Los terribles crímenes coloniales de Holanda en Indonesia que el mundo ha decidido olvidar

Cinco años de investigación y una enorme cantidad de documentos después, el belga David Van Reybrouck (Brujas) ha escrito ‘Revolución’ (Taurus) para demostrar que el proceso descolonizador que vivió Indonesia cambió el mundo

La rendición del príncipe Diponegoro ante el general De Kock, por Nicolaas Pieneman, 1830.
César Cervera

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Indonesia tiene todas las características para resultar indiferente a los occidentales. Está endiabladamente lejos, con la mayoría de su población musulmana desperdigada en una infinidad de islas que nadie se ha molestado en enumerar con precisión y su transcurrir histórico ha tenido poca relación con Europa. O, al menos, eso es lo que imagina el ciudadano medio . El belga David Van Reybrouck (Brujas, 1971) ha escrito su libro ‘Revolución’ (Taurus) justo para demostrar que el proceso descolonizador que vivió en el siglo XX cambió la historia de todos y dio luz al mundo moderno. «Asia siempre había sido el jardín trasero preferido y favorito de Europa, pero eso empezó a cambiar con la Revolusi », explica.

David van Reybrouck, arqueólogo y filósofo, inició su investigación cuando todavía estaba escribiendo su obra ‘Congo. Una historia épica’ sobre la experiencia colonial en este país y un tema le llevó a saltar a otro. Cinco años de investigación y una enorme cantidad de documentos después, ha terminado un ensayo que habla tanto del pasado como del presente. Además de consultar los archivos indonesios, belgas, holandeses y hasta japoneses, el punto fuerte de su estudio está en las entrevistas a más de doscientas personas, algunas de las cuales eran ancianos centenarios que guardaban los últimos recuerdos de este proceso de independencia conocido como la Revolusi.

Los crímenes ocultos de Holanda

Indonesia fue desde el siglo XVII territorio holándés, aunque la presencia de europeos siempre fue mínima. La Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales fue quien gestionó el monopolio del comercio con este y otros territorios orientales durante varios siglos. Esta empresa privada podía celebrar acuerdos y tratados internacionales, administrar justicia, construir fuertes y reclutar soldados en nombre de la república, pero no tenía entre sus prioridades el bienestar de la población.

La empresa desarrolló un monopolio lucrativo sobre el comercio del clavo, la nuez moscada y la pimienta , comercio que enseguida se extendió a las hojas de té, los granos de café y los tallos de caña de azúcar, y también a la exportación de esclavos. Un tercio de la renta nacional holandesa llegó a proceder de la explotación de Indonesia. «El colonialismo holándés y belga lo protagonizaron una minoría minoritaria, minúscula, que procedía, a su vez, de países minúsculos. Indonesia era un territorio inmenso con respecto a Holanda», recuerda el autor del libro sobre la rareza de este imperio.

La actitud intransigente de Holanda mantuvo un sistema en el que los nativos eran sistemáticamente oprimidos y humillados, como el autor demuestra al describir la estratificación social de los pasajeros en los paquebotes de la época. Las rebeliones fueron aplastadas al menor sonido de sables: desde la Guerra de Java en el primer tercio del siglo XIX (con 200.000 muertos) hasta la Guerra de Aceh en el último (100.000 muertos). Durante estos periodos, la sociedad civil se vio acosada por el hambre, la miseria y la muerte. A los movimientos independentistas que se gestaron a lo largo del siglo XX se fueron sumando islamistas, comunistas y nacionalistas hasta lograr el objetivo común.

«Son frustraciones del pasado que duran hasta hoy»

A pesar de todo, la mayoría de holandeses siguen recordando hoy con orgullo su presencia en Indonesia, mientras que los locales lo ven como algo superado, algo natural de lo que no merece la pena lamentarse. «Hay personas a quien yo entrevisté que tienen muchos años y a los que el pasado todavía les duele, pero los jóvenes no tienen problema ninguno. De hecho, hay incluso cierto retro colonialismo en la decoración», considera el escritor, al que le sorprende que los antiguos países que formaron parte de España sí tengan, a pesar del paso de tantos siglos, «la espina clavada» y estén hartos de que se les trate con paternalismo. «Son frustraciones del pasado que duran hasta hoy».

La crisis que amenaza al mundo

Tras la Segunda Guerra Mundial , Indonesia fue el primer país que declaró su independencia, solo dos días después de la capitulación de Japón. El líder nacionalista Sukarno declaró la independencia y fue nombrado presidente, tras lo cual los Países Bajos trataron rápidamente de restablecer el control sobre el país, dando lugar a una lucha armada que terminó en diciembre de 1949, cuando la presión internacional obligó a los neerlandeses a reconocer la independencia de Indochina.

Van Reybrouck no puede ni quiere ignorar en su libro los crímenes de guerra cometidos por soldados holandeses durante el proceso de independencia. Una violencia que no fue cosa de cuatro soldados exacerbados, sino un asunto organizado por el mismísimo Estado, y por el que hasta fechas recientes sus autoridades no han pedido perdón. «El primer ministro holandés lo hizo, pero solo en cuanto a la guerra del 45 al 49, no por la colonización», asegura Van Reybrouck, que considera que «las excusas son muy baratas , pero no resuelven los problemas del presente».

«La política identitaria tiene que centrarse no solo en los símbolos, sino en las estructuras»

El filósofo defiende que, en vez de tirar estatuas o pedir perdones, hay que centrarse en luchar contra el cambio climático que afecta sobre todo a los antiguos países colonizados. «Hay que hablar de la colonización del futuro, no del pasado, dada la extrema urgencia que nos acecha. Creo que hace más un alcalde contra el racismo contribuyendo a descarbonizar el mundo que retirando estatuas problemáticas. La política identitaria tiene que centrarse no solo en los símbolos, sino en las estructuras. Esta política identitaria que reina hoy reflexiona muy poco sobre la verdadera suerte de los africanos o sudamericanos», señala.

Indonesia se convirtió tras la independencia en el primer país del mundo en liberarse del yugo colonial e inspiró todos los movimientos que le siguieron. En 1955, organizó la Conferencia de Bandung con gran repercusión mundial y la presencia de los líderes políticos de 29 países de Asia y África, entre ellos Nasser, Nkruma y Mandela. Más de la mitad de la población mundial estuvo representada allí y su espíritu se extendió como una mancha por todo el mundo oprimido. A pesar de que muchos de sus líderes fueron perseguidos, la conferencia sobrevivió en gente como Fidel Castro, Che Guevara o Martin Luther King , que reclamó una segunda edición en el Bronx.

Llegada de Houtman a la playa de Banten.

«El mundo de la posguerra era un lío enorme, un caos gigante que lo puso todo patas arriba. Gracias a esta conferencia empezó a cambiar el dominio occidental. Bandung vive en África, en Asia y en las instituciones internacionales que en la actualidad fomentan intercambios políticos y económicos sin intervención occidental, también dejó su huella en la emergente Unión Europea , pues basta con leer la documentación fundacional para ver la influencia indonesia», defiende el autor belga.

A pesar de ser una especie de «pegote» en el Pacífico, la expresión es de Van Reybrouck , cabe no olvidar que Indonesia es el cuarto país más poblado del mundo y, por ello, un territorio llamado a ser protagonista del mañana, tanto como lo fue del pasado más reciente. «Es el país con la mayor población musulmana del mundo. Cuando se dice en Occidente que hace falta un islam moderado, se desconoce que este siempre ha existido, es el de Indonesia, aunque es cierto que por influencia de Arabia Saudita se ha producido cierta radicalización últimamente», precisa.

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