UNA RAYA EN EL AGUA

Getsemaní

Frente a quienes sufren penas de telediario, los líderes jornaleros convocan a sus arrestos como a un Getsemaní victimista

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La expresión «pena de telediario» alude a la dosis extra de oprobio que supone para un reo la retransmisión más o menos aparatosa de su apresamiento. Protegido jurídicamente por la presunción de inocencia, el sospechoso sufre el escarnio de una detención televisada que precipita su condena moral al margen de las consideraciones procesales y supone de facto un veredicto de culpabilidad evacuado por la opinión pública. Se trata de una experiencia humillante cuyo daño reputacional suele ser irreversible para cualquier sujeto incluso en la hipótesis de que resulte absuelto. A menudo esta clase de ejecuciones sumarias vienen dictadas por designios políticos; son variantes del abuso de poder que se ponen en marcha cuando la autoridad de turno necesita apelar al escarmiento mediático para aplacar estados de susceptibilidad colectiva.

La más reciente y célebre ocurrida en España fue la que afectó a Rodrigo Rato. Introducido en un coche policial con la mano de un agente en su nuca, el ex vicepresidente recibió ante decenas de cámaras previamente avisadas una dosis de vejación que abolía su derecho a la defensa por la vía expeditiva. Cuatro meses después la Agencia Tributaria aún no ha logrado poner en pie un alegato incriminatorio de base razonable, pero las consecuencias de esa imagen se han ramificado hasta provocar, torpe entrevista con un ministro mediante, un colateral escándalo político.

Existen sin embargo ciudadanos que han hecho de sus propias detenciones un espectáculo políticamente victimista. Profesionales de la insumisión que buscan réditos populistas al asumir la autoría de delitos socialmente contestados para denunciar supuestas injusticias. Gandhis de salón siempre dispuestos a ofrecerse en inmolaciones de boquilla. En esta estrategia, bien antigua por cierto, de algunos activistas más conocidos por su presencia en los medios de comunicación que en las comisarías, destacan hace tiempo los líderes del sedicente movimiento jornalero andaluz, con sus asaltos a supermercados y ocupaciones veraniegas de fincas. Sánchez Gordillo y los suyos son veteranos del escarceo estival que garantiza portadas y minutos de tele en medio de la sequía de noticias.

Es tal su afán de protagonismo mediático que las autoridades han decidido penalizarlos con el insólito castigo de restar relevancia a sus expectativas. Ayer Diego Cañamero, lugarteniente de Gordillo, convocó a los periodistas para asistir a su anunciado prendimiento por invadir una propiedad privada, deseoso de birlar un poco de atención a los asesinos de niñas. Se rodeó al efecto de algunos partidarios y de varios dirigentes podemistas. No hubo caso: la Policía decidió esperar a una ocasión menos concurrida. Y Cañamero se quedó sin su Getsemaní, tal vez pensando que el sistema es tan injusto que hace acepción de personas hasta para sufrir un arresto como Dios manda.

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