Gutiérrez contra el mus y el aparcamiento

En la ciudad del sur, saber dónde dejar el coche era el caso más complicado al que se enfrentaba el inspector

Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia. ( Aquí puedes leer la primera entrega de ... las andanzas del inspector Gutiérrez)

No había cosa que más irritase a Gutiérrez que escuchar la música local con la que le castigaba Martín. Quizá sí, las apreciaciones que hacían el resto de compañeros, como si de una eterna moviola futbolística se tratara. «Entró la música un poco tarde», «el año anterior fue mejor» y disquisiciones así que sacaban de quicio a quien el arte nunca le procuró más interés que simular conocer una película o un libro para engañar a un confidente o a una mujer. A veces, coincidían. No quería Gutiérrez quejarse recién llegado a su destino, pero tenía claro que o salían los cantes de comisaría o lo haría él.

En medio de uno de esos recitales estaba cuando tuvo que salir con Martín por una disputa vecinal. El quejumbroso tañer de la sirena le hubiera parecido un sinfónico manantial comparado con lo que él definía como «pelea de gatos inmortales». Pero no fueron en coche patrulla y sin la cobertura de la mágica capa azul tuvieron que enfrentarse a un problema mayor que las emboscadas de los narcos, los recortes del Ministerio y las traiciones internas: la falta de aparcamiento. «Seamos discretos y tardaremos menos», aconsejó calmado Gutiérrez 40 minutos antes de sopesar quitarle el seguro a la pistola. Carga y descarga, vado, zona azul, verde y naranja completaron el arcoíris de su irritación, que devino en su primera derrota. «Vamos a dejarlo en el parking, ya veremos quién paga el rescate». Martín, galones mandan, sonrió.

Llegó la Policía al bloque como el amor al final del verano, portando ese aroma de pereza de lo que se alcanza demasiado tarde, como esos goles que se meten en el vestuario. «¿Qué ha pasado aquí?» inquirió Gutiérrez al presidente de la asociación. «Pues mire, habíamos organizado una macropartida de mus para quien quisiera venir. Los de la asociación de pin-pon, que están negociando con el concejal que nos quiere cerrar la entidad, llevan toda la semana con que quieren venir. Nosotros les dijimos que no, que la gente aquí estaba muy enfadada. Además, nunca se les había visto el pelo antes. Y hoy se han plantado en el local y no vea la que se ha liado». La agente Martín había preguntado a los de la asociación de pin-pon («por favor, agente, tenis de mesa») que protestaban por lo mal que les habían tratado cuando sólo querían mostrar su apoyo. La respuesta que recibieron Martín y Gutiérrez a la pregunta de si iban a interponer denuncia fue la misma: «No, pero nos da coraje». Inspector y agente, más que en el atestado, pensaban en cuánto les iba a costar el parking.

(Continuará la próxima semana.)

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