OPINIÓN

Frente al mar

La lógica del comercio marítimo exige ahora grandes espacios que no han de yuxtaponerse a la ciudad como ocurría antañ

Ante las aguas, la arquitectura revela su importancia como hito de rutas marineras, y por su condición de espacio donde el hombre se guarece frente al inmenso escenario azul de la aventura, vehículo de hostilidades y de las ferocidades de la naturaleza. En tiempos recientes muchas ciudades que daban la espalda a los bordes marítimos ocupados por instalaciones defensivas, portuarias o industriales, han ocupado antiguos muelles obsoletos para usos culturales o lúdicos. En Palma de Mallorca, un Auditorio de Patxi Mangado ofrece al Mediterráneo una fachada que despliega el perfil de la antigua muralla, cuyo carácter defensivo se torna en escenario de la ciudad a la mar. En Lisboa, el Museo de Arte Arquitectura y Tecnología proyectado por Amanda Levete, modela una ola de piezas blancas de loza frente al lugar donde el Tajo se derrama al océano. En Santander, el Centro Botín de Renzo Piano se eleva como una torre almenara ante el furioso Cantábrico. Tres obras frente a tres mares que muestran diversas maneras de manifestar el temor y el amor de la ciudad con el mar.

Son actuaciones que revelan el signo de los tiempos, en el curso de la compleja y variable relación del hombre con las procelosas aguas que ocupan la mayor parte del planeta. La lógica del comercio marítimo exige ahora grandes espacios que no han de yuxtaponerse a la ciudad como ocurría antaño. Muchos usos portuarios se desplazan y las urbes que los albergaron pueden recuperar instalaciones en desuso cuya presencia en algunos casos las habían alejado de la mar. En noviembre de 2.016 la Junta de Andalucía concedió un premio de urbanismo al puerto de Málaga por haber sabido integrar el mismo en la ciudad, convirtiendo la zona «en un espacio ganado para el uso y disfrute ciudadano, tal y como pone de manifiesto el número de visitas registradas y la repercusión positiva en términos de inversión y empleo». Un proceso que ya antes había permitido recuperar los bordes acuáticos de muchas otras ciudades portuarias españolas, como Barcelona, Bilbao y Alicante.

En Cádiz, la construcción de un relleno de 38 hectáreas como terminal de contenedores abre la oportunidad de rescatar parte de los antiguos muelles, cuyos usos se desplazan a los terrenos hurtados al espejo de agua de la bahía; una operación mal dimensionada, pues se proyectó para un supuesto de 200.000 contenedores anuales, cuando el año pasado solo llegaron cuarenta mil. En cualquier caso, la ordenación de los suelos que gana la ciudad comenzó acertadamente, mediante la encomienda a la cátedra de gestión de zonas costeras de la Universidad de Cádiz, para la elaboración de una propuesta que suscitó un proceso muy interesante de participación, en el cual confluyeron especialistas y representantes de colectivos ciudadanos interesados en esta oportunidad de mejora urbana. El documento de síntesis se entregó a la arquitecta Teresa Bonilla, una profesional que ha venido dirigiendo la planificación de los desarrollos urbanísticos de la ciudad desde hace 20 años, con resultados a veces cuestionables como la ordenación de los terrenos ociosos de Astilleros. Sus trabajos culminaron con la exposición de tres propuestas, que generaron fuertes controversias, ya que en los diseños presentados no se respetaron algunas de las conclusiones del debate anterior. En éste se descartan los equipamientos que compitan con la ciudad y los usos residenciales, proponiendo dedicar estos suelos a: zonas verdes, de esparcimiento y de uso lúdico; actividades ligadas a la náutica e instalaciones dedicadas a la investigación marina.

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