OPINIÓN

Colau y la política de 0 a 3 años

Los políticos hablan al pueblo como si fuéramos niños porque lo somos

Ada Colau, que vive desde hace años en un videoclip de Parchís, ha tomado para hablar a sus votantes un tonito de youtuber y ha dicho que no sé qué fue ‘superpower’ y que en la manifa que organizó en Barcelona eran muchos y que ... los rancios eran pocos y que otra cosa que ahora mismo no recuerdo resultó muy ‘high’. Se han soliviantado los late adopters del pensamiento por el tono y por los anglicismos, que a mí me parecen la menor de las ofensas. Yo siempre creí que Ada Colau hubiera sido una estupenda presentadora de programas infantiles. De Barrio Sésamo, por ejemplo. Ada Colau es la Coco -SuperCoco, quizás- de la política española, pues reduce el mundo a medidas infantiles. Daría tan bien la bienvenida a Art Attack. Ahí está su éxito y al tiempo, el mayor de los insultos: considerar este universo -que resulta extremadamente complejo- bajo una óptica sencilla. Hace tiempo que se demostraron las geometrías no euclídeas y la curva del espacio-tiempo, y sin embargo, en la mente de la alcaldesa de Barcelona y el resto del pensamiento podenco, la realidad se plantea en una ecuación con solo dos dimensiones: muchos-pocos, malos-buenos, fácil-difícil, mañana-ayer. Siempre termina resolviéndose mediante el mismo molde mental y la superposición de dos planos: nosotros-ellos y bien-mal de manera que “Lo nuestro está bien y lo de ellos, mal”. No es que su discurso sea populista, es que compone una política de estimulación temprana, un discurso de 0 a 3 años.

Cuando los Gilets Jaunes quemaron los Campos Elíseos sin siquiera pedir disculpas a Estrabón, Emmanuel Macron les concedió algunas de sus peticiones y algunos vieron en él al primer populista de centro. Sin embargo, un documental sobre la campaña electoral que le llevó al poder dibujó una escena reveladora. Antes de una intervención, relata todo lo que iba a conceder en su discurso: les daría esto y aquello. En ese momento interviene su estratega, un chaval francés que vivía pegado a un portátil y le advierte de que no podía ofrecer sin más una y otra cosa, porque esa actitud le otorgaba “un aire de Papa Noel”. Invita a Macron a que siempre que prometa una cosa, advierta que a cambio exigiría otra. De esta manera, la gente no se sentiría embaucada y además entenderían que toda medida tiene un coste. ¡La gente tiene cada cosa! Sobre todo la francesa, porque Francia es un lugar donde la gente adquiere un juicio crítico y por la mañana se levanta y toma posición y posesión de los asuntos, aunque pueda equivocarse, como es natural.

Unos años antes, frente a la puerta de Bataclan las velas y los mensajes de amor habían asediado una bicicleta que nadie había recogido después de los atentados. La miraba una mujer. Le pregunté por su opinión sobre el aumento de los bombardeos sobre Siria y respondió que ella había sido pacifista y que creía que la guerra no era la solución, pero que esa mañana había estado pensando y no encontraba otra, así que sentía que debía apoyar al presidente Hollande. En ese momento coroné una de las cumbres de mi afrancesamiento, cosa de poco mérito, porque soy un cuarto francés. Me pregunté si esa postura en España sería posible, si alguien haría ese esfuerzo y desde entonces le doy vueltas a esto si los políticos hablan al pueblo como si fuéramos niños porque lo somos, o si somos niños porque nos hablan como si lo fuéramos.

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