IMPERTINENCIAS LIBERALES

Estado caníbal

Esta preocupación por las afectaciones ambientales del turismo es más bien reciente, coincidiendo con una cierta expansión de la actividad

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El periodista y político Miguel Ángel González Suárez ha publicado, en el sitio especializado turiscom, un interesante artículo sobre las aportaciones gubernamentales al desarrollo turístico español. Es un recorrido histórico que nace en 1905 y que admite diversas interpretaciones.

Desde luego, la que hace el también presidente del Centro de Iniciativas Turísticas es una, pero uno se atreve a desafiar la convención políticamente correcta para suponer que podría haberse desarrollado de forma distinta y mejor, sin necesidad de una expansión tan extraordinaria de los burócratas en un sector que puede prescindir de tanta norma idiota y limitadora de la actividad de los hombres de acción, esto es, los empresarios a quien debió corresponder siempre la iniciativa.

El problema del trabajo de González Suárez es que da por supuesto que solo hay aportaciones benéficas al «pretender controlar el crecimiento inadecuado y preservar el medio ambiente del impacto negativo de un desarrollo turístico desordenado, aunque un cierto anarquismo estuvo siempre presente en la expansión turística española».

Esto es, el papel burocrático es de contención, el desorden es culpa de aquellos que precisan de ser aplacados en sus ansias depredadoras sobre el territorio.

A decir verdad, esta preocupación por las afectaciones ambientales del turismo es más bien reciente, coincidiendo con una cierta expansión de la actividad y advirtiendo que la ciudadanía estaba dispuesta a aceptar restricciones sobre el crecimiento si esto no resultaba «sostenible». Pero las inquietudes originales por el turismo estaban bien alejadas de este aparentemente inobjetable afán.

La idea siempre fue atraer divisas y desde el primer momento el poder político quiso volcar su actividad sobre la promoción para conseguir visitantes. Claro que, fiel a su naturaleza carnívora, el Estado pronto pasó a ocuparse de muchas más cosas, la protección de los monumentos, parques nacionales, creación de la red de Paradores y otras empresas públicas de transporte por carretera, mar y aire, desarrollar infraestructuras, facilitar el crédito para la construcción de hoteles y apartamentos, establecimiento de precios máximos y la fijación de calidades, entre otras muchas.

Incluso llegó a establecer el número de kilómetros que debían separar a los Paradores de los hoteles que quisieran abrir por más que es sabido que siquiera esa salvaguarda competitiva convierte en eficaz lo ineficaz.

En fin, el poder siempre canibalizó el turismo. Da la sensación de que puesto que está pensamos que lo necesitamos. Pero no estaría de más advertir que esa misma premisa progubernamental ha convertido al turismo en el objeto de deseo de eso que se llama la nueva clase política.

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