Gregorio Gómez Pina

El maremoto de Cádiz: ¿Por qué les cuento todo esto?

Si sucediera un tsunami, sin tener preparado un plan de alerta y evacuación rápida para residentes y visitantes, podría tener consecuencias mortales muy superiores a las causadas por la pandemia

Gregorio Gómez Pina | Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos

Otro año más no quiero faltar a la promesa de recordar el maremoto de Cádiz del 1 de noviembre de 1755, el día de ‘Tosantos’, hace ya, por tanto, 265 años. He escrito ya un total de 11 artículos en el periódico —los tres primeros en el Diario de Cádiz y el resto en La Voz de Cádiz—. El primero, en el 2005, se tituló «¿Qué es un tsunami?» y el último, en el 2019, «El tsunami que no llegó a Cádiz». Debo decir que el primero de ellos, de dos páginas y con muchas e impactantes fotos, tuvo mucha difusión y de alguna forma me ‘lanzó’ como escritor científico y divulgativo de este fenómeno, en el ámbito local. Hacía tres años que había llegado a Cádiz como Jefe de la Demarcación de Costas y recuerdo haber recibido en mi oficina la llamada de una persona, alarmada por lo que había escrito, y preguntando si estaría segura en su casa. Ese artículo surgió a raíz del tsunami del Índico, el 26 de diciembre de 2004, en plenas Navidades, que causó la escalofriante cifra de más de 300.000 muertos, sin contar a los millares de desaparecidos, dejando a más de un millón de personas sin hogar. A raíz de esta enorme tragedia decidí el dar a conocer dentro de mi ámbito profesional y docente tan mortífero fenómeno.

Por ello, publiqué dos artículos más: «¿Cómo podemos defendernos de un tsunami?» y «El día que el mar se tragó Cádiz», éste último el 1 de noviembre de 2005 recordando el maremoto de Cádiz. Con motivo de mi participación como ‘usuario final’ en el programa ‘Transfer’, financiado por la Unión Europea, se presentaron los resultados en la ciudad de Cádiz, en un par de seminarios dirigidos por la Universidad de Cantabria. En ellos se explicaron los mapas de inundación, peligrosidad, vulnerabilidad y riesgos de la ciudad de Cádiz. Debo decir que el interés mostrado por el Ayuntamiento, Diputación y Junta de Andalucía, desde el punto de vista institucional, fue mínimo. Por ello, me extrañó sobremanera cuando el actual alcalde de Cádiz se interesó personalmente por el tema de un posible plan de evacuación en Cádiz. Concretamente, me citó en el Ayuntamiento para que se lo explicase, algo que hice gustosamente —me acababa de jubilar— y en donde le conté la larga historia del programa Transfer aplicado en su ciudad. A partir de ahí, ya no he sabido más del asunto, excepto cuando fui a recibir con mi club de natación máster de Cádiz una distinción en la Gala del Deporte y me dijo: «¡Ah, tú eres el de los tsunamis!».

El artículo ‘El tsunami de Japón: lecciones aprendidas’ lo escribí a raíz de las escalofriantes imágenes que ponían en la televisión y en las que se veían cómo una gran elevación del nivel del mar (no era una ola demasiado grande) sobrepasaba la zona portuaria y penetraba brutalmente en la ciudad de Micayo, arrastrando casas, coches y todo lo que encontraba a su paso. Todo ello con el sonido de fondo de las sirenas alertando a la población. Luego se supo que los sistemas de alerta funcionaron casi a la perfección, pero que no dio tiempo a reaccionar ante la cercanía del foco del terremoto, de magnitud 9,1. El resultado de esa catástrofe natural, en un país perfectamente organizado como es Japón, desde el punto de vista de alerta y educación ciudadana, fue de al menos 22.000 personas muertas y 2.500 desaparecidos. Cuando vi dicha imagen se me vino inmediatamente a la cabeza la ola de un maremoto sin tener que ser excesivamente grande, entrando por las zonas de mayor riesgo (las más bajas) de la ciudad de Cádiz.

Desde entonces me mantuve fiel a la cita del 1 de noviembre, con artículos como ‘Los tsunamis: motivo de preocupación en el golfo de Cádiz’, ‘¿Por qué sigo hablando del maremoto?’ o ‘La peligrosidad de los maremotos’, centrando mi interés en el aspecto que considero más importante, el de la educación ciudadana, para saber cómo reaccionar ordenadamente ante el aviso de la llegada de un maremoto. Por las crónicas del maremoto de 1755 y los modelos matemáticos sabemos que la gran ola tardaría unos 78 minutos en llegar, habiendo dejado ya sus avisos destructivos en Portugal y Huelva. Es decir, debería desarrollarse un sistema de evacuación muy práctico y seguro para las distintas poblaciones costeras, y en donde la ciudadanía supiera lo que tiene que hacer y a dónde ir. Eso no es nuevo en otros países y regiones costeras, como en Oahu (Hawái), en donde ante una alarma de un posible tsunami, los turistas en los hoteles de Waikiki supieron que tenían que moverse a los últimos pisos. Además, organizaron una evacuación ordenada de 100.000 residentes, para que al final la ola llegase muy debilitada y sin producir apenas daños —algo que afortunadamente se produce en muchas ocasiones—. El documental ‘La gran ola’, del joven director Fernando Arroyo —que recomiendo que vean—, marcó un hito en la divulgación de este mortífero fenómeno y avisa de la urgente necesidad de que la población del Golfo de Cádiz esté preparada. Curiosamente, Canal Sur tardó mucho en ponerla, y además cuando lo hizo fue en horas de muy poca audiencia. ¿Hay miedo? ¿Se piensa que los turistas van a dejar de venir a Cádiz?, me pregunto.

En mi penúltimo artículo, ‘La gran ola, los deberes sin hacer’, del 1 de noviembre de 2018, manifesté que la Dirección General de Interior, Emergencias y Protección Civil de Andalucía se había dedicado a «marear la perdiz» con la obligada implantación de un plan de evacuación local ante maremotos, según decía la Directriz Básica de Planificación Civil ante el riesgo de Maremotos, con un Real Decreto de 21 de noviembre de 2015. Y también dije en ese artículo que el nuevo equipo de la Junta de Andalucía parecía que tampoco daba señales de vida en este asunto. De vez en cuando sale algo en el periódico diciendo que ‘pronto’ va a estar el tan deseado plan. ¡Pues que se den prisa! Algunos Ayuntamientos, como el de Chipiona, y alguna asociación de vecinos, como la de Segunda Aguada, están trabajando, inquietos, ante la descoordinación existente.

¿Por qué les cuento todo esto? Pues porque yo creo que ya he cumplido sobradamente con el deber que me propuse de difundir este fenómeno, y porque ya no me queda mucho más que contarles. ¿Por qué sigo escribiendo también este año? Pues porque querría advertirles de que, si sucediera un tsunami en el Golfo de Cádiz un día de verano, sin tener preparado un plan de alerta y evacuación rápida para residentes y visitantes, podría tener consecuencias mortales muy superiores a las causadas por la pandemia en todo nuestro país. La pandemia parece ser que nos pilló sin saber que podía suceder –no voy a entrar en ello, si bien no me faltarían ganas–. Pero del asunto del maremoto de Cádiz han hablado por activa y por pasiva instituciones y personas con mucho conocimiento. Yo sólo me considero uno más, persistente eso sí, y que además ha querido dejar constancia de ello en mi último libro ‘Voces del mar: recuerdos y diálogos de un ingeniero’, en donde dedico un capítulo compuesto de doce artículos, sobre los que he ido hablando aquí. Dicho de otra forma: la pandemia se presentó inesperadamente, pero del tsunami de Cádiz ya hemos hablado mucho.

¡Que luego no digan los políticos de turno que no sabían nada y acaben echándose la culpa unos a otros! ¡Ojalá no pase nunca y que la Virgen de la Palma nos proteja!

Pero recuerden: «A Dios rogando y con el mazo dando».

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