La generosidad del presidente

El sobrenombre más adecuado para Sánchez sería Pedro el Generoso como otros fueron el Deseado, el Prudente o el Hechizado

Felicidad Rodríguez

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El presidente del Gobierno es, sin duda, una persona generosa. Si fuese el Jefe de Estado, que no lo es aun cuando la idea pudiera atraerle muchísimo, el sobrenombre más adecuado sería Pedro el Generoso como otros fueron el Deseado, el Prudente o el Hechizado. De su generosidad innata nos ha dado numerosos ejemplos en los últimos tiempos, a pesar de que muchos no lleguemos todavía a comprender las razones para elegir a los destinatarios de esa profunda liberalidad; quizá con el tiempo alcancemos a entenderlo. La largueza del Presidente con el prójimo refleja, en algunos aspectos, una cierta identificación con uno de los sentidos que Santo Tomás de Aquino otorgaba a esa virtud, el desapego de los bienes materiales. Así se podría comprender que el delito de malversación, que antes era penado hasta con 8 años de prisión, ahora lo sea con un máximo de 4 años en el caso de que no haya ánimo de lucro o enriquecimiento personal.

Esa comprensión hacia la apropiación indebida, o hacia destinar fondos públicos a un uso ajeno a su función, cuando no se los queda uno mismo para su uso y disfrute propio, nos recuerda en cierto modo el espíritu de Robin Hood aunque, en este caso, los «ricos» seamos los ciudadanos y los «pobres» quienquiera que se beneficie del desfalco. La generosidad del Presidente llega a alcanzar a veces niveles de auténtico altruismo por la diligencia que pone en procurar el bien ajeno aun a costa del propio. Al fin y al cabo, no pocas discusiones, horas de sueño y quebraderos de cabeza le habrá costado el modificar el delito de desórdenes públicos para incluir varias de las conductas, antes previstas para el delito de sedición, con penas más bajas. Pero bienvenidos sean todos esos quebraderos de cabeza si ahora los condenados por el proceso independentista pueden pedir al Supremo su absolución. Una generosidad, la de don Pedro, que también está demostrando como buen vecino, lo que ha dado como resultado el agradecimiento público del reino de Marruecos por el reconocimiento español a la iniciativa marroquí sobre el Sahara como la más seria, realista y creíble. A cambio de ese generoso reconocimiento, pudieron reestablecerse las conexiones marítimas entre los dos países o, lo que es lo mismo, el ferry de Tánger, bloqueadas desde la pandemia. Aunque lo de la normalización del control aduanero, que implicaría el reconocimiento tácito de la soberanía española sobre Ceuta y Melilla, parece que, al menos por ahora, va a ser que no. Pero si la generosidad desinteresada del Presidente se ha demostrado con los vecinos, no digamos la generosidad paciente que manifiesta con algunos compañeros de gabinete. No puede ser otra cosa que la virtud de generosidad, también la de paciencia, hacia el prójimo más cercano, caso de la ministra de igualdad, lo que esté detrás de la aprobación por todo el Consejo de Ministros de la Ley del «si es si» y, ahora, del lento tira y afloja para su modificación, mientras continúan sin parar las revisiones de pena. Por ello, ante esas muestras de generosidad que exhibe nuestro Presidente, no viene mal recordar a Aristóteles cuando situaba la virtud, obviamente también la generosidad y la paciencia, entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto.

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