pazguato y fino

Nueve hombres sin piedad

Lo raro es que sólo dos de los seleccionados tuvieran la honradez de admitir sus prejuicios en el caso

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No están ni Sancho Gracia, ni José Bódalo o Manuel Aleixandre. Tampoco Henry Fonda ni Martin Balsam. E ignoramos si habrá un jurado Número Ocho que cuestione la opinión de sus compañeros y consiga revertir el consenso generalizado. Lo único que sabemos es que ya hay jurado para el juicio por la muerte de Asunta Basterra, nueve hombres sin piedad (y dos suplentes) que deberán abstraerse del circo mediático y la opresiva opinión pública para emitir un veredicto.

En el camino, en ese proceso para separar el grano de la paja, dos de los candidatos al jurado que habían pasado el primer filtro admitieron que serían incapaces de pronunciar una opinión distinta al prejuicio que ya tienen configurado en su subconsciente.

Lo raro no es que el sistema haya fallado aquí, lo raro es que sólo dos de los seleccionados hayan tenido la honradez suficiente como para admitir este secreto a voces: Porto y Basterra están sentenciados por la opinión pública.

No debe entenderse esto como un alegato sobre la inocencia de nadie, sino una crítica hacia una Ley del Jurado de formato gruyere, que salvaguarda la independencia de sus miembros en el momento de deliberar pero que les deja a su libre albedrío durante las distintas sesiones del juicio, esas que serán retransmitidas, debatidas y comentadas con el amarillismo habitual por no pocas televisiones ávidas de rellenar minutos de programas y de audiencias golosas.

Otra perla de la Ley: no puede ser jurado un profesional del Derecho, desde abogados a docentes. Es decir, que se prefiere a un lego antes que a un catedrático. Ya sabe, el próximo día que se vaya a operar no consulte al cirujano sino al repartidor de flores. Vaya Justicia.

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