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El personaje, mitos y certezas
Actualizado: 15:18

adiós al padre de la transición

El personaje, mitos y certezas

La vida de Suárez estuvo llena de claroscuros que alimentaron la leyenda del político que de la nada llegó a la cúspide

31.03.14 - 15:18 -
El personaje, mitos y certezas
Adolfo Suárez, jurando su cargo como presidente del Gobierno ante el Rey Juan Carlos en 1976. / Efe

La inusual trayectoria de Adolfo Suárez, un abogado de provincias del montón que escaló hasta presidente del Gobierno y protagonizó la mayor transformación política de la historia reciente de España, ha alimentado una leyenda en torno a su figura sustentada en falsedades, medias verdades, incógnitas y certezas. Tuvo, dicen sus biógrafos, una vida de película digna de llevarse al celuloide.

Nunca quiso escribir sus memorias, y tampoco se explayó en demasía para dar detalles sobre sus vicisitudes personales y profesionales. «Soy muy reacio a las entrevistas», solía admitir mientras gobernaba y después de gobernar. Todo ello contribuyó a crear una biografía con rasgos fantasiosos que unos y otros han ido retroalimentando. Lo reconoció: «No me conocen», confesó en una conversación en 1980 con la periodista Josefina Martínez del Álamo publicada 27 años después en ABC.

Sabido es que el Rey nunca habla de sus relaciones políticas, y Suárez nunca abrió la puerta de sus intimidades con don Juan Carlos. Ese silencio fue un buen caldo de cultivo para bulos y misterios. Por ejemplo el del diseño de la transición escrito en una servilleta. Se cuenta y se ha escrito que cuando todavía era gobernador civil de Segovia, en 1969, se reunió con el entonces Príncipe de Asturias en la cafetería de un hotel de la capital castellana y allí en una servilleta diseñó como debía ser el tránsito de la dictadura a la democracia. El papel se lo guardó don Juan Carlos y años después, ya uno como Rey y otro como presidente del Gobierno, recordaban entre risas aquel bosquejo de la Transición. Nadie ha visto ese dibujo y entre los colaboradores de Suárez se asegura que nunca hubo tal documento.

En 1957, tras lograr sin brillo la licenciatura en Derecho por la Universidad de Salamanca, llegó a Madrid a probar fortuna tras la poca exitosa experiencia de montar en Ávila una academia para exámenes de reválida. Tiene 25 años y pocas puertas en las que tocar. Así que tiene que ganarse la vida. Y lo hizo, dice más de un biógrafo, como vendedor de electrodomésticos a domicilio o como maletero en la estación de tren de Atocha, aunque otra versión apunta a que lo fue en la desaparecida estación de Príncipe Pío. Ni él, cierto es que nadie se lo preguntó cuando podía contestar, ni su entorno familiar han corroborado estos hechos que más parecen producto de la fantasía destinados a forjar la leyenda del hombre que desde abajo se hizo a sí mismo.

Lo mismo ocurre con la exageración de sus poderes de convicción al persuadir a una joven que a principios de los años setenta tomaba el sol en bikini en una playa de Peñíscola y a la que convenció para que tapara su humanidad y hasta anunciara su intención de convertirse al catolicismo. Está escrito.

Seguridad en sí mismo

Tampoco hay confirmación del interesado o de sus próximos, pero por terceras fuentes hay datos que confirman algunos hechos pese a lo excesivo que parezcan. Cuando Suárez, allá por 1957 o 1958, fue a pedir la mano de Amparo Illana a su futuro suegro, un coronel jurídico, garantizó al padre de su futura esposa que aunque por entonces se ganaba a duras penas la vida antes de los 30 años, tenía 25 o 26, sería gobernador civil, antes de los 40 subsecretario y antes de los 50 ministro y presidente del Gobierno. Como es obvio no hay testigos de aquella charla, pero muchos de los que se ufanan de la amistad que tenían con él sostienen que es perfectamente posible que la conversación transcurriera por esos derroteros dada la excelente opinión que tenía el joven Suárez de sí mismo.

Esa seguridad sobre su futuro político también fue captada por alguien experto en captar intenciones, Francisco Franco. Cuando Suárez acudió al palacio de El Pardo en su calidad de director de Radiotelevisión Española para grabar el mensaje navideño del dictador, según relata Javier Cercas en su libro 'Anatomía de un instante', se permitió comentar con el generalísimo el futuro democrático que tendría España una vez que muriera. Franco comentó después a su médico personal que aquel hombre tenía «una ambición peligrosa» porque «no tiene escrúpulos». Esta conversación también tiene visos de verosimilitud, según algunos biógrafos.

Miembros del que fuera su equipo en la Moncloa sostienen asimismo que es cierto que en sus últimos meses en la Moncloa dormía con una pistola en su mesilla de noche por temor a un atentado o un secuestro de ETA. Sus miedos no eran vanos porque la organización terrorista intentó en dos ocasiones acabar con su vida, una en la propia Moncloa mediante un cohete y otra en Palma de Mallorca.

El misterio y los rumores sobre Suárez crecieron a medida que avanzaba su mandato y crecía su desdoro político. Unos alimentados por la oposición socialista, pero también muchos fueron ideados por sus propios correligionarios de la UCD para abonar la tesis de que vivía en una burbuja, alejado de la realidad del país. El primer presidente de la democracia inauguró el 'síndrome la Moncloa' que luego sufrirían en mayor o menor medida sus sucesores. Pero la orgía del bulo y el rumor se desató con su renuncia en enero de 1981.

La dimisión

Suárez confesó a su equipo más próximo en aquellos días que dimitía por la pérdida de confianza del Rey, pero en una larga conversación con la periodista Victoria Prego acotó las razones de su marcha al «acoso y derribo» del PSOE y a la «división y encono» dentro de la UCD. En ningún momento habló, ni entonces ni después, del distanciamiento del jefe del Estado, al que siempre ensalzó en público y viceversa. Las relaciones entre ambos, sin embargo, estaban muy deterioradas, de acuerdo a los testimonios de la época, que sostienen que el Rey reclamó al presidente su dimisión. «Me voy sin que nadie me lo haya pedido», resaltó sin venir demasiado a cuento en su adiós a los ciudadanos.

Tampoco mencionó en aquel discurso televisado de despedida, un compendio de frases herméticas y reflexiones que se prestaban a todo tipo de lecturas, la indudable presión militar como motivo de su marcha. Pero hay un enunciado que no deja lugar a dudas: «No quiero que el sistema democrático sea, una vez, un paréntesis en la historia de España». La legalización del Partido Comunista, las incipientes tensiones nacionalistas y los asesinatos de ETA eran demasiado para unas Fuerzas Armadas franquistas en su abrumadora mayoría y así se lo habían hecho saber a Suárez. Su marcha no paró la intentona golpista de Tejero de un mes después, pero es muy posible que evitara otra asonada más avanzada y depurada. Son algunos de los arcanos que robustecieron el aura de misterio que envolvió su salida del Gobierno y la de casi toda su vida política.

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