Cines abandonados

Suelo sostener cuando discuto con mis amigos que el cine ha muerto

Pedro García Cuartango

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He leído ayer que el cine Fleta de Zaragoza , cerrado en 1999, se encuentra abandonado y en estado de demolición. Fue inaugurado en 1955 con gran éxito, cuando los españoles soñaban con un mundo prohibido a través de la gran pantalla. Quizás de ahí nació el tópico de que el cine es una fábrica de sueños.

Pero el triste destino del Fleta no es una excepción. Hay cientos de salas cerradas por todo el país . Es algo que me llama mucho la atención porque hay pocas cosas más tristes que contemplar un cine que ha dejado de serlo, invadido por el polvo y la corrosión. Me surge la imagen de un barco varado en la costa, cuyo casco se va oxidando hasta desaparecer.

Cuando voy a Briviesca , el pueblo de mi madre, se me parte el alma cuando paso por el cine Moderno, situado en frente de la casa en la que vivían mis tíos. Recuerdo como si fuera ayer que escuchaba desde la cama la banda sonora de las películas, ya que había unos pocos metros desde la ventana del dormitorio a la cabina de proyecciones. Imagínense a un niño de doce años escuchando el diálogo entre Glenn Ford y Rita Hayworth en Gilda. ¿Cabe concebir algo más estimulante para la imaginación?

En aquel cine, vi películas de romanos, del Oeste, de espadachines, dramas históricos, amores tórridos y tostones insoportables. Pero, al apagarse las luces, uno tenía la sensación de estar en el comienzo de una aventura única y maravillosa. Cada película era como la exploración de una tierra ignota y desconocida.

Suelo sostener cuando discuto con mis amigos que el cine ha muerto. Y lo digo precisamente porque el llamado séptimo arte es hoy esencialmente espectáculo. Hace medio siglo, era mucho más que eso: vivíamos a través de las películas . Yo esperaba durante toda la semana la llegada del domingo por la tarde, que era cuando podía ir al cine porque entonces los sábados había clase hasta las siete y media de la tarde.

Una entrada valía cinco pesetas y una bolsa de pipas, una peseta. A veces era difícil escuchar el sonido de la película porque, además de comer pipas y beber gaseosa, los cines eran un lugar donde se fumaba y se hablaba. Era común la escena del acomodador con la linterna, enfocando a las butacas y amenazando con expulsar de la sala a los charlatanes.

Era un España donde todavía el hielo se vendía en carros tirados por caballos, en la que el lechero tocaba a la puerta todas las mañanas y en la que en Miranda de Ebro , mi pueblo, no existían semáforos porque sólo había varias decenas de coches particulares. Entonces, la televisión era una absoluta novedad y la gente se agolpaba en los bares y los escaparates para ver un partido o una corrida de toros.

La desaparición de esas salas se ha llevado nuestra infancia y nos pone de bruces frente al implacable transcurso de un tiempo que se fue para no volver. Hawking sostenía que el tiempo es reversible, pero me temo que nadie podrá resucitar el Fleta o el Moderno. El cine ha muerto para siempre.

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