Pedro Rodríguez - DE LEJOS

Anticipando la post-pandemia

La receta contra el coronavirus empieza a incluir la reformulación de un nuevo contrato social

Pedro Rodríguez

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¿Qué haría Franklin Delano Roosevelt? En estos días, con más incógnitas que certezas, el presidente número 32 de EE.UU. vuelve a estar de moda. La «crisis biológica» en la que estamos inmersos tiene sobradas hechuras dramáticas como para fomentar comparaciones con los desafíos encadenados de la Gran Depresión y la IIGM. En este debate sobre la post-pandemia, se empieza a reflexionar sobre la imposibilidad de exigir tan enormes sacrificios contra el Covid-19 sin acometer eventualmente la reformulación de un nuevo contrato social.

Entre las lecciones de liderazgo de FDR, revisitadas bajo el prisma del coronavirus destacaría la fusión de ideales (retratados por Norman Rockwell en la serie sobre «Las cuatro libertades») con la materialización de un nuevo contrato social para EE.UU., a través de los programas englobados en el New Deal. Desde su toma de posesión en marzo de 1933, tres meses después de que Hitler se convirtiera en canciller de Alemania, Roosevelt se dedicó nada más y nada menos que a salvar el capitalismo, y de paso la democracia liberal.

En su haber se encuentra la implementación de una red básica de protección social: pensiones para jubilados, cobertura para desempleados y asistencia para los incapacitados. Nuevas y estrictas regulaciones contra los abusos financieros y un titánico esfuerzo keynesiano para reactivar la economía americana, literalmente poniendo a todo el mundo a trabajar. Todo dentro de un protagonismo/intervencionismo de lo público que tanto rechinaba frente a la tradición americana del laissez faire, laissez passer.

En anticipación a la post-pandemia -como Roosevelt hizo en 1941 con la Carta del Atlántico- toca pensar en una nueva generación de reformas radicales. Tal y como ha argumentado el consejo editorial del «Financial Times», ese nuevo contrato social debería incluir la concepción de los servicios públicos como inversiones y no como pasivos, mercados laborales menos inseguros y un renovado esfuerzo de redistribución contra la desigualdad viralizada, incluso con iniciativas que hasta marzo se consideraban más bien excéntricas como la renta básica y mayores impuestos sobre la riqueza.

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