OPINIÓN

Ciudades más amables

Poblaciones como nuestro Cádiz o las de la Bahía, tienen dimensiones abarcables y con posibilidades de entender cuáles son los itinerarios que debemos tomar para hacerlas, todavía más vivideras

Está de moda, los gestores y arquitectos buscamos hacer ciudades más amables. Como si fueran antipáticas. La ciudad es el auténtico fundamento habitable que permite vivir seguro y feliz al humano. Le dota de confort, alimento, protección, defensa y sociabilidad. Colegas como Manrique, Lloyd Wright, ... Aalto, Mari, Nakashima, Corey, Foster, etc., ya en el siglo pasado, eran maestros en la sostenibilidad. Ahora todo se pregona como tal, y procuramos hacer urbes más agradables y autosuficientes, utilizando los mínimos recursos. Hay un delicioso librito editado en 1970, titulado «Breve historia del urbanismo», su autor fue el compañero Fernando Chueca Goitia, que realizó la Catedral de la Almudena de Madrid y otras nobles arquitecturas. Pues bien, este librito, que les aconsejo compren, resume muy sabiamente la historia del urbanismo y sus diseños de mejora y razonabilidad, adaptándose a los cambios de las sociedades. Con su lectura, nos damos cuenta cómo las ciudades se perfeccionan o se deterioran, haciéndose más simpáticas o desagradables, por el propio humano que las habita

Poblaciones como nuestro Cádiz o las de la Bahía, tienen dimensiones abarcables y con posibilidades de entender cuáles son los itinerarios que debemos tomar para hacerlas, todavía más vivideras. Siguen creciendo algunas, independientemente del fenómeno turístico, que trastornan las escalas y atentan sus estabilidades, como un ejército de lija que todo lo rae y molesta. No vienen en pequeñas pandillas o grupos reducidos, sino ya en grandes hatos. Aparte de estos fenómenos que perturban nuestro caminar, hay que tener en cuenta otros aspectos. Destaco de ellos, que los auténticos ciudadanos las hacemos y financiamos. Los foráneos no pagan por su uso, ni IBI, ni circulación, ni mínimo mantenimiento, pero inciden y distorsionan los precios elevándolos progresivamente. Nos la hacen más ariscas e incómodas y hasta nos echan de ellas. Es el devenir de la historia y la apetitosa llamada de nuestras bellezas y sus gustos gastronómicos. Estas ciudades están en peligro, porque se nos van de escala, transforman el caserío, sus pobladores, y nadie controla su numero capaz.

Hace unos días en el Colegio de Arquitectos, alumnos de la Escuela de Barcelona expusieron sus trabajos con diseños, para mejorar los espacios de nuestros entornos gaditanos. Uno identifica en esos trabajos lo que quisiéramos haber tenido realizado hace tiempo. Posiblemente la inconsciencia de la enseñanza de la profesión, lo permite. Son propuestas para mejorar los paisajes y delicados suelos sobre nuestra frágil geografía. Se permiten la desvergüenza con soluciones, que pareciendo utópicas son necesariamente realizables con una sostenibilidad calmada que echamos de menos. En la exposición, disfrutamos de ejemplos que afinan nuestra Bahía y sus urbes.

Mientras, aquí en estos últimos años, nos hemos dedicado, por concurso de amigotes a llenarnos de objetos nada convenientes, poco simpáticos y caros, como Entrecatedrales; la Pérgola de Santa Barbara; Parador, las antorchas de la libertad, etc. Proyectos poco sensibles y nada duraderos que nos restan eficacia.

Cádiz, los Puertos, Sanlúcar, San Fernando, Jerez, etc., o mi Chiclana del alma, necesitan modelos bien pensados con ajustados precios, sin engaños ni egos absolutos, que permitan seguir llevando estos espacios, a pesar del limón del turismo, a ciudades más amables. Debemos perseguir la felicidad del ciudadano autóctono para vivirlas más plenamente, limitando los aforos y mejorándolas, como decíamos al principio. Salud.

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