CONFIESO QUE HE PENSADO

La campaña

Y si a pesar de todo siguen sacando pecho es porque el nivel de exigencia por parte de los votantes se halla bajo mínimos

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No nos engañemos: la campaña electoral hace mucho tiempo que dio comienzo, en concreto cuatro años, porque el principal objetivo de cualquier organización política es perpetuarse en el poder, y para ello no queda otra opción que ganarse día a día las preferencias del electorado. En cualquier proceso de toma de decisión, en todo momento y en todo lugar, se sopesa la reacción de la ciudanía.

Pero ello no quiere decir que los dirigentes políticos actúen en todo momento al modo de un relojero suizo o de un santo al uso, porque precisamente para evitar una reacción adversa en la opinión pública, muchas de las decisiones se camuflan, haciéndolas parecer menos inquietantes. El problema surge cuando el gestor público, sabedor de que aun en el caso de que sea descubierta alguna irregularidad, los ciudadanos, lejos de afearle dicha actitud, van a mostrarse comprensivos, se anima a perpetuarse en el cargo, cuando no a aspirar a uno de mayor enjundia, a pesar de que moral y éticamente carece de las condiciones para ello.

Basta con echar un vistazo a las listas electorales que aspiran a gobernar las instituciones del archipiélago para toparnos con personajes cuyo pasado político se halla plagado de sombras y sospechas, o sencillamente figura la constatación de que se trata de pésimos gestores. Sin embargo, ello no les impide presentarse como los salvadores de la ciudadanía, poniendo además como aval –en lo que puede considerarse el colmo de los colmos– un periodo de gobierno plagado de errores, impericias o, sencillamente, corruptelas verificadas o sospechas de corrupción.

Y si a pesar de todo siguen sacando pecho es porque el nivel de exigencia por parte de los votantes se halla bajo mínimos, porque llegamos a ser tan irresponsables que ponemos nuestro futuro y nuestro dinero en manos de personas sobre las que se ciernen todo tipo de dudas, cuando no de miserables certezas. Cierto es que la oferta del supermercado político deja bastante que desear, pero somos nosotros mismos quienes hemos ido conformando tal oferta, nacida de nuestra desidia, con el paso de los años. Quien compra barato recibe un catálogo de saldos.

Y no parece que el panorama vaya a cambiar, que la ciudadanía de estas islas empiece a preocuparse seriamente de una vez por todas acerca de quienes rigen sus destinos. Muy al contrario, y a pesar de los desesperantes años que nos está tocando vivir, todo parece seguir igual. A pesar de todo, somos los mismos pusilánimes de siempre.

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