Editorial ABC

Europa enmienda el plan de Sánchez

La condicionalidad forma parte del pacto, pero hay una grave incompatibilidad entre lo que la UE espera de España y lo que el sector más radical del Gobierno quiere llevar a cabo

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Con el acuerdo alcanzado al cabo de cuatro días de reuniones, los veintisiete países miembros de la UE han dado el paso más significativo que podía esperarse para demostrar su voluntad de seguir unidos en el futuro. El mecanismo de recuperación de los daños causados por la pandemia es el primer modelo en la historia de la UE que mutualiza una deuda común -a través de la Comisión Europea- para distribuirla entre los países más afectados. Una parte sustancial de esta deuda se repartirá, además, en forma de subvenciones a fondo perdido, que es la expresión última de la solidaridad colectiva. Aquellos que dudan de la conveniencia o no de estar dentro de la UE han tenido en estos cuatro días una muestra sobradamente elocuente de lo mucho que significa Europa para un país como España.

El papel del presidente del Gobierno en esta cumbre ha sido, sin embargo, discreto. La imagen de España fue la de un país necesitado de ayuda económica y sin voluntad real de asumir un programa reformista a la altura de las excepcionales circunstancias que atraviesa la Unión Europea. Sobraron los aplausos con los que Pedro Sánchez fue ayer recibido en el Consejo de Ministros. La ovación, en cambio, la merecen los socios que han confiado en las capacidades y el compromiso de España para modificar su rumbo económico. El acuerdo alcanzado en Bruselas constituye una revocación completa del programa con el que se fundó la coalición de Gobierno, que ya había sido anulado por la irrupción de la pandemia. Aunque Sánchez se haya resistido con contumacia a aceptar que a cambio de esas subvenciones tiene que cumplir lo que se incluye en las recomendaciones de la Comisión -que además forman parte de los compromisos adoptados por España como miembro de la zona euro-, la realidad es que la condicionalidad es parte esencial del pacto y que hay una grave incompatibilidad entre lo que nuestros socios esperan de España y lo que los sectores más radicales del Gobierno se proponen llevar a cabo. Hasta ahora, Sánchez ha estado paralizado, retrasando el momento en el que deberá decidir hacia qué parte de esa coalición va a inclinar su política para la reconstrucción de la economía.

Todos los elementos del acuerdo europeo y del sentido común le deberían orientar hacia una opción moderada y pactada con las fuerzas centristas y constitucionales, porque es lo que esperan nuestros socios europeos. España tiene ante sí una oportunidad excepcional para aprovechar esta desgracia como palanca para construir una nueva economía, moderna y más competitiva, o puede desaprovecharlo con recetas demagógicas y estériles. La responsabilidad que asumiría Sánchez si deja pasar este tren sería inmensa.

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