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«Buen camino»

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De casa uno parte como si se fuera por meses a la mili y la madre le besa, le rebesa y repite mil veces que tengas cuidado, que si lleva el casco y no sé cuántas cosas más. La abuela por detrás se pregunta en voz alta que quién nos mandará meternos en estas aventuras, pero Jorge y yo llevamos hablando tres días seguidos nada más que de esto y sólo tenemos ganas de vernos encima de las bicicletas y empezar el Camino a Santiago.

Planificamos en tres días, que en verdad es como se planifica todo en la vida; cuando nos mentalizamos de que la cosa va adelante. La noche del domingo nos acostamos a las cuatro de la madrugada tras revisar frenos, arreglar un pinchazo en parado y algunos detalles más.

He de decir que soy experto en pinchar en seco. Hace años a punto de empezar el Camino en Frómista, nada más bajarme del tren, había pinchado la rueda delantera, eso sí, con mucho estilo como verá el lector. Por eso en esta ocasión decidí partir desde la puerta de casa, porque uno ya no puede fiarse ni de los imprevistos en los trenes.

A las diez de la mañana salíamos de la plaza de Poniente camino de Villalón, que está donde empieza a temblarle el pulso a la provincia. Al fondo y en las últimas. Mientras escalamos por Zaratán camino de Wamba, las faldas de los Montes Torozos, nos preguntamos si así será O`Cebreiro.

- ¿Esto es todo? ¡Estamos fuertes, Jorge! El puerto de O' Cebreiro lo coronamos mañana mismo.

La paramera es familiar y cansa. Es lo de siempre camino de La Mudarra pero más lento. Se aprecia el paisaje, en coche se mira pero se ve poco. Nos fijamos en que las encinas son una obra de arquitectura perfecta, cada una a su aire. Donde se le abre primero la boca a Tierra de Campos, por donde se desparraman los Torozos, bajamos fuerte. Espiga al fondo una giralda castellana. Santa María de Mediavilla en lontananza.

El Canal de Castilla está verde, pero después de unos kilómetros uno empieza a ver el agua con otros ojos.

- ¡Si en verdad la mierda pesa! ¡Baja al fondo! Si sólo bebemos de la superficie...

Ya O' Cebreiro se ve más lejos, un poco más alto. De Santiago no hablamos.

Atravesada en canal la provincia son sólo chopos solitarios y tapiales que suplican una mirada, o derrumbarse de una santa vez. Con el calor último del verano no quedan ni rebaños en las llanuras. Por el camino nos encontramos con pocos peregrinos; dos andando en el total de la etapa y van despacio, a pie. «Hemos salido esta mañana de Medina de Rioseco. A Santiago llegaremos cuando sea, lo iremos viendo». Les dejamos atrás al grito de «Buen Camino» que es lo que nos han explicado que hay que decir cuando te cruzas con un peregrino. Normas no escritas del Camino.

Al final llegamos a Villalón de Campos. En la Plaza Mayor hay ambiente y resaca de fiestas y junto al Rollo, la única justicia hoy la imparte un sol alto y claro.

A uno le gustaría escribir estas crónicas con algo más de literatura y lírica, dejarse el alma y la vida como en cada artículo, pero después de ochenta y tantos kilómetros el descanso llama. Mañana hay que levantarse a las seis y media. El albergue cierra a las ocho de la mañana.

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