Hermann Tertsch

La vieja cotidianidad como quimera

El retorno a la cotidianidad es imposible. Para bien o para mal, la continuidad con que sueñan aún hoy algunos es ya una quimera

Hermann Tertsch
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Vamos a entrar en campaña oficial muy pronto. En cuanto a agitación apenas se notará porque llevamos en frenesí electoral desde hace más de un año. Lo que sí cambia ahora es que ya entramos en una fase en la que las encuestas, por mucho que se cocinen con sabores distintos, pendulan cada vez menos. Y la prepotencia de algunos que nos anunciaban la vuelta a la normalidad bipartidista tras unos sobresaltos pasajeros ya no resulta osada, es perfectamente ridícula. La vuelta a la cotidianidad acostumbrada es una añoranza personal lógica del hombre. Pero en la historia de las naciones suele ser el sueño irreal de quienes no entienden o aceptan el signo de los tiempos. La vana ilusión de reaccionarios, perdedores y no avisados en la política y en la vida.

No habrá retorno a la cotidianidad en España. Quienes apostaron por ella ya han perdido.

El momento internacional no ha ayudado a quienes pretendían convencer a los españoles de que hoy lo mejor es no moverse. Y que moverse solo puede traer inseguridad y caos. Porque todo el mundo, allá donde se mire, muestra que el inmovilismo estable y seguro no existe. Y que si no te mueves, ten la seguridad de que te mueven. Hay una guerra religiosa en marcha y Europa es uno de sus escenarios seguros. Nadie sabe si la UE existirá en dos décadas. Han surgido fuerzas totalitarias extremistas por todo el globo y el prestigio de la democracia nunca fue tan bajo desde la II Guerra Mundial. El relativismo y el infantilismo de las sociedades de bienestar modernas han hecho estragos en su pensamiento, su reflejos y sus instintos. Estragos que merman dramáticamente su capacidad de autodefensa. Siempre encaramadas a la montaña rusa de la ciclotimia, las masas son incapaces de asumir sacrificios para su autoconservación. Y los gobernantes no los plantean por miedo. En todo Occidente ocultan las necesidades de futuro y por supuesto las verdades. Para no hacer peligrar su propia subsistencia de legislatura en legislatura.

En España estamos peor porque aquí las verdades no son reprimidas solo por los intereses cortoplacistas de los gobernantes. También por una inquisición político-cultural impuesta por la izquierda, siempre asumida por la derecha y reforzada por el PP en esta legislatura con celo indecible y una política inaudita. Pese a ello, de la crisis, la quiebra generacional y un imparable cambio de ciclo han surgido fuerzas que han roto el cómodo equilibrio que algunos soñaban preservar. Aunque en la izquierda un PSOE en disolución fuera relevado por un partido más radical y totalitario. Creía el PP que eso generaría miedo, ganas de no moverse, cohesión propia y supervivencia del bipartidismo. Todos esos cálculos se han ido al traste. Las encuestas revelan que la estrategia del miedo ha fracasado ya. Y la llamada a la continuidad. El partido del Gobierno va a pagar por soberbia y falta de coraje. Y no va a rentabilizar sus notables éxitos. Convencido ya del fin de la cotidianidad de los pasados 40 años, descartados el muy flojo Pedro Sánchez y el fiasco de Pablo Iglesias, el votante indeciso ya se ha puesto a comparar directamente a los candidatos Rajoy y Rivera. Y el presidente, nunca buen candidato, lo es hoy peor que nunca. Lo que sabían él y su partido y prefirieron ignorar. Ahora el PP se ve condenado a hacer campaña contra su única esperanza de no irse a la oposición. Que es precisamente Albert Rivera con Ciudadanos. Todo dependerá del recuento en la noche del 20-D. Pero el retorno a la cotidianidad es imposible. Para bien o para mal, la continuidad con que sueñan aun hoy algunos es ya una quimera.

Ver los comentarios