Ignacio Simón ha llegado a congregar a 4.000 personas en sus espectáculos
Ignacio Simón ha llegado a congregar a 4.000 personas en sus espectáculos - adela burgos

Ignacio Simón: La banda sonora de una generación

Aunque se acaba de jubilar, el «Hombre Orquesta» deja tras de sí una amplia trayectoria que va desde La Movida hasta los bailes multitudinarios en la piscina

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Hace poco el Ayuntamiento anunciaba que Ignacio Simón, el mítico Hombre Orquesta, se jubilaba. La banda sonora de las Ferias antes de empezar las atronadoras verbenas de las altas horas de la madrugada; la banda sonora del verano cuando un paseo llevaba al caminante por San Roque; y sobre todo, la banda sonora de los últimos 25 años los domingos en la calle Cifuentes, donde congregaba a cientos de jubilados y pensionistas con ganas de pasar un buen rato bailando.

Una figura imprescindible del ocio para mayores del que pocos saben que mamó la música desde la cuna, fue su tabla de salvación en tiempos de estrecheces y casi le lleva a la fama, aunque se quedó a las puertas por convicción propia.

La historia de Ignacio Simón, el amante de la música que recorrió un largo camino hasta convertirse en el «Hombre Orquesta».

La mañana apenas acababa de despuntar en Talavera de la Reina, cuando el pequeño Ignacio Simón y su hermano se levantan a ritmo de las clases del Método Hilarion Eslava. «Lección una. Conocimientos preliminares. La música es el arte de combinar bien los sonidos y el tiempo…», se escuchaba a su padre, director de banda. Sus hijos se sabían las lecciones de memoria y poco a poco las interiorizan. Crecen e Ignacio empieza a hacer sus primeros pinitos en la música, creando sus propias bandas, aunque nada serio. A los 16 años trasladan a su padre a Guadalajara, donde la música se convierte en su salvoconducto: «Vi una manera de ganar cuatro duros y no tener que pedirle a mis padres para comprarme un pantalón». Tocaba donde le salía, incluso en los desfiles de los cabezudos, a pesar de las risas de sus amigos. «Pero ellos tenían como mucho 100 pesetas para gastarse en la feria y yo llevaba 500 en mi bolsillo que me había ganado esa mañana por estar tocando dos horas», recuerda. Desde entonces, y toda su vida, combinará las actuaciones con sus ocupaciones: primero durante su etapa de estudiante y después en su etapa como maestro. Como el asunto no marcha mal -se pudo comprar hasta un coche-, junto a unos amigos se lanzan a crear un grupo.

Primero Los Ranger

«Nos llamabamos Los Ranger. Nuestra primera actuación fue el 8 de diciembre del 71, el Día de la Purísima, en la sala El Museo. en la calle Benito Hernando», recuerda con una exactitud sorprendente, como el resto de fechas importantes para él. Allí, en un sótano amplio, aunque donde se colaba un frío terrible, todos los domingos había baile. Los encargados de amenizar aquellas veladas eran grupos de Guadalajara como Mougli, Sensación 4, Seven Group, Music Show, Escarcha … y Los Ranger. En verano, muchos de ellos hacían gira por los pueblos para tocar en las verbenas, que Ignacio recuerda diferentes a las de ahora: «La gente iba a la verbena a bailar, ahora se han convertido en pseudoconciertos».

En el año 76, Ignacio tiene que prestar servicio militar y, cuando vuelve, Los Ranger se reconfiguran, transformándose en Azimut. Comienzan a tocar en mayo del 78, sumergidos de lleno en La Movida, que también llegó a Guadalajara. «Tocábamos el rock de la época, sobre todo Los Beatles y Santana, que me gustaba mucho». Las verbenas seguían siendo una forma de dar conciertos, aunque siempre ajustando el repertorio musical a los gustos de la gente: «Por ejemplo, tocábamos el ‘Oye como va’, ‘Mujer de magia negra’ y de ahí, a la canción del verano. Y por supuesto, pasodobles». A Guadalajara empezaron a llegar rockeros de la época como Miguel Ríos, Asfalto, Guadalquivir… pero tal y como pasa ahora, no conseguían llenar. «En cambio, venía Manolo Escobar y no solo llenaba, sino que la gente trepaba por las paredes para poder entrar», recuerda. Y Azimut se colaba entre bambalinas para convertirse en sus teloneros.

Hombre Orquesta

Según Simón, lo que distinguía a Azimut del resto, es que tocaban música diferente y algunas veces en inglés. Llamó la atención incluso de alguna discográfica, pero el asunto no llegó a cuajar. «Antes, como ahora, había intereses más allá de los estrictamente musicales, pero en Guadalajara había muchas bandas buenas».

La aventura duró hasta abril del 89, cuando la banda se disolvió. En el año 90, y con algo de «mono» de escenarios, Ignacio se presenta en el Ayuntamiento con una oferta: tocar en fiestas acompañado de su teclado. La única condición que pone es que el por aquel entonces concejal de Asuntos Sociales, Luis Sevillano, se pasase a verle tocar.

Colaboración municipal

A los pocos días, una asociación de vecinos le ofrece un concierto y avisa a Sevillano. Cuando acaba, el concejal le dijo que subiese a su despacho. «Allí firmamos un convenio por 20 actuaciones, que se hicieron un poco de manera aleatoria. Esto fue en enero. A principios de mayo, ya se habían hecho las 20».

La colaboración entre Ignacio Simón, apodado «El Hombre Orquesta» -nombre del que no reniega, aunque aclara que se lo pusieron otros- y el Ayuntamiento se hace más estrecha: «Después llegaron las actuaciones en la calle Cifuentes, en otros centros sociales, e incluso llegaron a mandarme a las pedanías».

También llegaron los bailes de verano, las verbenas en la piscina e incluso una actuación en la plaza Mayor, que recuerda con especial cariño. «Allí solo he tocado una vez en mi vida, y ha sido uno de los momentos que más he disfrutado. Primero cantó el grupo de Chema Abascal y después estuve tocando yo simplemente para que la gente bailara. Eso fue hace 13 o 14 años, y lo recuerdo con mucho cariño».

Porque Ignacio Simón era éxito asegurado: en los buenos tiempos de las verbenas de la piscina calcula que podrían juntarse hasta 4.000 personas en el recinto. «La cosa fue decayendo, como todo. Mucha de la gente que iba, como era mayor, fallecía, y las nuevas generaciones no son iguales». Sin embargo, hasta hace tres semanas, un público fiel le esperaba en el centro de la calle Cifuentes. «Esos bailes cumplen una función social, porque, de otra manera, mucha gente no saldría de su casa en toda la semana», defiende Ignacio.

Y, según ha anunciado el Ayuntamiento, continuarán, aunque sin él al frente de los teclados. «Mucha gente me dice, no sé si de verdad, espero que sí, que me echan de menos. Eso se agradece. Me quedo con el cariño de todos ellos, que es la mejor parte de mi trabajo», y recalca que está muy agradecido a todas las corporaciones que han pasado por el Ayuntamiento y a la asociación El Infantado. Un trabajo que asegura no quiere que termine, «porque la música es como una droga, no te puedes quitar de un día para otro».

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