El gran asunto

La novedad de Casado es que quiere dar la batalla de las ideas al progresismo obligatorio

Luis Ventoso

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Este verano intenté regalarle algún buen ensayo político de corte liberal a un galeno amigo, en gratitud porque le había pasado la ITV a mis orejas (en mi familia nos dividimos entre los un poco tapias y los muy tapias). Me fui a la librería coruñesa de la Fnac y me puse a revolver en los anaqueles. Había cinco o seis ensayos panfletarios de Noam Chomsky, un libro de pensamiento de Alberto Garzón –valga el oxímoron– y, por supuesto, un porrón de literatura anti-Trump, MeToo y superpolíticamente correcta. Por el contrario, se hacía complicado encontrar algún volumen de aroma liberal-conservador. Luego repetí la prueba en otras librerías. El resultado fue similar: en todas las secciones de ensayo político y económico goleaba el progresismo.

En España, el dominio de la izquierda en el mundo del pensamiento se da por supuesto, aunque solo sea por volumen. Sin embargo, recorriendo las librerías anglosajonas se percibe una situación muy diferente. En Londres se venden y destacan, por supuesto, muchos ensayos de la escuela The Guardian-London School of Economics, y también mucha arenga zurda/LGTB a lo Owen Jones. Pero al tiempo alzapriman numerosos ensayos liberal-conservadores, llenos de vigor y elocuentes argumentos, que se sitúan entre las obras más vendidas (por ejemplo, me vine en la maleta con un tocho magnífico, que se apellida 22 libras y se titula «Adam Smith. Qué pensaba y por qué sigue importando»).

El asunto que acabo de referir probablemente a Rajoy no le merecería mayor consideración. Acaso arquearía una ceja irónica y pensaría: «Mira en que cosas pierde el tiempo este tío». Él operaba como un alto funcionario bienintencionado, que ante todo buscaba una gestión competente y no meterse en más «líos» de los imprescindibles. Rajoy tenía una visión conservadora del mundo, en el sentido de que era un hombre de gustos clásicos. Pero tal poso atendía a sus orígenes familiares y a su talante psicológico, más que a una base ideológica estudiada y meditada. El rajoy-sorayismo nos sacó de una crisis económica de pánico, servicio que habrá que reconocerles siempre. Pero su debe fue que renunciaron a presentar una visión filosófica del mundo alternativa a la del progresismo obligatorio (véase, por ejemplo, como gozando de un holgada mayoría absoluta digirieron sin pestañear la ingeniería social de la Memoria Histórica zapateril).

Escuchando ayer a Pablo Casado en el Foro ABC se vio clara la innovación que aporta, que no es que sea joven, o que hable mejor o peor. Su novedad es que su discurso fue ideológico. Defendió con orgullo el ideario liberal: el Gobierno reducido, la primacía de las libertades individuales, el Estado de Derecho y la separación de poderes, los impuestos bajos. Hizo un elogio apasionado del libre mercado, «porque solo él puede acabar con la pobreza y la desigualdad». Hasta citó a Hayek y recomendó a pensadores actuales como Pinker, que frente a la letanía lúgubre del (falso) progresismo creen que la humanidad camina a un futuro mejor. Fue, para entendernos, el discurso que jamás haría Soraya.

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