Rusia recupera con dificultad su antigua influencia en la Europa del Este

La invasión de Praga por los tanques soviéticos hace 50 años desencadenó una percepción negativa de Moscú similar a la que ahora produce su injerencia en Ucrania

Carros de combate ucranianos, en febrero de 2017, en la región separatista prorrusa de Donetsk REUTERS

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Muchos analistas rusos admiten la existencia de un paralelismo directo entre el aplastamiento de la Primavera de Praga por fuerzas del Pacto de Varsovia , que se recuerda ahora en su 50 aniversario, y lo sucedido en Ucrania en 2014. Tras la Revolución del Maidán , Kiev vio cómo Rusia le arrebataba Crimea e incitaba una guerra en dos de sus provincias orientales.

Moscú empleó en Checoslovaquia y en Ucrania sus tropas para impedir intentos democratizadores, frenar alineamientos con bloques que el Kremlin percibe como hostiles y frustrar el deseo de zafarse del dictado del Imperio Rojo, ya desaparecido pero que con tanto empeño trata de restablecer Vladímir Putin.

Hace solo cincuenta años La memoria de la invasión soviética de Checoslovaquia sigue lastrando los esfuerzos de la diplomacia rusa para volver al Este. ABC

Alexander Dubcek propició en su país, en 1968, libertades inaceptables para la cúpula soviética. Quienes salieron a las calles en Kiev entre finales de noviembre de 2013 y febrero de 2014 también anhelaban un país más democrático, abierto, sin corrupción y desarrollado económicamente. En ambos casos el Kremlin actuó sin contemplaciones.

Refiriéndose a la invasión de Praga por fuerzas del Pacto de Varsovia , en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968 , el escritor ruso, Víctor Shenderóvich, asegura en su blog que «actuamos entonces como simples ocupantes». «La historia nos dio después una segunda oportunidad de cambiar de rumbo, pero la desperdiciamos. Medio siglo después seguimos con lo mismo», asegura.

No obstante, los que hoy día en Rusia piensan que la actuación del Pacto de Varsovia en Praga hace 50 años fue correcta superan a los que opinan lo contrario. Según un reciente sondeo del instituto sociológico ruso Levada-Tsentr, el 36% respaldaron la reacción de Moscú a la Primavera de Praga, el 19% se mostraron desfavorables y el 45% no supo qué contestar.

Aumento de la disidencia

Pero la represión del intento de construir en Checoslovaquia un «socialismo con rostro humano» creó un estado de ánimo entre la población de la Unión Soviética y de sus países satélites en la Europa del Este de recelo hacia el régimen comunista. La disidencia empezó a tomar alas y se fue extendiendo paulatinamente.

Dos décadas después, el comunismo se desmoronaba. Primero fue en Polonia, después en Hungría, a continuación en la República Democrática Alemana (RDA), con la caída del muro, luego le llegó el turno a la propia Checoslovaquia, a Bulgaria y Rumanía. La URSS se desintegró en 1991.

Shenderóvich y el concejal de San Petersburgo del partido liberal Yábloko, Borís Vishnevski, coinciden en señalar que la «agresión» de Rusia a Ucrania (la anexión de Crimea y la ayuda armada a los separatistas de las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk) han provocado un movimiento de solidaridad con Kiev y de repulsa hacia Moscú por parte de las poblaciones de muchos de los países que formaron parte del Pacto de Varsovia, similar al que generó la visión de los tanques soviéticos enfrentándose a los habitantes de Praga.

Es verdad, sin embargo, que Moscú ha logrado restablecer parte de su influencia en la República Checa, uno de los dos fragmentos surgidos de la desaparecida Checoslovaquia, y en Hungría. Sus dos actuales líderes, el presidente checo, Milos Zeman , y el primer ministro húngaro, Viktor Orban , admiran sinceramente a Putin y le dan la razón.

Pero entre los países del antiguo «telón de acero» predominan los que, a causa de lo sucedido en Ucrania, mantienen muy tensas relaciones con Moscú (Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Bulgaria y Rumanía). La causa principal del enfrentamiento y los reproches se debe al despliegue de fuerzas de la OTAN en sus territorios, solicitado por sus propios gobiernos para hacer frente a la «amenaza rusa». Esos mismos estados, especialmente Polonia, mantienen dentro de la Unión Europea posiciones muy beligerantes hacia Moscú.

Pero Putin no se rinde. Le acusan de comprar voluntades, financiar partidos populistas y tratar de interferir en los procesos electorales, no sólo de sus antiguos aliados, sino del resto de Europa y también de Estados Unidos. De momento, el duelo no está siendo muy favorable para Rusia, a juzgar por el daño que las sanciones están haciendo a su economía. El rublo, la moneda nacional , se sigue debilitando mientras los inversores continúan buscando lugares más seguros para hacer negocios.

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