Casco histórico de Sahagún
Casco histórico de Sahagún - g. g.
IDEAS PEREGRINAS

«Desde Rusia con amor»

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Muerto Valladolid, a la salida de Villalón con el frío del alba recién estrenada, montarse en la bicicleta tiene algo de calvario con gusto. No duele el culo todavía, no pesa el equipaje de momento. Pesan las horas y la madrugada anterior: porque el albergue estaba muy bien pero el de dos camas más allá roncaba como intentando romperse el alma. Empieza a clarear y me entran ganas de llamar a mi abuela y decirla que tenía toda la razón, que quién nos mandaría meternos esta idea peregrina en la cabeza.

La hospitalera era inglesa. Una señora de unos setenta, pelo blanco y voz con aire de té puntual a alguna hora concreta de la tarde. Le bailaban algunas palabras en español pero se hacía entender sobradamente.

Por la noche tuvo una bronca de lo más entretenida con un peregrino que llegó con su perro. «Dog duerme ahí» explicó señalando el vestíbulo. Con un enfado del quince le decía el señor que el perro también peregrinaba a Santiago, que no podía tratarle así. Y nosotros por detrás, contemplando la escena, no nos molestamos siquiera en contener la risa pensando donde llevaría las credenciales el perro.

Vamos a Sahagún enteros, «a rueda tendida» dice un paisano que va por el camino. «Guardad fuerzas que no llegáis a Santiago». No hablamos y solamente pedaleamos. Intento escribir mentalmente mientras pedaleo por optimizar el tiempo pero se ve que no puedo hacer dos cosas a la vez. Es en las bajadas cuando creo que me vienen leves ideas de una crónica genial que se esfuman, claro, con el siguiente esfuerzo. Pero en comparación con lo que está por venir vamos por la Castilla más llana y bruñida que cabe.

Al fin Sahagún; el Camino Francés. Sahagún está vacío. Entramos en un bar donde no queda nada, pero ya nos hemos sentado y no vamos a levantarnos otra vez. Hay una tortilla grande recién hecha. «¡Ponga media! ¡No se corte!». Por la tarde las etapas pesan menos, incluso haciendo más calor, pero nos gusta lo difícil y nos motivamos y vamos pasando pueblos y terruños de los que se nos graba la espadaña de su iglesia en la retina.

Es curiosa la provincia de León con su esplendor antiguo de reino y polvo. Hay tramos que se mezcla con Palencia y se pierde uno pero al final vuelve a encontrar las flechas amarillas. Antes de entrar a El Burgo Ranero vimos a una rubia con bandera rusa en la mochila, caminaba con paso rápido de piernas largas.

- Paramos ahí delante y nos hacemos los perdidos, eh.

Y esperamos haciéndonos alguna foto a la entrada del pueblo hasta que apareció la chica. Al vernos nos pidió que la hiciéramos una a ella, «please». Compartimos agua y barritas energéticas mientras nos contaba que el Camino lo está haciendo por convicciones religiosas –aprovechando sus vacaciones–. Por qué si no se va a hacer... Al seguir hacia Mansilla de las Mulas Jorge y yo nos lamentamos por primera vez de estar haciendo el camino en bicicleta, incluso habríamos tragado de buen grado con las ampollas de los pies. Por un momento pensé en llevar a Ekaterina montada sobre el manillar de la bicicleta. Después dijo que prefería seguir a su ritmo, a pie. Contrariados llegamos llaneando hasta León. Nos perdimos por el camino y sepa el lector que no es cosa fácil. Al final fueron noventa y muchos kilómetros. En la plaza de San Francisco había ambiente de copas.

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