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Universidad y transferencia

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La universidad española aceptó dos retos de gran trascendencia estratégica en la transición de los años setenta: la investigación, como un elemento clave en la vida académica, y la expansión territorial para facilitar y potenciar una mayor conexión con los ciudadanos e influir desde la proximidad sobre el desarrollo económico y social. En el siglo XXI tiene que superar la asignatura de la transferencia de los resultados de la investigación al tejido productivo para ofrecer al mercado productos y servicios de alto valor añadido. Son estrategias orientadas hacia la competencia de las personas, el conocimiento y la innovación, elementos imprescindibles para mejorar, en última instancia, la competitividad de cualquier nación.

Nadie duda de que en estos años la situación está cambiando, están emergiendo nuevas demandas sociales y ciudadanas, mucho más complejas que en el pasado, que necesitan de otras estrategias educativas, industriales, económicas y sociales para dar respuesta a una globalización en marcha, mucho más evidente ahora que hace tan sólo tres décadas.

En este escenario las universidades deben tomar conciencia no sólo de sus propias capacidades reales, sino también de aquellas inherentes al entorno económico y social más próximo en el que desarrollan su actividad. Deben pretender abarcar sólo aquellos campos del conocimiento en su oferta de títulos, en líneas de investigación y de innovación en los que una universidad es, o puede llegar a ser en un plazo razonable, estratégicamente competente, porque ahora más que nunca, la falta de competencia conduce inevitablemente a una falta de competitividad.

Es evidente que nuestra universidad necesita renovar aquellos planteamientos que se muestran o empiezan a resultar obsoletos y establecer estructuras organizativas más flexibles, que hagan posible tanto una extensión del conocimiento, una transferencia de resultados y de la tecnología, como también un desarrollo intelectual más crítico y más profundo, que capacite para generarlo. La estructura debe completarse con una formación a lo largo de la vida que permita no sólo mantener al día el conocimiento adquirido con la formación inicial, sino también complementarla con nuevos proyectos educativos en función tanto de las capacidades y necesidades personales, como de las laborales e intelectuales. En definitiva, una educación para los ciudadanos y una formación que se renueve a lo largo de la actividad laboral de una persona actualizando conocimientos y mejorando su preparación en el presente y para el futuro.

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