Opinión

Una rave con canciones de Serrat

«Al fin y al cabo, de una forma o de otra, en esto de ser niños-viejos/viejos-niños supongo que no estoy solo y que somos muchos quienes a menudo nos sentimos apátridas de época»

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Yo de chico siempre me sentí niño viejo, de estos que quieren cumplir años como roscas, rapidito, para ver qué pasaba luego. Es de esas cosas de las que uno no se puede arrepentir, porque con ansia se nace y yo al nacer, nací con ganas y pienso que vivir siempre necesita de algo de eso, de ansia viva por vivir. El problema es que uno se siente contracultural en su edad y, cuando pasan los años, como te puedes imaginar, echas en falta lo que se te pasó de largo y así, de niño viejo, camino poco a poco a viejo niño y la verdad es que es un sinvivir que tiene confundidos a mis amigos. Porque cuando la gente empieza a retirarse pronto de las fiestas, a mí se me amodorra más el codo a la barra y si a lo mejor se queda para jugar al futbito, cuando termina el partido yo me quedaría siempre a jugar otro, aunque el corazón se me esté saliendo ya por la boca.

El caso es que esto de estar en medio, entre niño viejo y viejo niño, tiene sus contradicciones y sus gracietas, porque a mí igual me gusta Serrat que un poco de 'chunda chunda' y a lo mejor me pongo una mijilla de C. Tangana en los cascos, sintiéndome al borde mismo de mi época, y acto seguido escucho a Silvio Rodríguez y pienso «qué bonito el tiempo que no viví y que me gustaría haber vivido». De la gorrita del Ché al chándal de trapero, ya te digo, hay solo un paso.

En casa, mientras cocinábamos escuchando música, un día Anita y yo llegamos a una fórmula intergeneracional que nos invocaría a todos y que sería, en concepto, como una rave con canciones de Serrat y diversos temas populares de la Transición. Algo así como: «Españolito que vienes al mundo te guarde Dios», pero con una base de techno para estar a gustito. O un «Libertad, libertad, sin ira libertad», pero con su rollito reggae que esté todo en el mundo en su salsa. Imagínate un pogo, pero con 'Fiesta' de Joan Manuel: «Vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta» y todo el mundo ahí dándose empujones, flipándolo en actitud amoroso-festiva. La idea no está patentada, pero creemos con firmeza que sería probablemente ese pacto entre jóvenes y mayores que este país necesita. O que al menos sería una movida lo suficientemente absurda como para echar el rato y que mereciera la pena.

Al fin y al cabo, de una forma o de otra, en esto de ser niños-viejos/viejos-niños supongo que no estoy solo y que somos muchos quienes a menudo nos sentimos apátridas de época porque en el fondo nos interesan todas y ninguna. Luego, y esto nos iguala a todos, está lo de la noche de reyes. Que a mí, tenga 10 ó 28 años, se me comen los nervios y espero que a ti te pase lo mismo porque es lo bonito del asunto. La carita de tonto en la cabalgata, ya ves, creo que no se me quita ni aunque cumpla el siglo de vida. Con oso polar con el cuello descoyuntado o sin él, se me van los ojos a los caramelos y se me remueven las tripas pensando en las horas mirando al techo por la noche, lo confieso. Porque uno es niño cuando quiere, pero sobre todo cuando puede, y el día cinco de enero, en la víspera del seis, hay barra libre y hay que aprovechar. Como en la rave de Serrat que yo me imagino, sin metáfora alguna, donde los refrescos y variantes volarían ciertamente de un lado a otro. Sin llegar a montarse la de Granada, pero casi. Rave, Reyes y Serrat. Imagínate. Planazo.

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