Edurne Uriarte

Champú al huevo

Al socialismo francés le pasa lo mismo que al español, que se han aliado con la extrema izquierda, que se revuelve ahora contra ellos

Edurne Uriarte
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Emmanuel Macron, mi ministro francés preferido, es brillante y tiene una personalidad a prueba de convencionalismos políticos y sociales, pero, además, exhibe un envidiable sentido del humor. Otra cosa es que le sirva de algo a su Gobierno, al de Hollande y Valls, y me temo que de bien poco. Cuando sindicalistas de la CGT le recibieron la semana pasada con un lanzamiento de huevos en Montreuil, Macron respondió que «el champú al huevo prefiero aplicármelo yo mismo». A lo que añadió su propósito de no vacilar en las medidas que va a tomar para llevar adelante la ley del Trabajo inspirada en la reforma laboral del PP y contestada en la calle con las movilizaciones de la extrema izquierda y de parte del propio socialismo.

El champú al huevo resume perfectamente la crisis del socialismo francés… y la del español. Porque a ambos socialismos les pasa lo mismo, que se han aliado con la extrema izquierda y que la extrema izquierda se revuelve ahora contra ellos. En Francia, boicotean al Gobierno socialista y sus reformas e impedirán la elección de un presidente socialista en 2017 y en España amenazan con enviar al PSOE a la tercera posición que es lo mismo que a la catástrofe política.

El paralelismo es tal que, si repasamos los argumentos de los líderes de la extrema izquierda francesa para votar por Hollande en la segunda vuelta de las Presidenciales de 2012, resulta que nos encontramos con los mismos mensajes usados por Sánchez e Iglesias para rogarse pactos mutuos. Y que se resumen en uno: echar a la derecha. «Hay que echar a Sarkozy», dijeron en 2012 los candidatos del Front de Gauche o del Nouveau Parti Anticapitaliste. Lo mismo que los del champú al huevo para Macron, los del sindicato CGT, que pidieron el voto para Hollande en 2012 con igual propósito. «Echar a Rajoy», dice también Sánchez para apoyar lo que llama «Gobierno de progreso» con la extrema izquierda. Y si Sánchez tiene escasas posibilidades de acabar como Hollande y Valls, con los podemitas persiguiéndole en la calle, no es porque no quiera intentarlo de nuevo sino porque se lo va a impedir esa tercera posición augurada por las encuestas.

Pero lo suyo como lo de Hollande explica el auge de la extrema izquierda. Que gana votos y, además, a diferencia de la extrema derecha, gana en legitimidad y hasta llega a segundo partido en España. Por el sostenimiento del socialismo que busca pactos con los extremistas a sabiendas de que tiene que aplicar las mismas medidas que la derecha. En el colmo de la confusión, el socialista Josep Borrell publicó en marzo un artículo en el progresista Le Monde para decirle al Gobierno socialista francés que se equivocaba en su idea de que la reforma laboral española había tenido buenos resultados. Que es uno de los argumentos de la extrema izquierda para montarle una «mini-revolución» a la izquierda, como escribía ayer Guy Sorman, pero una revolución para mantener el statu quo.

También la derecha francesa está amenazada por la extrema derecha, pero su diferencia respecto al socialismo, la misma que la del PP español, es que se ha mantenido coherente en sus políticas y no ha cedido a la tentación de los populismos y de los extremismos. La derecha se ha modernizado, y el socialismo, como ha dicho Manuel Valls, «necesita modernizarse». Y en España como en Francia, lo va a hacer a la fuerza, a fuerza de lamentables resultados electorales y a fuerza de huevazos y algunas cosas peores en la calle.

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