Julio Malo de Molina - OPINIÓN

Un cuento cubano

Conocí un cuento original de Cuba que nunca había escuchado. Relata la llegada de Carlos Marx a los infiernos

JULIO MALO

La literatura de transmisión oral es anterior a la escrita y parece pervivir más en el tiempo; Vladimir Propp (San Petesburgo 1895- Leningrado 1970) explica en su libro ‘Las Raíces Históricas del Cuento’ que estas narraciones populares son reflejo de ancestrales modelos propios de sociedades matriarcales (el hada, la bruja), anteriores al mundo patriarcal del neolítico. La Ilíada y la Odisea, atribuidas al poeta jonio Homero, fueron escritas en el siglo VIII aC, y relatan hechos relativos a la guerra de Troya, la cual según Herodoto tuvo lugar en torno a 1.250 aC, así que fueron trasmitidos durante cinco siglos mediante tradición oral.

También la vida y prédicas de Jesús de Nazaret no se escriben a través de los Evangelios, tanto en los canónico como en los apócrifos, hasta más de un siglo después de los acontecimientos que relatan, los cuales se trasmiten durante ese tiempo de forma oral. En el mundo moderno hay una forma de narración oral satírica que en España llamamos chistes y en América Latina cuentos; sorprende cómo estas historias cortas se repiten a lo largo y ancho del mundo. Recuerdo un viaje entre Cancún y Puerto Vallarta, donde John Huston rodó en 1964 ‘La Noche de la Iguana’, con Ava Gadner y Richard Burton. El conductor pasó el viaje contando historias de gallegos, idénticas a las que aquí se cuentan con personajes de Lepe.

Conocí un cuento original de Cuba que nunca había escuchado. Relata la llegada de Carlos Marx a los infiernos ; a la semana se presenta ante Satanás el demonio jefe de su caldera, visiblemente afectado: «No puedo más, ése de las barbas ha revuelto a los pecadores; comenzaron por exigir sólo ocho horas de fuego al día, curación de quemaduras en la Seguridad Social, un mes de vacaciones en el Cielo.

Han conseguido que algunos diablos se sumen a la huelga, la caldera ya ni se enciende». Lucifer entonces ordena que trasladen al judío alemán al temible Séptimo Círculo; transcurrida otra semana se presenta su responsable y la situación que describe parece ser la mayor catástrofe acaecida jamás en los Avernos. Caldera apagada, mientras pecadores y diablillos se encuentran reunidos en asamblea permanente. Belcebú adopta una decisión que supone ingeniosa, pide que Marx acuda a su despacho y dice: «Don Carlos, hemos cometido un error que debe ser subsanado, examinado de nuevo su expediente, deduzco que para nada es usted un pecador; su sitio no es éste sino el Cielo, ahora redacto un documento y será trasladado a la Gloria».

Pasan los días, Lucifer observa inquieto los cielos y nada parece ocurrir. Esperaba cómo ese tipo, a quien su madre reprochaba que despilfarrase su vida escribiendo El Capital en lugar de amasar un capital, armara en el Paraíso alguna trifulca parecida a las organizadas en los infiernos; decide entonces mandar a un joven demonio para comprobar la situación. El diablejo golpea la puerta donde habitan los Bienaventurados; abre San Pedro y le saluda con su habitual cordialidad: «Hola simpático demonio, ¿qué te trae por aquí?», y éste responde: «Nada, sólo preguntar cómo les va a ustedes por estas santas nubes celestiales».

El Padre de la Iglesia responde que todo va bien: los arcángeles tocan sus trompetas, los serafines rasgan sus liras, los querubines afinan flautas; y todo discurre con beatífica normalidad. El cándido súcubo queda perplejo y solo se le ocurre preguntar por Dios Padre. San Pedro alza el puño y responde: ‘Camarada, Dios no existe’.

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