OPINIÓN

Cádiz de Oz y el camino de baldosas verdes

El carril bici será ese mágico sendero que recorrerán quienes quieran pedirle un deseo al alcalde

En otro artículo (no soy tan vanidoso como para pensar que lo haya leído), hacía una recopilación de epítetos que se le pueden dedicar a Cádiz. No fue un mal artículo, pero tampoco lo suficientemente bueno como para que viniera alguien a partirme la cara ... por pasarme de tonto, una moda tan actual y alarmantemente grosera como ir con los tobillos al aire (jóvenes, ¿ésta es vuestra revolución?) o las imitaciones de leopardo (miau). El caso es que entre los piropos que le dedicaba a Cádiz, a guisa de cutre comparsista que mendiga un retuit, no estaba el de ‘Oz de Cartago’, porque me parecía pedante y algo forzado. Tampoco quería que quienes ahora recuerdan la memoria que obligaron a olvidar a tanta gente pensaran que me refería a la oz y al martillo. Porque los hay que hasta pensando, o amando, tienen incontables faltas de ortografía.

El caso, que me pierdo como niño que viste bañador azul en la playa, es que me quedé con los dedos tristes por no haber tecleado eso que me parecía a mí tan gracioso de la ‘Oz de Cartago’. Lo de Cartago era porque lo de Fenicia se me antojaba muy antiguo y quería yo hacer algo más pop. En esta Oz, por supuesto, no hay un camino de baldosas amarillas, sino un senderito verde por el que deben transitar quienes quieren pedirle algo al Mago (sí Kichi, te ha tocado otra vez, como a mí me tocó pagar el IBI hace dos semanas). El trío se encaminaría hacia la Ciudad Esmeralda, que aquí llamaremos Casa Teo (suponiendo que la ira del nomenclator aún no la hubiera alcanzado), circulando por el carril bici sorteando sus cientos de peligros, como los temerarios patinetes, los soberbios paseantes de perrito con correa extensible y los disolutos ciclistas que, como decía Hobbes, a menudo son ciclistas para los ciclistas.

Nuestro gaditanísimo trío podría ir a pedirle sus tres deseos al Mago Kichi. Se me ocurren, no sé, quizá una comerciante, un vecino y un chiringuitero. La comerciante le solicitaría al munícipe por antonomasia una mayor iluminación. «Ya lo tendrás, vecina, sólo hay que esperar a la segunda fase». «Señor alcalde, yo le pido aparcamientos para dejar el coche» diría el atribulado vecino antes de oír un «pero hombre, el Ayuntamiento está trabajando en ello, espere usted a que se habiliten las nuevas bolsas y estará concedido». El chiringuitero, ante la previsible respuesta a su petición, quizá miraría al alcalde (perdón, al Mago) y le diría «ya que vamos a esperar... vayámomos a la playa». Así, con la imagen de los cuatro cantando a lo Judy Garland se irían, esquivando las decenas de obras de nuestras calles, a esperar la magia del tiempos al amor del sol del poniente.

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