OPINIÓN

Faltan 16

Localizar un cadáver a flote parece imposible. Cuesta hasta dar con los barcos pesqueros que intuimos por su corona voraz de gaviotas

Una de las leyes del mar dice que una mano es para el hombre y otra para el barco, pero esta mañana, el barco necesita las dos. La patrullera rápida ‘Río Ulla’ del Servicio Marítimo de la Guardia Civil asoma por la bocana del muelle de Barbate y ofrece la daga afilada de su proa al mar de Cádiz, que se levanta como una amenaza verde. Entonces, el piloto empuja la palanca del motor, la embarcación mete los riñones en el agua y comienza la reyerta. Cuando damos la espalda a los pinos verdes hirsutos del parque de La Breña, sentimos cómo el mar golpea la crujía como un boxeador –bum-bum-bum–. El barco salta de cresta en cresta como un Fórmula1 lanzado en un camino de piedras. Entonces, vira a estribor y la tripulación siente en la cara el latigazo de los rociones que se levantan por babor. La mayor parte del agua se pierde por la popa.

Al virar, buscamos el Cabo de Trafalgar y sus acantilados, y quedan atrás las urbanizaciones de Zahara y al fondo, la silueta de los montes de África, lejanos, inaccesibles en su forma altanera de sueño truncado.

De allí salió la patera que naufragó el lunes en la laja de Caños de Meca y que el mar ha convertido ya en astillas esparcidas sobre la arena. Aquel día, a las cinco de la mañana el paterista enfiló la costa y el fondo de la embarcación dio con el arrecife. Venían empapados, entumecidos, cubiertos con varias capas de ropa y debilitados por la travesía de dos días en el Estrecho, donde los temporales desesperan como una bronca de pareja.

Las tenían todas para hundirse. Muchos no sabían dónde quedaba la costa y solo daban brazadas hacia la oscuridad. Algunos de los que consiguieron mantenerse a flote siguieron al paterista hasta la playa. De esos, tampoco llegaron todos.

Encontraron cuatro cadáveres. La patrullera pasó el martes junto al quinto sin verlo. Les avisaron desde el helicóptero de que a su lado, a dos aguas, flotaba uno de ellos, invisible, como una baliza de la desgracia que no se ve. Es difícil ver nada en ese mar. En mitad de las bofetadas del oleaje, cortas y verticales, cualquier objeto aparece y desaparece en un lugar aparentemente distinto, un poco más allá, un poco más acá.

Localizar un cadáver a flote parece imposible. Cuesta hasta dar con los barcos pesqueros que intuimos por su corona voraz de gaviotas. Cuesta hasta mirar la hora. Lejos del Supremo, de Iglesias y del vocerío de Altsasua, navegamos en un universo cambiante y traidor por el que transitamos golpeándonos con las cosas. Ese mundo comienza en la bocana del muelle de Barbate. Ni siquiera se intuye a sí mismo más que en la urgencia y en la herida y sin embargo está ahí, mojando, hundiendo y matando. Es el mundo de verdad. Qué otra cosa es la vida que una brazada en la noche.

Van a dar las 12. Parra, que ha aparecido en la portada de un periódico con un niño en brazos, lleva 24 horas de guardia. 25, ya. Forma parte del Servicio Marítimo de la Guardia Civil, una tripulación austera y valiente de hombres y mujeres que llevan días buscando a los desaparecidos de la patera de Caños de Meca y que el martes recibió en Cádiz el Premio LA VOZ.

Llega el relevo al muelle. Parra va a descansar. Sabemos entonces que el mar ha escupido cerca del naufragio el cuerpo semidesnudo de un magrebí de unos 25 años. Es el sexto muerto. Faltan 16.

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