OPINIÓN

Un cobarde de narices

El gag de Dani Mateo sería aceptable si fuese capaz de hacerlo con la bandera de Al Qaeda o Boko Haram. O con la del colectivo LGTBI. Tampoco vendría a cuento, pero al menos podría justificar que intenta hacer humor, no política

Dani Mateo, durante su polémico gag en La Sexta

El mundo de los humoristas/monologuistas españoles ha abierto un debate en los últimos meses. Si usted bichea mínimamente las redes sociales habrá comprobado que se está hablando, y mucho, de los límites del humor. The question is: ¿Vale cualquier cosa para hacer reír? Los ... humoristas lo tienen claro. La respuesta es sí. Aunque ofenda. Si ofende, el problema es del ofendido. El ofensor, eso sí, corre el riesgo de ser dilapidado públicamente en esas mismas redes sociales. O, llevado al extremo, de recibir un tiro en la cabeza como desgraciadamente les ocurrió hace unos años a los dibujantes de Charlie Hebdo. Probablemente tienen razón los humoristas. Allá cada cual con lo que le parezca más o menos bien. De mejor o peor gusto. Si alguien considera que se ha traspasado según qué límite, para eso están los juzgados. El problema, a mi humilde entender, no es ese. El problema es que, como todo en España en los últimos años, hasta el humor se ha politizado, lo cual resulta especialmente desolador. De toda la vida los humoristas han tenido su ideología política, faltaría más. Desde Gila a Tip y Coll. Pero no influía en cómo el espectador percibía el mensaje. Daba igual que simpatizara con la izquierda o con la derecha. Era irrelevante para arrancar una carcajada o no. Y por supuesto los había ‘blancos’, como Martes y Trece o Arévalo, que en todo caso podían ofender a colectivos como las tonadilleras o los gangosos con sus imitaciones. Pero hoy día da verdadera pena comprobar cómo hasta para hacer reír hay que ser de izquierdas o de derechas.

La gracieta de esta semana de Dani Mateo sonándose los mocos en La Sexta con la bandera de España es, a mi juicio, una estupidez. No tiene gracia en sí misma. Hace como que está resfriado y se limpia con la bandera constitucional. Entiendo que pueda ser gracioso para aquellos a los que no les gusta España. Pero para el resto de los humanos no lo es. Con lo cual no es verdadero humor, ya que el humor realmente inteligente, el de verdad, debe ser universal. Como decía un profesor mío –y seguro que uno suyo también– «cuéntelo en alto para que nos riamos todos». En este caso, «cuente algo con la suficiente inteligencia para que nos riamos todos».

Pero sobre todo, dicho gag, define perfectamente a su autor como un auténtico cobarde, porque no tiene narices para hacer lo mismo con otras banderas. Y no hablo de la ikurriña o la estelada, que tampoco, sino por ejemplo, la de Al Qaeda, Estado Islámico o Boko Haram. O simplemente con la del colectivo LGTBI. Tampoco vendría a cuento ni tendría ninguna gracia, pero al menos demostraría que su intento de hacer humor va dirigido a todos y tiene el único fin de hacer reír. No enviar mensajes políticos según su ideología. Que a nosotros, como espectadores, nos importan tres narices.

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