Media vida en la cárcel por el crimen de otro

Tras 22 años preso por un homicidio que no cometió, Halim Flowers cuenta a ABC que se ve víctima de una cultura de droga y violencia. Ahora, sin rencor, tiene ganas de «cambiar la sociedad» y «ganarse la vida». Hay muchos casos similares

David Alandete

David Alandete

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El 20 de marzo las puertas de una prisión de Washington se abrieron y Halim Flowers salió de ella vestido de blanco, con paso cauteloso, una sonrisa en la cara y sin miedo a las incógnitas del futuro. Había entrado a la cárcel de niño, con solo 16 años . Salía de ella 22 años después, ya un hombre en plena madurez, decidido a ganarse la vida como escritor, fotógrafo, diseñador, humanista. A pesar de todas sus penurias —de haber pagado un precio desorbitado por un delito que cometió otro, de recibir una condena de 40 años a pesar de ser menor de edad, de haber visto esfumarse toda su juventud arrastrado de una prisión a otra— Flowers es una persona asombrosamente carente de rencor. No tiene malas palabras, carece de enfado, no sabe de venganzas. Sólo piensa en el futuro, no tiene tiempo que perder.

«Salí listo para trabajar, para convertirme en un artista, para seguir escribiendo, con ganas de cambiar la sociedad, de ganarme la vida por mis propios medios», dice ahora Flowers a ABC en su estudio de Washington. «En América las cosas no son fáciles si naces negro y pobre, y es más duro si además debes reinsertarte en la sociedad. Pero yo he salido decidido a no quedarme limitado, no quiero ser un esclavo, renuncio a la pobreza intelectual, me he convertido en un librepensador, no quiero más cárceles, físicas o mentales».

«Salí con ganas de cambiar la sociedad, de ganarme la vida por mis propios medios»

Washington hoy es una moderna ciudad de la que todos parecen ir y venir, en un permanente trasiego de políticos, diplomáticos y periodistas. Pocas son las personas que nacen en esta capital en constante cambio y expansión. Flowers es una de ellas, washingtoniano de verdad, nacido en 1980, hijo de los años de la revolución conservadora de Ronald Reagan. Pero la ciudad en la que hoy vive por fin libre no tiene nada que ver con la que dejó atrás para entrar en la cárcel en 1997.

Aquel Washington, ya olvidado, era la capital criminal del país, durante sus años más oscuros y violentos. Sólo en el aciago año de 1997 hubo en la ciudad 300 homicidios, 218 violaciones, 4.500 asaltos a mano armada, 5.600 viviendas allanadas, 7.500 coches robados, según los archivos policiales. La droga mandaba en la calle. El «crack» arruinaba vidas y destrozaba familias. Hasta el que entonces era alcalde, Marion Barry, había sido grabado en una operación policial fumando «crack». No había más ídolos que la avaricia, adorada desde Wall Street hasta las calles del gueto. A un joven de raza negra, nacido en una familia modesta como Flowers, escapar de la angustiosa dictadura del «crack» le fue imposible.

Juzgado como un adulto

¿Qué le falló a un niño de 16 años implicado indirectamente en un homicidio ? «Aquí en América se dice que se necesita a todo un pueblo para criar a un niño», dice Flowers tras meditar durante apenas un minuto. «Si fui víctima de algo fue de una serie de hábitos que la sociedad normalizó: el tráfico y consumo de “crack”, la cultura de agresión sexual, la solución de todos los problemas con un arma de fuego, la violencia doméstica, una batalla constante. Eso era Washington en los 80 y 90».

Flowers fue detenido en su instituto el 20 de enero de 1997. Esposado, fue trasladado al retén por una docena de agentes sin que ninguno le revelara el motivo de su detención. Ya en la comisaría, después de ocho horas atado a una silla y sin poder hablar con sus padres o un abogado, un detective le informó de que se le acusaba de homicidio premeditado, que seria juzgado como un adulto y que pasaría el resto de su vida entre rejas.

Halim Flowers entró en la cárcel con 16 años. Salió 22 años después ABC

El problema es que según el atestado policial Flowers no apretó el gatillo. El 26 de diciembre de 1996, drogado y bebido, entró con un arma en la mano en un apartamento y trató de irse con 20 dólares de uno de los inquilinos, Elvern Cooper, de 51 años. La víctima forcejeó y Flowers se fue, con la pistola pero sin el dinero. Afuera le esperaba un colega, que se negó a irse con las manos vacías. Los dos volvieron al mismo apartamento, esta vez por la puerta trasera. Cooper, la víctima, se escondió en el dormitorio. El amigo de Flowers disparó a través de la puerta, hiriéndolo de muerte. El autor material nunca fue condenado por este delito, aunque sí por otro. Los platos rotos de este caso en concreto los pagó Flowers, ya que según la ley un cómplice en un delito grave con resultado de muerte puede ser juzgado como homicida, aunque sea menor. Resultado: condena a 40 años sin condicional.

«Fui víctima de una serie de hábitos que la sociedad normalizó: el tráfico y consumo de “crack”, la cultura de agresión sexual, la solución de todos los problemas con un arma de fuego, la violencia doméstica, una batalla constante. Eso era Washington en los 80 y 90»

Flowers afirma que no es una persona violenta. «No soy una anomalía. Es un caso muy común. Lo que desarrollé de muy joven fueron reflejos violentos para sobrevivir. Es natural cuando la gente es asesinada a tu alrededor, van cayendo uno a uno, y entonces te nace el instituto de supervivencia», explica. Probó el “crack” a los 13 años. Comenzó a venderlo meses después. Con 15 años, otro traficante le había puesto precio a su cabeza. Flowers le disparó. Fue arrestado, detenido y condenado a la condicional por asalto con intento de homicidio. Sumaba dos condenas menores cuando fue detenido por tercera vez y enviado a prisión.

En 2017, el gobierno local de Washington aprobó una ordenanza municipal para reducir las condenas desproporcionadas de menores de edad que han hecho propósito de enmienda en prisión. Flowers es uno de los primeros en beneficiarse de ella. EE.UU. tiene la mayor población carcelaria del mundo: 2,3 millones de presos, al menos 63.000 de ellos menores, según Prison Policy Initiative.

Flowers se esmeró en prisión: estudió derecho, historia y filosofía; se apuntó a recibir clases de la universidad de Georgetown, y escribió 11 libros. Hoy desarrolla sus muchas dotes artísticas en la incubadora de talento Halcyon Arts Lab, creando poesía, fotografía y hasta moda. Además asesora a otras víctimas de condenas desproporcionadas.

Flowers entró a prisión con Bill Clinton en la Casa Blanca y sale con Donald Trump en ella. Preguntado por si se vería con el presidente para pedirle una reforma del sistema penal, Flowers responde afirmativamente: «Como dijo Malcolm X, estoy dispuesto a trabajar con todos, a encontrarme con quien sea y a ir a cualquier lugar con tal de hacer lo que tengo que hacer».

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