Exterior del Teatro de la Huchette, donde se representa «La cantante calva» desde 1957
Exterior del Teatro de la Huchette, donde se representa «La cantante calva» desde 1957 - j. p Quiñonero

Los griegos de París

La huella griega en París tiene muchos rostros, esenciales, en muchos casos

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Azorín-corresponsal y enviado especial de ABC- solía refugiarse en una iglesia griega, la de Saint-Julien le Pauvre, que sigue sirviendo de cobijo y oficiando cada domingo, entre Notre-Dame y el árbol más antiguo de París, plantado en el siglo XVII.

Griegos de la diáspora refugiados en París, Cornelius Castoriadis fue uno de los patriarcas de la crítica del Estado totalitario soviético, Kostas Papaïoannou fue saludado por Raymond Aron como uno de los grandes reformadores del pensamiento griego moderno, Costa-Gavras, el gran director de cine, ha seguido la crisis euro griega, temiendo que los alemanes «hayan dado pruebas de racismo hacia los griegos».

En el corazón de un Barrio Latino convertido en algo así como «zoco multicultural», uno de los teatros donde se fundó el teatro contemporáneo está hoy rodeado de restaurantes griegos.

En ese teatro, el Teatro de la Huchette, sigue representándose a diario, desde 1957, «La cantante calva», una de las obras canónicas de Ionesco, uno de los patriarcas del teatro del absurdo, con Samuel Beckett.

Una historia excepcional

Quizá se trate de una historia excepcional, con rarísimos antecedentes: un teatro que presenta ininterrumpidamente una obra ya clásica, desde hace cincuenta y ocho años. La ciudad, el barrio, la calle, han sufrido incontables metamorfosis. Pero la obra de Ionesco sigue representándose ininterrumpidamente desde 1957. El padre de Charles Aznavour tuvo un restaurante junto a ese teatro. Desde hace años, Ionesco y una de sus obras maestras cohabitan con el rosario de restaurantes griegos que han proliferado en esa calle, despidiendo unos perfumes orientales (digámoslo así) muy del agrado de quienes aman las emociones gastronómicas fuertes; fortísimas, en este caso.

Perfumes griego/orientales que no siempre son del agrado de la diáspora más acomodada que suele encontrar refugio en los más selectos hoteles parisinos. Hace años que Nana Mouskouri vuelve a París varias veces por año, disfrazada de turista californiana. Nikos Aliagas, hijo de un sastre griego condenado al destierro, oficia de gran animador radiofónico. En la histórica jornada del día 11 de este mismo mes de enero, cuando París se convirtió en capital mundial contra la barbarie terrorista, Costa-Gavras estuvo fotografiando la gran manifestación callejera. Y esas fotos quizá se formen parte de una nueva película, con la crisis euro griega al fondo.

«París es una fiesta que no se acaba nunca», decía otro viajero que no era griego, Ernest Hemingway, en un texto mítico sobre un desaparecido café de la plaza de Saint-Michel, donde los bocatas griegos hacen furor.

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