El primer ministro británico, David Cameron
El primer ministro británico, David Cameron - AFP

Los euroescépticos conservadores apoyan en el Parlamento el referéndum de Cameron

En el debate el ex ministro tory Owen Paterson lo acusó de querer amañar el resultado de la consulta a favor del «sí» a Europa

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La sangre euroescéptica de parte de la bancada tory no llegó finalmente al río y el Parlamento Británico ha aprobado en la tarde del martes, por 544 votos a favor y 53 en contra, la ley de convocatoria del referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la UE que ha impulsado Cameron. Los únicos votos en contra fueron los del Partido Nacionalista Escocés (SNP), que es marcadamente europeísta y se opone a la consulta.

A pesar de que al final sus diputados díscolos lo apoyaron, el modelo de referéndum de Cameron mereció críticas duras de dos de sus propios parlamentarios. Owen Paterson, ex ministro conservador de Medioambiente y distinguido eurófobo, acusó directamente al primer ministro de querer “amañar” el resultado de la consulta en favor del «sí», al haber eliminado esta vez el habitual período de no intervención del Gobierno previo una votación.

Ese plazo en la jerga política inglesa se conoce como «purdah» y el Gabinete se inhibe de opinar y de invertir dinero público en informar sobre el asunto que se debate, es decir, no toma partido por ningún bando. El plazo del «purdah» si se observó en la pasada campaña del referéndum escocés.

Curiosamente, el europeísta Dominic Grieve, un diputado conservador que fue fiscal general, coincidió con la crítica de su compañero euroescéptico y llegó a decir que «el referéndum podría llegar a considerarse ilegítimo si el público percibe que no es justo».

El encargado de contestar a la cuña de su propia madera fue el ministro de Exteriores, Philip Hammond, que paradójicamente es más bien contrario a Europa y se veía a acusado por los suyos de estar ayudando al «sí» a la UE con el modo que ha elegido el Gobierno de organizar la consulta. Hammond replicó que sería «poco operativo e inapropiado» impedir que durante la campaña los ministros no puedan hablar de cuestiones europeas y aseguró que el Ejecutivo no tomará partido ni por el «sí» ni por el «no». Sin embargo, es un secreto a voces que Cameron quiere en el fondo seguir en Europa y a la más mínima concesión mínimamente vendible que logre de sus socios pedirá el «sí».

Pero el debate Europeo, una discusión antigua y enquistada en el Partido Conservador ya desde los días de Thatcher y Major, seguirá dando juego. Por ejemplo, a primera hora del día, Boris Johnson, el todavía alcalde de Londres, que aspira a suceder a Cameron en 2020, dijo en un programa de televisión que el primer ministro debería dar libertad de voto a los suyos en la consulta. Una pequeña patada en la espinilla de su jefe, que acababa de ponerse colorado con el asunto, pues el domingo había dicho que echaría de su Gobierno a todo aquel que defendiese la salida de la UE y el lunes tuvo que rectificar, con un peregrino «se han malinterpretado mis palabras», que en realidad habían sido bastante caras.

Los tories tienen un problema: el cerebro les dice que económicamente lo mejor para el Reino Unido, aunque sea a regañadientes, es seguir en Europa, pero el corazón les dicta lo contrario, la querencia nacionalista de defender una mayor soberanía local.

Por su parte los laboristas apoyaron la ley de consulta, aunque pedirán el «sí» a la UE. Han aclarado también que no harán campaña conjunta con los conservadores, incluso aunque apoyen también la permanencia. La razón es que la última vez que fueron de la mano con los tories, en el referéndum escocés, se encontraron que en las elecciones generales el electorado de allí los barrió del mapa.

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