Los líderes que cambiaron el rostro de Europa
Kohl, en una convención de la CDU en 1981
25 años de la caída del muro de berlín

Los líderes que cambiaron el rostro de Europa

Figuras ya históricas como las de Mijail Gorbachov, Ronald Reagan o el Papa Juan Pablo II fueron los artífices de un acontecimiento histórico

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Figuras ya históricas como las de Mijail Gorbachov, Ronald Reagan o el Papa Juan Pablo II fueron los artífices de un acontecimiento histórico

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  1. Helmut Kohl, el canciller que despertó el orgullo de ser alemán

    Kohl, en una convención de la CDU en 1981
    Kohl, en una convención de la CDU en 1981

    La caída del Muro, el 9 de noviembre de 1989, dio paso a la reunificación de Alemania un año más tarde, el 3 de octubre de 1990, y consagró la entrada en la historia del canciller de la Alemania Federal, el democristiano Helmut Kohl. Pero la estrella del líder democristiano alemán, doctor en Historia y educado en una familia conservadora y católica alemana, había comenzado a brillar varios años antes. Cuando Kohl accedió a la Cancillería en Bonn, en 1982, la mitad libre de Alemania vivía sumida en la perplejidad económica y política. El paro era masivo, y el canciller socialdemócrata, Hemlmut Schmidt, se planteaba un hamletiano dilema en torno a la energía nuclear. Kohl supo desde el primer momento despertar en los alemanes un orgullo y una confianza en el futuro que —a la postre— crearon a ambos lados del Muro la ambición invencible de reunificación.

    Nadie duda hoy del protagonismo de Helmut Kohl en los históricos sucesos de 1989. Pero, además, el viejo líder alemán figura en los anales de la historia de su país por ser el líder más longevo desde Bismarck: 16 años en el poder y cuatro victorias consecutivas. La serie de escándalos económicos que estallaron tras su salida de la política han empañado solo transitoriamente,su figura.

  2. Mijail Gorbachov, gracias a él la revolución fue incruenta

    Gorbachov recorre en coche el Muro de Berlín para una campaña publicitaria
    Gorbachov recorre en coche el Muro de Berlín para una campaña publicitaria - annie leibovitz

    Probablemente creía que las fuerzas del liberalismo y la democracia eran compatibles con el comunismo, y se equivocó. El líder soviético Mijail Gorbachov estaba en 1989 convencido de que el destino le había elegido para sacar a su país de la postración económica, y de que el camino pasaba ineludiblemente por la «perestroika» y la «glasnot». Al reafirmar la nueva doctrina del Kremlin de «no intervención militar» en los países satélites del Este —un principio que según los historiadores ya consagró en 1981 Yuri Andropov, al negarse a intervenir en Polonia—, Mijail Gorbachov abrió las compuertas de la libertad en la Alemania del Este y luego en todo el Pacto de Varsovia. Quizá lo hizo inadvertidamente, pero en cualquier caso la caída del Muro de Berlín fue gracias a él incruenta.

    Gorbachov se merece solo por eso un monumento. Pero no habrá que buscarlo en la Federación Rusa, donde su nombre ha sido estigmatizado desde la llegada de los nacionalistas de Vladimir Putin al poder. Mijail Gorbachov representa para muchos de sus conciudadanos justamente lo contario que Helmut Kohl entre los suyos: el final del sueño ruso de tratar de tú a tú con los norteamericanos.

  3. Ronald Reagan: «Señor Gorbachov, ¡derriben este muro!»

    El presidente Reagan lanza su último mensaje a la nación desde el Despacho Oval
    El presidente Reagan lanza su último mensaje a la nación desde el Despacho Oval - AP

    «Señor Gorbachov, ¡derribe este Muro!». El discurso de Ronald Reagan junto a la puerta de Brandenburgo —quizá el símbolo más poderoso de la división de Europa— en junio de 1987 está considerado como uno de los momentos estelares de la reunificación alemana. Los eruditos discuten sobre el impacto de aquel discurso. Para la izquierda, fue una lanzada a moro muerto. La revolución interna comunista estaba ya en ebullición, y Reagan se encontraba —como hoy Obama— en plena fase final de su último mandato presidencial; era un «pato cojo» dañado por varios escándalos en su Administración.

    ¿Tuvo Reagan una intervención oportunista en Berlín, o fue de hecho providencial? El líder conservador ya no estaba en la Casa Blanca cuando el Muro cayó en noviembre de 1989. Meses después, de visita privada en Alemania, nadie dudaba de su papel decisivo en la nueva etapa histórica del país. Ronald Reagan invirtió mucho esfuerzo desde 1982 en «seducir» a Gorbachov, para reafirmarle —entre bromas y veras— en su camino de reformas en la Unión Soviética. La Administración Reagan diseñó una estrategia calculada de acoso y derribo de la Guerra Fría, que pasaba ineludiblemente por la reunificación alemana.

  4. Juan Pablo II, los acorazados polacos de la Santa Sede

    Juan Pablo II saluda a la multitud en la Basílica de San Pedro tras haber sido elegido Papa
    Juan Pablo II saluda a la multitud en la Basílica de San Pedro tras haber sido elegido Papa - ap

    ¿Cuántas divisiones acorazadas tiene el Papa?» preguntó en 1935 Stalin a un asustado ministro de Exteriores francés del Frente Popular. Moscú esperaba resistencias, internas y externas, a su política de expansión imperial por el Este y Centro de Europa. Esa expectativa podría explicar que los levantamientos de Hungría y Checoslovaquia fueran aplastados con pasmosa frialdad por los carros soviéticos.

    Nadie pudo por eso dar crédito a lo que ocurrió en 1978 cuando un colegio de audaces cardenales eligió por Papa a un polaco. el arzobispo Karol Wojtyla. Polonia siempre había sido considerada por Moscú como el enemigo más contumaz dentro de la órbita sovética, tanto por su identidad profundamente católica como por su historia de rivalidad con Rusia, que la Segunda Guerra mundial, las matanzas de Katyn y los sucesos posteriores terminaron de apuntalar. La elección de Juan Pablo II demostró que los temores de Moscú estaban bien fundados.

    El Pontífice, fiel a su trayectoria pastoral, rompió los últimos temores de la población polaca en su demanda de libertad. Las huelgas y el estado de excepción impuesto en 1981 por el general Jaruzelski no precipitaron esta vez la represión soviética, y libre de miedos el Muro de Berlín cayó en 1989 casi por su propio peso.

  5. Erich Honecker, el último mohicano de la burbuja comunista

    Honecker, en primer término en anto oficial en Berlín Este
    Honecker, en primer término en anto oficial en Berlín Este - efe

    Erich Honecker, el último líder del núcleo más duro del comunismo europeo, murió de cáncer en Chile en 1993 convencido de que el Muro de Berlín había salvado «millones de vidas» al evitar el estallido de la Tercera Guerra Mundial. El berroqueño líder de la Alemania del Este (RDA) había confesado a un periodista occidental, meses antes de la caída del Muro, que la barrera de separación de Berlín duraría «cincuenta o cien años más, y solo si desaparecen las causas que la levantaron».

    En realidad, las causas de la construcción del Muro, ordenado por el propio Honecker en 1961, fueron casi pedestres. La sangría de deserciones hacia el Berlín libre era de tales dimensiones que el régimen comunista alemán se vio ese verano con un serio problema de falta de agricultores para recoger la cosecha. Erich Honecker tenía sus propias soluciones socialistas para salvar los problemas domésticos, como tuvo ocasión de recordar en varias oportunidades a un inquieto Gorbachov, cuando ingenuamente trató de hacer proselitismo de su «perestroika» en la RDA.

    Honecker compareció ante la Justicia para responder por los asesinatos de los berlineses que quisieron saltar el Muro, pero al final Occidente le ofreció la compasión que él no tuvo con sus víctimas y murió en el exilio.

  6. Lech Walesa, el año que vivimos peligrosamente

    Walesa, fotografiado en junio de 1981 en los astilleros de Gdansk
    Walesa, fotografiado en junio de 1981 en los astilleros de Gdansk - AFP

    «El Muro de Berlín da muy bien en las imágenes, pero todo empezó en los astilleros de Gdansk», ha dicho en más de una ocasión Lech Walesa, ex líder del sindicato polaco Solidaridad y expresidente del país. Su juicio puede parecer exagerado, aunque el hecho de que Walesa sea una de las pocas personalidades extranjeras invitadas a las ceremonias del 25 aniversario en Berlín apunta la importancia que los alemanes conceden a la revuelta polaca.

    El Premio Nobel de la Paz está convencido, no obstante, de que «el cincuenta por ciento del mérito de la caída del Muro se debe a Juan Pablo II», y a su constante reivindicación, desde su elección en 1978, de la libertad de los pueblos; «fue la gente la que forzó a los políticos a llevar a cabo las reformas», concluye Walesa.

    El año de la caída del Muro de Berlín fue también el del cambio prodigioso en Polonia. Convertido en líder indiscutible de los trabajadores, Walesa consiguió la legalización del sindicato Solidaridad y, sobre todo, la convocatoria de elecciones legislativas semi-libres, que fueron ganadas de modo abrumador por su formación. Polonia formó un gobierno democrático manteniendo, formalmente, el decorado comunista, hasta que la caída del Muro de Berlín hizo innecesario mantener la farsa.

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