VITICULTURA Y CAMBIO CLIMÁTICO

En busca de pagos más frescos y húmedos

Cultivos a mayor altitud y nuevas variedades de uva, soluciones ante el calentamiento global

Familia Torres tiene plantaciones a mayor altitud para combatir

Charo Barroso

A modo de aquel pequeño canario que introducían en la mina por si acaso existían gases tóxicos, la vid ( vitis vinifera ) hace las veces de biosensor a la hora de detectar los efectos del cambio climático sobre la agricultura, el mayor problema al que se enfrentan los cultivos de viñedos después de que la plaga de la filoxera estuviera a punto, en el siglo XIX, de borrar la vid del mapa europeo. Ahora, la conocida cartografía de las denominaciones de origen sufrirá cambios: el calentamiento global, con un descenso acusado de las lluvias en especial en el arco mediterráneo, obligará a trasladar los cultivos hacia altitudes y latitudes más altas y a plantar otras variedades de uva. Para hablarnos de ello contamos con la opinión de tres grandes expertos, Ignacio Morales-Castilla , profesor de Ecología en la Facultad de Ciencias de la Vida de Alcalá de Henares, que ha trabajado en el Departamento de Biología Evolutiva de Harvard junto a la máxima experta del cambio climático aplicado a la viña, la profesora Wolkovich; el ingeniero agrónomo Félix Cabello, quien desde el IMIDRA apuesta por la recuperación de variedades minoritarias, y la experiencia de quien dirige una bodega con más de 150 años de historia y apellido familiar: Miguel A. Torres , empresario de referencia mundial en el sector de la viticultura y abanderado de la lucha del sector contra el cambio climático. Los tres saben bien de los efectos del aumento de las temperaturas sobre las vides, porque su conocimiento, más allá de las evidencias científicas, está enraizado en la comprobación sobre el terreno, o mejor dicho, el terruño.

«Si el aumento de la temperatura aumenta 2 grados centígrados, las regiones del mundo que actualmente son idóneas para la viticultura podrían disminuir hasta en un 56%; si se llega a los 4°C, hasta el 85% de esas regiones dejarían de ser aptas para producir buenos vinos», señala Morales-Castilla.

Morales-Castilla investigando junto a la doctora Mercedes Uscola (derecha)

España, gran afectada

Una afirmación que surge tras el estudio en la vid de un rasgo clave para la adaptación al clima: la fenología o, lo que es lo mismo, las fases claves del desarrollo. «Hemos investigado once variedades de uvas en cada una de las regiones vitícolas del mundo, utilizando registros agrícolas y se han realizado modelos de predicción de cuándo se produciría la brotación, floración y maduración bajo escenarios de calentamiento para determinar dónde serían viables esas variedades en el futuro», explica. Aunque el estudio señala que un aumento de 2ºC supondría la pérdida de más del 50% de zonas adecuadas para la viticultura si los productores reemplazasen las variedades más vulnerables por otras mejor adaptadas al clima futuro, las pérdidas se reducirían al 24%.

Morales-Castilla explica que las regiones vitivinícolas con climas más fríos, como Alemania, Nueva Zelanda o el noroeste del Pacífico estadounidense, no se verían afectadas de manera negativa en el escenario de 2°C de calentamiento. «Pasarían a ser adecuadas para el cultivo de variedades mejor adaptadas al calor, como merlot y garnacha. Por su parte, el cultivo de variedades de climas más fríos, como pinot noir, podrían expandirse hacia latitudes mayores», señala el investigador. Por el contrario, las regiones más cálidas en la actualidad, como son España, Italia o Australia se enfrentan a mayores pérdidas, si no se adoptan medidas.

Aún así, el remplazo de variedades va siendo menos efectivo conforme aumenta el calentamiento. Con 4°C «la diversidad tan solo sería capaz de evitar un tercio de las pérdidas (del 85% al 58%)», explica Morales-Castilla, quien señala que si bien es cierto que existen alternativas de manejo para la adaptación al calentamiento, como el sombreo o la micro-aspersión, éstas podrían no ser del todo eficaces bajo los escenarios de mayor grado. No obstante, es optimista y señala que «el futuro sigue estando en nuestras manos, hay oportunidades para adaptar la viticultura a un mundo más cálido», dice Morales-Castilla, pero insiste en que «para ello, es necesario abordar con seriedad los desafíos que plantea el cambio climático y limitar su alcance tanto como sea posible. Y hay que hacerlo ya».

De todos los tipos de uva que hay en el mundo tan solo se utiliza un 1%. Por ello, Morales-Castilla tiene claro que «estamos desperdiciando una gran biodiversidad, y una de las posibilidades que tenemos para enfrentarnos a los impactos del cambio climático, que es la diversificación». Y para ello, contar con datos científicos que permitan generar predicciones para variedades autóctonas de España y Portugal resulta clave. Y en eso se centra el proyecto Iberian Future Wines, en el que Morales-Castilla colabora con expertos en viticultura del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (Imidra). «Estudios como el nuestro necesitan grandes cantidades de datos y para conseguirlos es importante fomentar colaboraciones entre universidades, institutos de investigación agraria y productores».

Félix Cabello en la Finca de El Encín

Algo que sabe bien el ingeniero agrónomo Félix Cabello, director del departamento de Investigación Agroalimentaria del IMIDRA , y otro de los impulsores de Iberian Futures Wines. «La vid es el único cultivo a nivel mundial que sirve de indicativo del cambio climático por tres razones: porque está presente en los dos hemisferios en diferente altitud y latitud, desde Chile a España o desde Alemania a Sudáfrica; es un cultivo leñoso al que le afecta más las modificaciones del clima que a otros como el olivo o el almendro, y porque contamos con datos históricos de bodegas centenarias que no se tienen en otros cultivos», explica Cabello, quien enumera los efectos del cambio climático que afectan a la vid: elevación de la temperatura, descenso de lluvias o aumento de los episodios de granizo y nieblas en las zonas de influencia costera. Algo que se traduce en «una maduración más rápida de las uvas, lo que conlleva un aumento del azúcar que aumenta la graduación alcohólica, un descenso de la acidez y de la frescura; el incremento de la evapotranspiración produciendo cambios en la fenología y el metabolismo de las viñas, así como una nueva incidencia de plagas y enfermedades ».

Cabello, impulsor de la recuperación de variedades minoritarias de vid en toda España, trabaja en la finca de El Encín, en Alcalá de Henares, del Imidra. Un auténtico museo viviente que conserva más de 3.700 variedades de vid (una de las colecciones más grandes del mundo) y donde se llevan a cabo las investigaciones más punteras como la recreación de un mapa de suelos evaluando una zonificación vitivinícola, la selección clonal de la variedad moscatel de grano menudo, la selección de levaduras autóctonas en bodegas ecológicas y tradicionales o -como explicaba Cabello- el estudio de la adaptación al cambio climático de variedades de la vid nacionales y foráneas.

Tras Italia, Portugal, Grecia y Croacia, España es el quinto país en diversidad de variedades viníferas del mundo y están autorizadas para su cultivo 209 variedades de vinificación (todas ellas conservadas en la finca de El Encín), sin embargo, solamente la superficie de cultivo de ocho variedades autóctonas, representa más del 80% de la superficie nacional. Félix Cabello y su equipo, ya han conseguido recuperar para el catálogo español hasta 300 nuevas variedades minoritarias que se cultivaron antiguamente.

Placas solares, coches eléctricos y toda una estrategia de sostenibilidad abanderada por Miguel A. Torres

España cuenta con la mayor superficie de viñedo del mundo, más de 950.000 hectáreas de las que 235.000 están especialmente expuestas al impacto del cambio climático . «Se trata de la peor amenaza que ha tenido nunca la vid, mucho peor que la filoxera, es algo terrible para la viticultura porque lo va a cambiar todo. En los próximos veinte o treinta años podremos ir sobreviviendo, pero a finales de siglo será muy difícil sobre todo para las regiones vitícolas del sur de Europa», deja claro Miguel A. Torres q ue nos atiende camino de Barcelona desde su coche: eléctrico cien por cien y que recarga cada noche en su casa gracias a la energía que le proporcionan paneles solares. Por si alguien le quedan dudas de que su cruzada personal contra el cambio climático va mucho más allá del compromiso empresarial. Muy al contrario, forma parte de su ADN, de su familia y de su bodega.

Reconoce que el aumento de un grado del que han sido testigos en el Penedès en los últimos 40 años ha provocado que la vendimia se lleve a cabo, aproximadamente, diez días antes que hace dos décadas. «El mapa de las denominaciones de origen cambiará, no podemos seguir haciendo las cosas como hasta ahora», insiste y explica que «la viticultura se deberá adaptar a las nuevas circunstancias climáticas, desplazando las viñas hacia el Norte, buscando altitud y temperatura más frías».

Desplazamiento de los cultivos

Algo que desde Familia Torres llevan haciendo desde hace dos décadas, cuando plantaron viña en Tremp, en el Prepirineo, a 950 metros. También han adquirido terrenos en Benabarre a 1.100 m. de altitud. «Hoy, todavía no es posible el cultivo de la vid, pero estamos convencidos que en el futuro este marco será una gran oportunidad para determinadas variedades de uva», puntualiza. Y es que, si tras el paso de la filoxera los viticultores se tuvieron que adaptar a un nuevo escenario y abandonaron las zonas altas en busca de tierra más fértil, las consecuencias del cambio climático obligan a emprender el camino contrario pero con el mismo fin: adaptarse.

Torres señala que también se pueden sustituir algunas variedades por otras, y que en el pionero proyecto de recuperación de variedades ancestrales que desde hace décadas llevan a cabo, han descubierto que algunas de estas vides prefiloxéricas, además de tener un gran potencial enológico, pueden resistir mejor la sequía y las altas temperaturas. Y es que, como señala, a veces «para dibujar el futuro tenemos que mirar al pasado».

De momento, los viticultores implementan diferentes prácticas para compensar la subida de temperatura, como dejar las hojas en la base del viñedo para que propicien un clima más fresco, portainjertos que retrasan la maduración o subir hasta unos 90 centímetros el primer brazo portador de uvas. Pero los efectos del cambio climático, como los golpes de calor o episodios extremos de granizo o heladas, provocan serias pérdidas. Para Torres, el Sur de Europa debe tomar con urgencia medidas preventivas : «En todos los viñedos en los que sea posible ha de haber balsas para recoger el agua caída en inverno» y deja claro que en esto es importante que las Administraciones ayuden a la viticultura a adaptarse al cambio climático, pero también que cada productor se comprometa en esta lucha porque cuanto más cuidamos la tierra (o el planeta) mejor vino se consigue».

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