Cómo tocar el triángulo

Difícil afrontar ese reto si no se domina el catalán

Luis Ventoso

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Tu mujer puede plantarte un día por un pastor protestante surcoreano, o tu marido puede darse a la fuga con una bailarina uzbeka. Un coche nuevo puede dejarte tirado en una recta infinita de La Bañeza en una tarde ventosa de granizo enfurecido. Tu empresa puede atropellarte con un ERE inesperado. Tus hijos pueden renegar de ti y dejarte plantado en Nochebuena, abandonado y solo junto a un abeto de plástico y un turrón inmasticable. Tus creencias pueden mutar y privarte del consuelo de la fe. Tu equipo de fútbol puede convertirse en una sobredosis de disgustos. Tu partido político puede destaparse como una panda de tunantes. Tus hermanos pueden armarte una tangana por una herencia y tu contable puede hacer como la de Leonard Cohen y desplumarte. Todo puede fallarte en la vida. Menos una cosa: la música. Si te gusta de verdad la música dispondrás siempre de una compañera leal, constante e infalible; no en vano algunos pedantes –o no tan pedantes– la califican como «la matemática de Dios» cuando alcanza su expresión más excelsa.

¿Por qué opera la música semejante milagro? Pues porque es universal y ecuménica. Trasciende naciones, razas, credos, idiomas, psicologías. Los nueve primeros minutos del «Köln Concert» de Keith Jarrett hipnotizarán de idéntica manera a un lapón de la tundra que a un neoyorquino sofisticado, o un vasco de caserío. Un alemán y un inglés, sean creyentes o ateos, se elevarán del mismo modo escuchando el «Osanna in Excelsis» de la Misa en Si menor de Bach. A un chavalín de hoy en día –he hecho el experimento– le pones una canción buena de los Beatles, unos tíos que ni le suenan, y resultará que le gusta. La música no sabe de idiomas ni fronteras. O eso creíamos hasta que el Gobierno de Baleares, cuya presidenta es miembro del Partido Socialista Obrero (¿ex?) Español, ha concluido que para saber tocar un instrumento a nivel profesional es conveniente saber desempeñarse correctamente en catalán. La Orquesta Sinfónica de Baleares, que depende del Ejecutivo autonómico, ha establecido que a la hora de contratar músicos dará preferencia a aquellos intérpretes que dominen ese idioma. Tiene toda la lógica del mundo. Imagínense al percusionista que toca el triángulo en la formación balear. ¿Cómo podría apañarse para golpear atinadamente el metal con su baqueta sin saber adecuadamente el catalán? Imposible.

El austríaco Franz Liszt fue el asombro del XIX europeo con su virtuosismo al piano. Recorrió el continente con sus apasionados recitales y el fenómeno se bautizó como «lisztomanía». Ay, aquellas gente, gañanes de siglos oscuros. Hoy, con los avances del Gobierno de progreso balear, Liszt sólo podría aplicarse sobre su piano en países de habla alemana, ¿pues qué sentido tendría que tocase en Moscú sin hablar perfectamente ruso, o en Estocolmo sin dominar el sueco?

Algunas noticias que están sucediendo en España son tan estúpidas que casi te duelen los dedos de pena al teclear artículos sobre ellas. Nunca dejará de sorprender la mezquindad mental del nacionalismo.

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