Tres olvidados «sheriffs» del Lejano Oeste más despiadados y corruptos que los forajidos

A pesar de que solemos pensar en los agentes de la ley que habitaron el «far west» como inquebrantables, la realidad es que personajes como Henry Newton o Timothy Courtright priorizaban más el dinero y el poder que su deber

Manuel P. Villatoro

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No, querido lector. Por mucho que hayan insistido los famosos «westerns», los agentes que lidiaban con el crimen en las calles polvorientas del Lejano Oeste no eran los « sheriffs ». Nada más lejos de la realidad. La verdad es que, en las pequeñas urbes, los que impartían justicia a base de revólver eran los « marshals », mientras que sus colegas lo hacían en los condados. Una mentira más de Hollywood casi tan grande como la que afirma que estos hombres con placa eran inquebrantables y un paradigma de la rectitud. Personajes como Henry Newton Bron, Timothy Courtright o Patt Garret así lo demuestran. Corruptos unos, sanguinarios otros, no dudaron en aprovecharse de su placa para obtener un beneficio a cambio.

1-Henry Newton, de un lado a otro de la ley

Diciembre de 1882 fue mes de jolgorio en Caldwell , una de las ciudades con los bandidos más rudos del Lejano Oeste. Tras haber enterrado a dos «marshals», y después de la jubilación del último, las autoridades locales habían logrado encontrar a un nuevo héroe capaz de mantener la ley y el orden en la región. El flamante agente no era otro que Henry Newton Brown, uno «de los hombres del suroeste más rápidos con el gatillo», según publicó el Caldwell Post. Lo que los ciudadanos no sabían era que este personaje delgado y con entradas en la melena tenía un oscuro pasado que se iba a volver pronto en su contra.

Henry Newton Brown nació en Missouri allá por 1857. Dato obligado, aunque de poca importancia, pues pronto abandonó su hogar y dirigió sus pasos hacia el Oeste. Allí se echó a perder. Cuando adquirió la suficiente destreza con el revólver se marchó a México, y allí fue donde conoció a William Henry McCarthy, más popular hoy en día por su apodo: «Billy el Niño» . Así lo explica la «Kansas Historical Society» en su dossier sobre este personaje. Texto en el que también confirma que su primer gran delito fue asesinar al «sheriff» del condado, William Brady , en 1878 debido a que había sido nombrado por una facción enemiga.

Fue lo peor que se les pudo ocurrir. Aquel asesinato les granjeó estar presentes en todos los carteles de «Se busca» y les obligó a esconderse durante varios meses para escapar de la justicia. Tiempo, por cierto, en el que sobrevivieron a golpe de robar caballos en Nuevo México. Así que no, no se puede decir que fuera un buen chico. Quizá por ello, el entonces todavía treintañero Brown quiso cambiar de vida y dedicar su puntería a tareas más legales como ser ayudante del «sheriff» del condado de Oldham . Pero, por aquello de la cabra y el monte que tanto se dice, fue despedido por sus continuas peleas con borrachos y forajidos.

Perdido, desesperado y necesitado de dinero, el bandido Brown solo pudo conseguir un trabajo como ayudante del nuevo y anciano «marshal» de la ciudad de Caldwell . Cuenta Gregorio Doval en su interesante «Breve historia del Salvaje Oeste» que, cuando aceptó, el alcalde le dedicó unas premonitorias palabras: « Muy bien, acaba de firmar usted su sentencia de muerte ». Y vaya si llevaba razón, pues los tres últimos agentes contratados habían sido asesinados a sangre fría en sendos tiroteos y asaltos. Pero parece que lo que la ciudad necesitaba eran los métodos de un forajido para mantener el orden. Así, desde julio de 1882, Brown se convirtió en el azote de los bandidos de la zona.

Banda de Henry

Cuando su superior se jubiló en diciembre de 1882, Brown fue ascendido. Los ciudadanos estaban tan contentos con su labor que le regalaron un nuevo rifle Winchester con grabados de oro para sustituir su vieja y desgastada arma. La inscripción que lucía demostraba que era más que querido entre la población a pesar de sus rudos métodos: «Por los valiosos servicios rendidos a Caldwell». Todo indicaba que el viejo bandido había cambiado de vida: había dejado de beber, había abandonado los atracos y se había casado con una mujer local.

¿Qué podía salirle mal? Una cosa: su obsesión de vivir por encima de sus posibilidades. Derrochador hasta la saciedad, tras haber atesorado una infinidad de deudas se marchó un día de abril de 1884 de la ciudad con su ayudante bajo la excusa de perseguir a un forajido. Pero su objetivo era otro… En las afueras de la urbe se reunió con dos vaqueros amigos suyos y, apenas unas jornadas después, el 30 de abril, entraron armados en el banco de Medicine Lodge dispuestos a robar hasta la última moneda de su interior. El destino, esta vez, no fue benévolo con él. Brown fue detenido, encarcelado y los mismos ciudadanos que habían aplaudido sus gestas pidieron que fuera colgado.

En el frío de su celda, y a sabiendas de que le quedaba poco de vida, Brown escribió a su mujer una emotiva carta que todavía se conserva: «Querida. Estoy en la cárcel. Te enviaré todas mis cosas y puedes venderlas, pero quédate con el Winchester. Es difícil para mí escribir esta carta, pero quiero que sea todo para ti, mi dulce esposa, por el amor que te tengo». Sus presagios se cumplieron y, en un intento de fuga, recibió varios disparos de revólver y rifle.

2-Timothy Courtright: extorsionador y agente

Uno de los agentes de la ley más controvertidos del Lejano Oeste fue Timoty Isaiah Courtright , más conocido como « Longhair Jim » por la extensa melena que lució durante su etapa de explorador militar. Si la vida de otros tantos está bien documentada, poco se sabe sobre los primeros años de este cruento personaje más allá de que nació en Illinois y que sirvió en el ejército de la Unión durante la Guerra Civil norteamericana . A partir de este punto, su mito como bandido se construyó sobre dos bases: una novela y un ensayo de un sacerdote franciscano.

La realidad nos cuenta que, tras pasar por el ejército, Courtright trabajó en una infinidad de lugares como carcelero, asesino a sueldo o chantajista. Así lo afirma la historiadora Kathy Weiser-Alexander en un artículo dedicado a este personaje para «Legends of América». Pero, al igual que su colega Brown, el asesino de largos cabellos decidió, allá por 1876, que podía obtener más réditos del servicio a la ley que los que hallaba fuera de ella y presentó su candidatura para convertirse en el «marshal» de la ciudad fronteriza de Fort Worth , nido de bandidos y capital de la violencia, ese mismo año. Otuvo el puesto.

Para entonces, Courtright ya se había empapado de toda la violencia de una ciudad en la que el crimen , la bebida y la prostitución campaban a sus anchas. No solo eso, sino que estas tres patas se habían convertido en la base de la economía de la urbe. Podríamos decir que nuestro protagonista se dejó llevar y se limitó a mantener las calles libres de sangre, pero no de corrupción ni de alcohol.

Él, por su parte, se valió de la extorsión y de la corrupción para enriquecerse. Pronto se hizo famoso por exigir dinero a cambio de protección a los propietarios de negocios del barrio rojo y por tener poca paciencia a la hora de sacar los dos revólveres que llevaba en la cintura. Le fue bien durante tres años, hasta que fue derrotado por S. M. Farmer en la reelección a «marshal».

A continuación se marchó de la ciudad e intentó montar una agencia de detectives que falló de forma estrepitosa. Poco después fue acusado de participar en dos asesinatos, por lo que regresó a Fort Worth. Allí decidió hacer aquello que le había ido bien antes: montó la agencia comercial TIC , encargada de dar «protección» a los negocios locales. En la práctica, una extorsión en toda regla hacia las casas de juego, los «saloons» y los prostíbulos. Dinero a cambio de no interponerse en su camino, vaya.

Jim Pelolargo (si me permiten la castellanización) se topó con la muerte por sus ansias de dinero. «Su conducta condujo en 1887 a su fatal enfrentamiento con el propietario de un saloon, el famoso pistolero Luke Short (1854- 1893), que lo mató. Short, por cierto, era buen amigo del clan Earp y también de Bat Masterson , con quienes había formado años antes la famosa “ Comisión de Paz ”, en realidad una banda de matones que impuso su ley en Dodge City», añade Doval. El de ambos fue uno de los pocos duelos reales que se celebraron en el Lejano Oeste, pero provocó una impresión tal que, en la actualidad, ha quedado grabado en la sociedad.

3-Patt Garret: asesino con placa

Patrick Floyd Garret nació en 1850 en Alabama y tuvo la suerte de ser criado en una próspera plantación de Louisiana. Con unos escasos 19 años, tras la muerte de sus padres, se marchó del rancho familiar y encontró trabajo como «cowboy» en Texas. A partir de entonces vivió del ganado y de la caza. Aunque las crónicas coinciden en que sabía defenderse y en que generaba respeto entre sus iguales por su alta estatura. Valga como ejemplo que, en 1879, acabó de un disparo con un irlandés con el que mantuvo una fuerte discusión.

Sus arrestos quedaron demostrados, pero le obligaron a marcharse hasta Nuevo México, donde abrió su propio «saloon». Allí, el amor que «Juan el Largo» (como le conocían) profesaba por el póker le llevó a conocer a los pistoleros más famosos de su tiempo. Y entre ellos, Billy el Niño . Su afición por los juegos de cartas les unió hasta tal punto que aquellos que les conocían terminaron apodándoles «Gran Casino» y «Pequeño Casino» en alusión a su estatura. Algo que mencionó el futuro sheriff en su libro, «The Authentic Life of Billy, the Kid» (un éxito de ventas a finales de 1882).

Los vaivenes de la vida hicieron que, en 1880, fuese nombrado «sheriff» del condado de Lincoln después de la dimisión del hombre que sentaba sus reales en el cargo. Por entonces este rudo personaje era miembro del Partido Republicano y había ganado ya cierta fama como pistolero. ¿Quién mejor que él? Lo que no imaginaba es que, poco después de colgarse la placa, iba a recibir el encargo más duro al que se enfrentaría jamás: atrapar al fugado «Billy el Niño». Garrett, logró rápido su objetivo, pero su presa volvió a escapar en 1881 tras asesinar a sus guardias.

Patt y Billy

Garret volvió a acecharle y, el 14 de julio de ese mismo año, cuando el Niño sumaba 21 primaveras a sus espaldas, arribó con sus hombres hasta la región que se convertiría en su tumba. El mismo «sheriff» narró cómo acabó con la vida de Billy en su libro. Según él, para dar por finalizadas las mil mentiras que estaban publicando los diarios. Al parecer, le atrapó en su escondrijo y, tras reconocerle, acabó con él. «Saqué mi revólver lo más rápido que pude y disparé, arrojé mi cuerpo a un lado y volví a disparar. El segundo disparo fue innecesario: el Niño cayó muerto. No llegó a pronunciar palabra. Lo intentó, pero lo único que pudo emitir fue un leve sonido estrangulado mientras se debatía por respirar. Y así fue cómo el Niño se reunió con sus múltiples víctimas».

La muerte de Billy supuso una orgullosa muesca más en la Colt de Garrett. Sin embargo, no produjo el mismo efecto entre los ciudadanos de los Estados Unidos. Según Doval, la sociedad entendió que el agente había asesinado «a sangre fría» al forajido, y no «en el curso de una acción policial». Por ello, no recibió los 500 dólares de recompensa. Aquel fue el comienzo de su particular calvario. A pesar de su victoria, no logró ser reelegido como «sheriff» después de que acabara su mandato. En 1884 fue derrotado en las elecciones al senado de Nuevo Méxic. «Por entonces, su áspero carácter y los rumores sobre […] su forma de acabar con Billy “el Niño” comenzaron a afectar seriamente su popularidad», desvela el autor español.

Garrett, dolido, se marchó de Nuevo México, aunque volvió años después como detective privado para investigar los turbios tejemanejes de unos agentes de la ley protegidos por un poderoso juez local. Aquel pudo haber sido su último éxito. O eso creía él. Es cierto que el viejo agente logró reunir pruebas en contra de los acusados y los capturó, pero al final quedaron libres. Por entonces todavía gozaba de la gracia del presidente Roosevelt, pero no le duró demasiado. Concretamente, hasta 1902, cuando una diferencia entre ambos dejó a nuestro protagonista solo.

Tras este golpe, Garrett se retiró a su rancho en Nuevo México. Olvidado, solo quería pasar sus últimos días tranquilo. Pero las deudas empezaron a minar su ánimo. «Mantenía una fuerte deuda fiscal y, además, se le hizo responsable subsidiario del impago de un préstamo en el que había avalado a un amigo. Se hipotecó gravemente para poder afrontar el pago de ambas deudas y todo acabó con una grave crisis personal, que le arrastró hasta la bebida y el juego lo que, a su vez, le llevó a caer en nuevas deudas», añade Doval. Murió en 1908, en una absurda trifulca.

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