Visto y no visto

Tenorios

El Derecho y la Política miran al hombre por fuera, en su actividad, y no por dentro, en sus pensamientos, pues de la conciencia nadie sabe nada

Ignacio Ruiz-Quintano

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En «Tosantos» ya no hay Tenorios porque… ¿para qué? España no es un Estado Romántico, como el francés de la Restauración tras la caída de Napoleón. España es un Estado Prebendario, y en «Tosantos», con la cosa del puente, da más dinero un bar con plancha en Gandía que un teatro con Zorrilla en la capital.

Además, las leyes de género se han llevado por delante hasta el concepto de tenorio. Lo más tenorio que nos queda sería ese Manolo Valls que vino de Francia al rescate de Cataluña, tierra de románticos a lo Mario Cabré, y se encontró con Ada Colau, a la que se arrimó en el Ayuntamiento como los gatos a la chimenea, y una buena boda.

Sin ideas ni convicciones, Valls no era el experimentado hércules capaz de limpiar los establos de Augias de la corrompida política catalana, y recuerda un poco a aquellos periodistas-botijistas de Bonafoux que de buenas a primeras aparecían en París, desaparecían y paraban en Madrid a echarla de «boulevardiers», como uno que, de regreso de Francia y al salirle al paso en la Puerta del Sol un galgo, le gritó a un guardia:

-Sergent, sergent, separé de muá ese perrit!

¿Un romántico? Romántico, dice Ramiro de Maeztu, es el que cree en la caída del hombre, pero no en el pecado original. Lo dice en «El Sol», contestando al crítico de su libro «La crisis del humanismo», Rivera, discípulo de Giner y sustituto de éste en Filosofía del Derecho en la Universidad de Madrid, que dice cosas que hoy nos hacen sonreír a la vista de las últimas producciones del Supremo.

-La creencia en el pecado original carece de aplicaciones al Derecho y a la Política, que miran al hombre por fuera, en su actividad, y no por dentro, en sus pensamientos, pues la conciencia, como las mónadas de Leibniz, «carece de ventanas», y de ella nadie sabe nada, cuando menos los jueces, que contemplan a los hombres sólo en lo que «hacen» y no en lo que piensan ni en lo que dicen.

¿Qué pensaría este señor Rivera del «delito de odio» y la «ensoñación» rebelde?

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