La visita de ABC al «infierno» nazi de Dachau en 1945: «El niño me señaló, riéndose, un cadáver reciente»

El periodista Carlos Sentís visitó aquel «infierno» pocos días después de que los estadounidenses lo liberaran, cuando aún quedaban allí 32.000 prisioneros moribundos

Himmler, con su hija, en el campo de con Vídeo: 79 alños de los primeros españoles deportados a campos de concentración nazis

Israel Viana

ABC fue uno de los primeros periódicos del mundo en visitar un campo de concentración nazi, cuando ni siquiera habían sido evacuados los miles de prisioneros que allí se hacinaban moribundos. «Conforme avanzamos, parece que vamos a entrar en una exposición o una feria de muestras», escribía desde Dachau nuestro enviado especial, Carlos Sentís, en la edición del 15 de mayo de 1945 . Y eso que aún faltaban cuatro meses para que finalizara la Segunda Guerra Mundial y hacía solo 15 días que Hitler se había suicidado en su búnker de Berlín.

Presos de Dachau el día de la liberación, en 1945 AP

El campo había sido liberado por los estadounidenses poco antes. En concreto, por la 20ª División Blindada y la 45ª División de Infantería del 7º Ejército. Lo hicieron dos semanas antes, pero aún quedaban 32.000 prisionero cuando Sentís fue invitado a visitar los restos de aquel infierno nazi. La mayoría de ellos, según contaba el enviado especial, eran polacos «con trajes rayados de presidiarios, pelados y con idénticos ojos inmensos en el fondo de su órbita».

Dachau , situado a pocos kilómetros de Múnich, fue abierto en marzo de 1933, dos meses después de que Hitler ganara las elecciones y subiera al poder siguiendo el ejemplo del fundador del fascismo, Benito Mussolini . Al principio, este campo sirvió para encarcelar a prisioneros políticos, pero durante el conflicto acabó convirtiéndose en un campo de exterminio donde asesinaron a más de 41.500 judíos.

«Yo sólo he visto uno»

«En el vasto mundo anglosajón hay una cosa que impresiona más que el final de la guerra en sí: el de los campos de concentración alemanes. Yo sólo he visto uno: el de Dachau, en las afueras de Munich. Casi el último caído en manos del ejército americano. Visitándolo pasó un rato horroroso. Ahora, sobre el limpio papel donde escribo, no lo paso mucho mejor», comenzaba el periodista su reportaje, donde advertía a continuación: «Dante no vio nada y por eso pudo escribir sus patéticas páginas del infierno. Yo sí he visto Dachau y por eso, quizá, no sepa hacerlo. Lamento no ser notario para escribir con el formulario y el léxico impersonal de los protocolos. De todas maneras, creo que puedo redactar en primera persona, porque ni un solo lector que me haya seguido en la prensa española habrá podido dudar de mi ecuanimidad».

Carlos Sentís, en una imagen de 2006 EFE

Carlos Sentís Anfruns (Barcelona, 1911-2011) no era un profesional cualquiera. El periodista catalán lo fue todo en este oficio. Además de reportero de guerra con ABC, fue también redactor de «La Vanguardia», corresponsal en París, director de la Agencia EFE, de Radio Barcelona y del vespertino Tele/Exprés. Era un periodista enredado en la política, incombustible, capaz de sobrevivir a la República, el Franquismo, la sucesión monárquica y marcar el paso de la Transición acompañando a Tarradellas en su entrevista con Suárez.

Y era también la persona indicada para realizar aquel viaje a uno de los epicentros del terror nazi . «Después veré que las muestras que hay cerca de la entrada son las mejores, porque, por lo menos, pueden andar sin arrastrarse y no son contagiosos como los otros que se hallan en pabellones cerrados. Estos últimos, a pesar de morirse día a día, una semana después de la entrada de los americanos todavía no pueden salir».

200.000 prisioneros

A Dachau se le conoció en aquella época como «la escuela del genocidio », ya que fue el primer campo del Tercer Reich que se encargó de formar a los jóvenes agentes de las SS y el primero que practicó el exterminio. Tal es así que sirvió como modelo para los posteriores campos, como el de Auschwitz , donde se asesinó a más de cuatro millones de reclusos. El triple de lo que se pensó en las primeros estudios.

Dos prisionero entierran los cadáveres de los muertos en Dachau AFP

Por sus barracones pasaron más de 200.000 prisioneros a lo largo de 12 años. Cuando Sentís pasó por allí, además de polacos –«los más serios y reservados»–, había yugoslavos, rusos, franceses, checos, italianos, belgas, holandeses y alemanes. «En esos barracones todo es tan trágico, que roza siempre lo grotesco», asegura.

«Los americanos han hecho una limpieza minuciosa, pero todavía huele todo espantosamente. Basuras y toda clase de porquerías quemándose en rincones apartados del campo no hacen más que enrarecer el ambiente», explica el periodista, que después fue guiado por uno de los oficiales estadounidenses a un pabellón en el que había varios miles de judíos «incomunicados».

Fue allí donde vivió una de las escenas que más le marcó: «El olor a miseria humana es inaguantable. Hay muchos muchachos. Algunos están tomando el sol por las calles, esqueléticos y con la barriga hinchada como una pelota. Otros, agrupados sobre camastros de tres pisos, juegan a los naipes. En lo alto de la litera, un chico con cara de pillete me sonríe y, muy divertido, me señala algo que se halla en el suelo, entre dos literas. Voy allí para mirarlo. Es un cadáver reciente. El niño pillete se ríe a carcajadas al ver mi expresión. Casi al mismo tiempo, el moribundo que gime en una litera al ras del suelo me tira de los pantalones. Quiere un cigarrillo», añade.

«¡La locura!»

Aquel cadáver abandonado entre los vivos, a los que Sentís no describe mucho mejor –«un montón de huesos vivientes recubiertos de piel»–, es uno de los 40.000 prisioneros que fueron allí asesinados directamente o se convirtieron en víctimas de las pésimas condiciones de vida. «En el campo hay tifus, disentería y otras enfermedades, con docenas de moribundos y centenares de cadáveres insepultos. Los americanos encontraron más de dos mil al llegar», cuenta el redactor, que describe después como al entrar en las instalaciones le habían echado grandes cantidades de polvos desinfectantes –DDT– y le habían puesto una inyección del mismo producto.

«¡La locura!», exclamó Sentís al final, cuando los oficiales le llevaron a ver el crematorio. «Un lugar donde, por falta de combustible, y por ignorar los guardias que estaban tan cerca las tropas de Patch, no pudieron quemar dos mil cadáveres entresacados de la cámara de gas o extraídos de los trenes donde se encontraban encerrados, muriéndose como moscas, mientras cundía el caos por todas partes».

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