Unas personas esperan a ser atendidas en el Hospital Universitario de Yuba
Unas personas esperan a ser atendidas en el Hospital Universitario de Yuba - efe

Sudán del Sur: la hambruna sin flashes

La nación más joven del mundo se asoma al abismo del hambre entre heridas políticas y étnicas

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Okony Deng es un exniño soldado. A finales de 1987, con el fusil como juguete, este médico sursudanés tuvo que huir de Sudán al incrementarse los combates entre las fuerzas gubernamentales leales a Jartum y el sureño Ejército Popular para la Liberación de Sudán (SPLA). Tenía apenas 13 años, pero recorrió más de 1.200 kilómetros hacia la frontera con Etiopía, recuerda a ABC en conversación telefónica. Tras un largo peregrinaje por Cuba y Canadá, Deng regresaría a comienzos de 2006 para colaborar en la reconstrucción de un país que aún sufría las heridas abiertas por la guerra civil entre el norte y el sur. Solo cinco años después, en julio de 2011, su nación, por aquella por la que alzó las armas, Sudán del Sur, se independizaba de forma oficial de su vecino norteño.

Ahora, sin embargo, tres años después de lograr la secesión, cumplido Sudán del Sur el tercer aniversario de su libertad, poco o nada hay que celebrar.

«Tras décadas de lucha por la independencia, la política es quien está destruyendo nuestro futuro», lamenta. «Nuestros líderes solo saben hacer la guerra», añade.

«Estoy pensando en marcharme. Quizá a Kenia o Uganda. Aquí ya solo quedan viejas rencillas políticas. Hemos vuelto a los años de la guerra», asegura, por su parte, Hassan Chejio, otro de los residentes de la capital, Juba. En enero de 2011, durante el referéndum de independencia, este sursudanés decidió vestir su mejor traje y corbata para acudir a votar. Finalmente, el plebiscito sería respaldado por cerca del 99% de la población y solo seis meses después, el 9 de julio, se produciría la declaración oficial. Tiempos históricos que desembocarían en la generación del Estado más joven del mundo.

No obstante, ahora, no hay espacio para tartas de aniversario

Miseria política, miseria social

Desde finales del pasado año, una crisis abierta entre simpatizantes del exvicepresidente de Sudán del Sur Riek Machar (depuesto de su cargo en julio de 2013) y el presidente del país africano, Salva Kiir, amenaza con reabrir las heridas tribales en la nación más joven del mundo.

El enfrentamiento tiene su origen en las acusaciones de Kiir (dinka) sobre su histórico rival político Machar (nuer) de planear la toma del poder por la fuerza, lo que degeneró en un conflicto inter-étnico en ciertas regiones del país.

Y la miseria política revierte en la población civil. Como advierte el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la pobreza extrema en la que ya vivían millones de familias, unida al conflicto que vive Sudán del Sur desde diciembre del año pasado, han dejado a 4 millones de personas –entre ellas 740.000 niños menores de 5 años- en una situación de inseguridad alimentaria con indicadores que rozan las fronteras de la hambruna.

Es cierto que, la pasada semana, los dos bandos en conflicto reafirmaron su compromiso a un alto el fuego durante una cumbre regional celebrada en la capital etíope, Addis Abeba. En virtud del «acuerdo» (uno más), tanto el presidente Kiir como su rival Machar ratificaban su intención de formar un gobierno de transición en 45 días. Sin embargo, pocos apuestas por ello, ante los intereses cruzados.

Un eterno runrún sin reacción

Ya a finales de mayo, las agencias humanitarias y el Gobierno del país africano advertían que la región se enfrentaba a la la «peor hambruna conocida hasta la fecha», similar a la que a mediados de los ochenta se cobró más de 400.000 vidas en Etiopía (el conflicto impidió, entre otras cosas, que se cultivara antes del inicio de la temporada de lluvias).

Pese a que entonces se acordó la concesión de una ayuda de más de 600 millones de dólares, la situación no ha cambiado mucho desde entonces.

A la hora de comprobar lo pendular de estas campañas, el caso de Somalia es especialmente representativo. En verano de 2011, tras ser declarada la situación de hambruna en la región, Naciones Unidas recaudó cerca de 870 millones (de los mil requeridos para paliar el hambre). Aunque, apagados los flashes, en 2012 tan solo se cubrieron el 52% de los 1.100 millones aconsejados, mientras que en este ejercicio solo es el 31% por ciento. La crisis no ha desaparecido, las denuncias sociales sí.

Un caso similar al que vive a día de hoy Sudán del Sur, que se enfrenta a una de las peores situaciones de emergencia de la historia y donde, tan solo, se llevan recaudados el 53% de los 1.800 millones necesarios para ayudar a su población.

Conflicto político y económico

Como recuerda Unicef, el conflicto ha forzado a 1,7 millones de personas a abandonar sus hogares: 1,3 millones se han desplazado a lugares más seguros dentro del país y 442.600 se han refugiado en países vecinos (Etiopía, Kenia, Sudán y Uganda). Más de la mitad de los refugiados y desplazados internos son niños.

En España los donantes han aportado hasta el momento 36.981 euros (a fecha del pasado 28 de agosto) para el trabajo de Unicef en esta emergencia, así como miles de personas alzan la voz a través de #SouthSudanNOW.

«En realidad no es una guerra tribal. Es una guerra política y económica, que quieren convertir en tribal», aseguraba recientemente a este diario Emmanuel Jal, uno de los músicos más reconocidos de Sudán del Sur y, como Okony Deng, antiguo niño soldado.

Precisamente, durante la guerra civil entre Sudán del Norte y el Sur (entonces un solo país), Jal fue rescatado por Emma McCune, activista estadounidense casada con uno de los comandantes del SPLA, nada menos que el exvicepresidente Riek Machar. El joven sursudanés tenía solo once años.

Jal es nuer. Mientras que el presidente Kiir es dinka. Dos etnias utilizadas como excusa para lograr el poder. Y las matanzas se prodigan en su nombre.

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