawrence (Gales 1888- Dorset 1935) que me regaló una buena amiga con la cual compartí amables momentos en ese Londres de mi juventud. Se llamaba Audrey Pereira, nacida en Malasia, en el seno de una familia india de Goa, lo cual explica el apellido portugués. Estudiaba Historia en la Universidad Pública, en el barrio de Bloomsbury, uno de mis lugares preferidos, que aún recuerda a Virginia Woolf y a Lyton Strachey, y donde muy cerca del British Museum se encuentra «Bookmaster, the Socialist Bookshop», visita obligada cada vez que regreso por la ciudad donde he sido muy dichoso. Audrey no sabía castellano y leía ediciones en inglés británico de algunos escritores de la lengua española; tan diferentes entre sí como García Márquez y Bioy Casares, pues igual disfrutaba del realismo mágico del colombiano como del elegante estilo europeo del argentino.

Me pedía que le enseñara la pronunciación original de cada nombre de sus personajes preferidos, pero nunca pude conseguir que repitiese el de Aureliano Buendía, el cual en su limpia voz sonaba algo así como Olano Wenda. Eso me recuerda que cuando yo era más chico debía pedir expresamente en la billetería del Underground el ticket correspondiente a la estación de destino, y mi tía Selina me aconsejaba para lograr ser comprendido que al solicitar Oxford Circus pronunciara «ojos secos».

Volviendo al coronel Lawrence y la foto, aclaro el motivo del obsequio. Audrey sostenía que yo me parecía al conocido militar británico que combatió por la libertad de los pueblos de Arabia frente al Imperio Otomano. Mi bella amiga distinguía mal los rasgos occidentales, como les pasa a quienes dicen que todos los chinos les parecen iguales. Y defendía con convicción que el mentón y la boca del conocido personaje se repetían en mi rostro, claro que ella veía a quien fui con tan sólo 24 años de edad. Adorable Lawrence, arqueólogo, escritor, hombre de acción, valeroso y de gran formación intelectual, que nunca ocultó su homosexualidad ni sus simpatías con la izquierda; leal a su patria y a sus principios, es el modelo de militar inglés, sensible y culto. De chico pensé hacerme militar por personajes como él, pero eso sólo es posible en un país democrático, lo cual no hubiese sido el caso. Me quedé por exigencias del guión en alférez de Zapadores Ferroviarios, Recuerdo con cariño a un comandante, homosexual y alcohólico y cuyo nombre me reservo, quien denostaba las miserias del ejército que ambos vivimos, yo poco tiempo, pues decliné la oferta de ascender a teniente y regresé encantado a la vida civil.

Lawrence poco tiene que ver con su recreación por parte de Peter O’Toole en una de las películas más celebradas por la historia del cine, dirigida por David Lean en 1962. Estudió arqueología en Oxford, viajó al mundo árabe y se alista en el ejército de su país al estallar la Gran Guerra, donde alcanza muy pronto el grado de capitán y se le encomiendan tareas de enlace con los grupos árabes que combaten al Imperio Otomano, llegando a identificarse con los rebeldes a quienes apoya con entusiasmo. Pertenece a una estirpe de hombres con honor que afrontan las miserias y grandezas de la milicia mediante códigos éticos, como los Samurais japoneses para quienes la victoria se alcanza a través del cultivo del espíritu más que por la fuerza de las armas.

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