Víctimas colaterales

Por errores de identificación o balas perdidas, la «guerra sucia» contra la droga en Filipinas también se ha cobrado la vida de muchos inocentes

Florante Ignacio, funcionario de un «barangay» de Manila, denuncia que su hijo, Jhan Cyrell, no tomaba drogas y fue asesinado por «error» Pablo M. Díez

Pablo M. Díez

Además de yonquis y camellos de poca monta, en la «guerra sucia» contra la droga han caído víctimas colaterales que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. El caso más notorio es el de Kian De los Santos , asesinado en las redadas policiales que dejaron 81 muertos en Manila entre el 15 y el 18 de agosto del año pasado. Frente a la defensa propia que argumentaban los agentes, una grabación de las cámaras de seguridad reveló que el muchacho, de 17 años, había sido arrastrado hasta un callejón oscuro, donde le pegaron un tiro pese a suplicar que le dejaran marchar porque tenía un examen al día siguiente.

Los padres de Jhan Cyrell , que cumplió 18 años en junio y fue asesinado el 7 de julio, también piensan que fue tiroteado por error , ya que se encontraba con amigos que no consumían drogas. «Se acababan de hacer pruebas médicas para entrar en la Universidad y estaban limpios», explica abatido su padre, Florante Ignacio, quien entrenaba al baloncesto a sus amigos. A este funcionario del «barangay» (barrio) de Tinejeros le tocó recoger a su hijo con un balazo en la cabeza. «Como católico, estoy contra estos crímenes porque creo en el derecho a la vida y todo el mundo puede cambiar», declara con integridad antes de pedir «justicia, no venganza» .

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