Una mujer sudanesa en la cola para votar al referéndum de autodeterminación de 2011
Una mujer sudanesa en la cola para votar al referéndum de autodeterminación de 2011 - epa

El país más joven del mundo celebra su cuarto aniversario con dudas sobre su futuro

El actual conflicto que asuela Sudán del Sur ha dejado miles de muertos y de desplazados por la violencia

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Son las once de la mañana y en la vivienda de Lam Akol comienza a oler a pescado. Partícipe del aroma que se distribuye desde la cocina hacia las fosas nasales, nuestro anfitrión se permite el primer inciso. Afuera de la vivienda, alejados de diatribas políticas, tres niños juegan entre la basura, la bosta, la mierda sin eufemismo.

«Estamos en el filo (del abismo). Si esta guerra continúa por uno o dos años más, será un desastre», sentencia nuestro cicerone antes de levantarse del sofá.

A sus 64 años, Akol representa, con mayúsculas, la historia reciente de Sudán del Sur; un país agitado como las pulseras de colores que decoran su tobillo izquierdo.

En 1986, Akol ingresaría en el Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA), milicia que combatía contra el Gobierno norteño de Jartum.

Por entonces, el verdadero interés de rebeldes no era la independencia de Sudán del Sur, sino la generación de un nuevo Estado donde las poblaciones del norte y del sur pudieran vivir en igualdad de condiciones.

En 1991, las desavenencias de Akol con el fundador del SPLA, el ya fallecido John Garang de Mabior, motivarían la escisión del grupo en una nueva formación, el SPLM/A-Nasir.

Junto a Akol marcharía también Riek Machar, a quien la historia reserva un capítulo aparte. Entonces, el conflicto interno fue calificado con sorna como la «revolución de los doctores» (tanto Machar como Akol cuentan con doctorados universitarios, al contrario de sus rivales políticos, Garang o Salva Kiir, curtidos exclusivamente en la lucha de guerrillas).

«En aquellos momentos estábamos apelando a la democracia interna dentro del partido. El movimiento solo tenía una estructura de liderazgo», señala nuestro anfitrión, quien se disculpa por el calor que ahoga la vivienda, situada en pleno centro de la capital de Sudán del Sur, Juba. En contraste a la solvencia económica que destila su interior, desde hace días la totalidad del barrio se encuentra sin electricidad, una situación para nada extraña en esta localidad.

«No sabíamos cuál era la razón verdadera de nuestra lucha. A pesar de los llamamientos para la creación de un 'Nuevo Sudán' secular, nuestras tropas no contaban con suficientes integrantes del norte, por lo que éramos vistos más como un movimiento de secesión, que de unidad nacional», añade.

Ya en 1994, un nuevo conflicto interno volvería a separar los caminos de Machar y Akol, quien acabaría formando su propio grupo. No obstante, los acuerdos de paz de 1997 provocaron que algunos miembros de las fuerzas rebeldes comenzaran a ver con otros ojos a su vecino norteño. Por entonces, se estima que al menos 1,3 millones de personas habían perdido la vida en el conflicto entre el norte y sur. Tocaba apretar los dientes y mirar hacia Jartum en busca de esperanza.

Fiel reflejo de este juego de alianzas, por cuatro años Akol ocuparía el cargo de ministro de Transportes en el Gobierno sudanés de Omar al Bashir, así como el de Exteriores entre 2005 y 2007. Finalmente, la idea de «Nuevo Sudán» unido y renovado se perdería en el olvido. ¿La única alternativa? La generación de un Sudán del Sur independiente.

Momento de caminar solos

El 9 de enero de 2011, los sueños de futuro de Akol y de la mayor parte de los sursudaneses fueron finalmente capitalizados, en un referéndum para la independencia de su vecino norteño. Entonces, el plebiscito sería respaldado por el 99% de la población y solo seis meses después, el 9 de julio, se produciría la declaración oficial. Tiempos históricos que desembocarían en la generación del Estado más joven del mundo.

Ahora, cuatro años después, poco o nada hay que celebrar, con un nuevo conflicto desangrando el país. El origen de la crisis se remonta a finales de 2013, cuando el actual presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir (dinka), acusó a su histórico rival político, el exvicepresidente Riek Machar (nuer, recuerden, aliado hace unos párrafos de Lam Akol), de planear la toma del poder por la fuerza, lo que degeneró en una guerra inter-étnica en ciertas regiones del país.

En la noche del 15 de diciembre de 2013 las fuerzas armadas detuvieron en Juba, la capital, a cientos de hombres nuer (como Machar) y los condujeron a una dependencia policial del barrio de Gudele. Al día siguiente, según testigos, hombres armados comenzaron a disparar de manera sistemática a través de las ventanas del edificio y mataron a entre 200 y 300 personas. Desde entonces, el conflicto se extiende por el país.

«Ésta es sola una lucha por el poder», asegura Akol, mascando las palabras. «Kiir y Machar son culpables de la actual crisis, así como la vieja cúpula que se sublevó», añade el ahora líder de la oposición política, y quien acusa a ambos líderes de buscar apoyo del norte para continuar su guerra interna.

Entretanto, en un conflicto excusado en la etnia, pero cimentado en la economía, las matanzas se prodigan. Para muestra, un botón.

El pasado mes de mayo, en conversación con ABC, James Gatdet Dak, portavoz del ala militar de los rebeldes liderados por el exvicepresidente Riek Machar, aseguraba que su grupo había pedido a todas las empresas petroleras que operan en el estado del Alto Nilo, norte de Sudán del Sur, que interrumpieran sus operaciones y evacuaran a su personal de forma inmediata.

«El Gobierno utiliza los beneficios del crudo para continuar financiando la guerra», destacaba a este diario. De igual modo, el portavoz rebelde aseguraba que sus tropas habían capturado la ciudad de Melut, mientras que los combates se extendían a cinco kilómetros, en los campos petrolíferos de Paloch.

«Muy pronto los campos petrolíferos del país estarán bajo nuestro total control», destacaba a este diario Gadet.

La afección del militar por este trozo de tierra era lógica. Recrudecidos los enfrentamientos, la región petrolífera del Alto Nilo es la única que continúa funcionando con normalidad. Y de aquí, el Gobierno de Juba obtiene 160.000 barriles de crudo al día.

De momento, eso sí, la predicción de Gadet no se ha cumplido.

El rumor de la frontera

¡Jrrrrr! Curtido en mil batallas, Kuol Manyang Juuk, ministro de Defensa de Sudán del Sur, apenas se inquieta por el sonoro golpe de viento. A mi espalda, y a su delantera, el causante del estruendo, su asesor, dormita entre sonoros ronquidos. Sin embargo, una simple mirada del jefe basta para despertar del sueño al subordinado.

Durante las últimas dos horas, el ministro Juuk ha recorrido la historia bélica de Sudán del Sur. Mientras, ajenos a la sangre, corretean por su vivienda algunos niños. «Son del servicio, no míos», nos asegura el ministro.

Que nadie se engañe, cuatro años después de la independencia, y de forma paralela a las disputas internas, el conflicto fronterizo entre Sudán del Sur y Sudán aún continúa. Por ejemplo, en virtud de los acuerdo de paz de 2005, la región de Abyei cuenta con un estatus administrativo especial, regido por un gobierno compuesto por fuerzas del sureño Ejército de Liberación Popular de Sudán, así como por oficiales pertenecientes al Partido del Congreso Nacional, liderado por el presidente norteño Omar al Bashir.

A pesar de ello, en octubre de 2013, en un referéndum oficioso, el 99,9% de la población mostró su apoyo a una futura unión con el Sur debido a su mayor identificación étnica, religiosa y cultural. Entonces, los resultados no fueron reconocidos por el Gobierno de Jartum.

Por tanto, la delimitación de Abyei ha demostrado ser, hasta hora, la cuestión más complicada de resolver desde la independencia de Sudán del Sur en 2011. Más aún que la determinación del resto de la frontera Norte-Sur o la división de los ingresos petroleros.

«La gente de Abyei se considera sursudanesa», asegura el ministro Juuk con una voz de suspiro. «No vemos un final a este problema. Se encuentra cautivos y oprimidos dentro de su propio país», asevera el militar.

Otro caso similar es el de Heglig, un enclave vital en las disputas económicas entre ambos actores. De esta zona, el Norte obtiene la mitad de su producción diaria de crudo, 115.000 barriles.

La razón es simple. Desde la última demarcación oficial de sus fronteras en 1956, Sudán del Norte se ha negado siempre a negociar los territorios en conflicto con el Sur, ya sea dentro de un tribunal de arbitraje de Naciones Unidas o a través de contactos de alto nivel político.

Los eternos niños soldado

Embutido en unos vaqueros de talla pre-adolescente que no cuadran con su edad biológica, Deng Bol Aruai echa un leve vistazo a su silla de ruedas.

Aruai es el actual líder de la Fundación Ejército Rojo, una organización creada para honrar la memoria de aquellos que combatieron por la independencia de Sudán del Sur.

Imagen viva de una gloria pasada, difuminada por la cruda realidad del presente, a cada golpe de palabra, este sursudanés se hunde poco a poco en el sillón de la cafetería donde ha aceptado reunirse con nosotros.

«A mediados de los 80, durante la guerra, buena parte de los niños que llegaban a los campos de desplazados internos, algunos de solo cuatro o cinco años, sufrían diversos tipos de maltrato. Por ello, surgió la idea de crear un grupo que los instruyera y organizara. Así comenzó el Ejército Rojo», asevera Aruai.

Con ayuda de su asistente, este sursudanés que ya supera la cuarentena accede a varios documentos situados en su silla de ruedas. Un amasijo de hierros al que quedó postrado debido, dice, a una dolencia similar a la polio, que fue agravada durante los años de la peregrinación en el desierto.

«Las condiciones eran muy duras», asegura Aruai. En 1987, con solo diez años, llegaría a uno de los centros de campos de refugiados situados en la frontera con Etiopía.

Muchos de estos niños serían entrenados en centros militares del país vecino, apoyados por la dictadura marxista de Mengistu Haile Mariam, y que veía con buenos ojos la lucha emancipadora de Sudán del Sur.

Sin embargo, en 1991, tras la caída del régimen y ante las constantes bajas en el campo de Marte, el toque de corneta cruzó la frontera y el SPLA comenzaría a servirse de estos jóvenes para configurar el núcleo de su lucha por la independencia. «Se llamó a la movilización general. Constantemente recibíamos noticias de compañeros que habían fallecido en el frente», asegura Aruai. En 1994, un informe de Human Rights Watch, denunciaba las cruentas implicaciones de niños soldado en el conflicto, algunos de apenas 12 años de edad.

Más de dos décadas después, la situación no es mucho mejor para algunos menores en el país africano.

Recientemente, Naciones Unidas denunciaba el secuestro de 89 niños que preparaban sus exámenes en la comunidad de Wau Shilluk, en el Estado del Alto Nilo, durante un asedio de esta localidad ocurrido los días 15 y 16 de febrero. El suceso apenas se propagó como un suspiro en el mundo social, a pesar de que muchos de ellos apenas contaban con doce años de edad.

Entonces, el dedo acusador señaló a una milicia alineada con el Gobierno de Sudán del Sur y capitaneada por el líder local Johnson Oloni, que se serviría de ellos para su incorporación al frente como niños soldado.

No era el único caso. A finales de enero, la Facción Cobra del Ejército Democrático de Sudán del Sur accedía a liberar a unos 3.000 niños soldado de entre once y 17 años, de los cuales un primer grupo de 280 menores ya han sido entregados. En este sentido, la ONU calcula que, sólo en el último año, los grupos armados de Sudán del Sur han reclutado a 12.000 jóvenes.

Cuatro años después, el sueño de la independencia de Sudán del Sur aún produce monstruos.

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