El siniestro origen de las armas químicas en la Primera Guerra Mundial cuyo fantasma amenaza a Ucrania

El cruce de acusaciones entre los gobiernos de EE.UU. y Rusia, ante la posibilidad de que estas se usen en la actual invasión impulsada por Putin, traen al recuerdo los gases empleados entre 1914 y 1919 que desarrolló el premio Nobel Fritz Haber

Un soldado de la Primera Guerra Mundial, recuperándose de las quemaduras por gas mostaza

Israel Viana

Hace tres semanas, el Gobierno de Estados Unidos aseguró que Rusia está barajando la posibilidad de utilizar armas químicas en Ucrania, lo que ha despertado, una vez más, un fantasma que la sociedad ha querido enterrar desde hace más de un siglo. En concreto, desde que Alemania introdujera el gas cloro durante la Primera Guerra Mundial, en la segunda batalla de Ypres , entre abril y mayo de 1915. Se trataba de un agente sofocante que fue diseñado como una medida incapacitante, pero que acabó produciendo muchos muertos.

La Casa Blanca atribuía la posibilidad de que Rusia las use ahora al hecho de que el Kremlin haya acusado a Ucrania de tener intenciones de esconder un supuesto programa de armas químicas respaldado por Estados Unidos. La secretaria de Prensa estadounidense, Jen Psaki, desmintió las palabras de Rusia y dijo que son solo falsedades para justificar su invasión. Y luego insistió: «No puedo revelar nuestros datos de Inteligencia, pero es un hecho que Putin ha desarrollado un programa de armas químicas y biológicas».

Desde entonces, el temor ha estado presente en el cruce de declaraciones entre ambos países. El lunes de la semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden , volvió a acusar al presidente ruso, Vladimir Putin, y advirtió de una «severa» respuesta de Occidente si llevara a cabo un ataque de esas características. «Su espalda está contra la pared», comentó. Psaki añadió de nuevo a modo de advertencia: «Ahora que Rusia ha hecho estos falsos reclamos, deberíamos mirar con atención la posibilidad de que use armas químicas y biológicas o de que ponga en marcha operaciones de falsa bandera usándolas».

Convención de La Haya

Hay que retroceder a la Primera Guerra Mundial para que la humanidad asistiera al nacimiento de estas armas a escala industrial, que acabaron desempeñando un papel infame en los conflictos del futuro. El principal artífice fue el químico alemán Fritz Haber, cuyas investigaciones le hicieron estar al frente del desarrollo de las máscaras de gas con filtros absorbentes, del equipo que puso en marcha una serie de gases letales y del uso de estos en la Gran Guerra a pesar de estar prohibidos por la Convención de La Haya de 1907.

De los muchos que inventaron, en la Gran Guerra ‘solo’ se recurrió a una treintena, pero fueron suficientes para provocar 1.300.000 bajas, de las cuales más de 90.000 fueron víctimas mortales. Este número no influyó en el resultado final, si tenemos en cuenta que durante aquel conflicto murieron 17 millones de personas y 21 resultaron heridas, pero sí tuvieron un papel muy importante a la hora de decidir muchas de las batallas.

Resulta cuanto menos chocante que Ha­ber recibiera el premio Nobel por su trabajo en 1918, en uno de los peores momentos de la Primera Guerra Mundial. En la ce­remonia de entrega celebrada dos años después, cuando ya se había firmado la paz, el químico ya advirtió: «En ningún conflicto venidero los milita­res podrán ignorar los gases tóxicos. Son una forma superior de matar». No hay que olvidar que todos los países implicados en la contienda justificaron su uso bajo el argumento de que el enemigo había sido el primero en infringir las leyes.

El debate moral se produjo más adelante y se ha prolongado hasta la actualidad, como demuestra el actual cruce de declaraciones entre los Gobiernos de Estados Unidos y Rusia en lo que respecta a la guerra de Ucrania. Se cree que el Gobierno de Putin podría hacer uso del novichok o el carfentanilo. La OTAN afirmó también recientemente que el Kremlin estaría en condiciones para emplear el ántrax y toxina botulínica.

Tropas británica cegadas por gas lacrimógeno durante la Batalla de Lys, en abril de 1918

Batalla de Ypres

Fue durante la noche del 22 de abril de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, cuando los germanos descargaron en cinco minutos 168 toneladas de cloro, procedentes de 4.000 cilindros, contra dos divisiones francesas —una de ellas argelina— y otra canadiense. Fue cerca de Langemarck, durante la batalla de Ypres, en un momento en el que el conflicto se encontraba en un punto muerto en el frente occidental. Con su ataque, Alemania pretendía poner fin cuanto antes al punto muerto en que se encontraba la contienda.

Según cuenta Martín Gilbert en 'La Primera Guerra Mundial' (La Esfera de los Libros, 2011) l ataque abarcó un frente de seis kilómetros y medio y el efecto del gas cloro fue devastador. Según informó el jefe de la Fuerza Expedicionaria Británica, John French, a su secretario de Estado de Guerra, Herbert Kitchener: «Centenares de hombres entraron en coma o quedaron moribundos». Las tropas argelinas huyeron, dejando una brecha de algo más de 700 metros en la línea aliada. Con las máscaras de oxígeno puestas, los alemanes pudieron avanzar cautelosamente, capturar 2.000 prisioneros y apoderarse de 51 piezas de artillería.

Otro ejemplo se produjo el 30 de abril de 1916, cuando los alemanes lanzaron otro ataque químico contra las unidades británicas del frente occidental. Con un viento de más de 15 kilómetros por hora, el gas se extendió hasta 10 kilómetros detrás de la línea defensiva. Un informe que se mantuvo en secreto describió cómo la hierba y otras plantas «se volvieron amarillas por el gas, incluso a un kilómetro de la línea del frente. En las trincheras murieron gran cantidad de ratas y, en los campos situados detrás, 11 vacas, 23 terneros, un caballo, un cerdo y 15 gallinas».

Se había avisado a los soldados con tiempo para que se pusieran sus máscaras de oxígeno, pero, como destacaba el informe, «la velocidad con que la nube llegó a las trincheras y la concentración del gas eran tales que cualquier hombre habría sido víctima si hubiese dudado lo más mínimo en ponerse la máscara o hubiese cometido alguna torpeza en el momento de ajustarla». En total fallecieron 89 soldados británicos y otros 500 quedaron incapacitados. «Los que murieron rápidamente en las trincheras —destacaba el informe—, echaban mucha espuma por la boca y tenían muchos accesos de tos».

Desde la Segunda Guerra Mundial

Los principales agentes químicos empleados en la Primera Guerra Mundial, además del gas cloro, fueron el bromoacetato de etilo, la iperita, el fosgeno y el difosgeno. El 22 de junio de 1916, por ejemplo, los alemanes lanzaron sobre los franceses, en Fleury, más de cien mil pro­yectiles ‘Cruz verde’ en los que mezclaron los dos últimos elementos. Estos, además, eran producidos por la casa Bayer en Leverkusen desde principios de año.

Estas armas se han seguido empleando en la mayoría de los grandes conflictos desde entonces, a pesar de que el Protocolo de Ginebra las declaró ilegales en 1925. España e Italia las usaron en sus campañas de Marruecos y Etiopía, respectivamente. La Alemania nazi hizo lo mismo durante la Segunda Guerra Mundial , sobre todo en los campos de exterminio, con gases nuevos como el tabún, el somán y el sarín. Y la URSS, por su parte, empleó gas mostaza contra China, mientras que el gigante asiático usó otros contra Japón.

La Guerra de Vietnam no fue una excepción. Estados Unidos utilizó el agente naranja y, sobre todo, el napalm. Este último estaba compuesto de gasolina, benzol y poliestireno y causó efectos devastadores sobre la población que duraron décadas. En la guerra de Irak e Irán en los años 80 los agentes nerviosos resurgieron con fuerza. No hay que olvidar la masacre de Halabja, el 15 de marzo de 1988, que fue uno de los ataques químicos más devastadores de la segunda mitad del siglo XX, con más de 5.000 muertos.

De la Guerra de Siria a Ucrania

El uso de armas químicas era, aparentemente, un tabú, pero no fue hasta que entró en vigor la Convención de Armas Químicas en 1997 cuando se prohibió definitivamente su fabricación, almacenamiento o desarrollo. El acuerdo fue ratificado por todos los miembros de la ONU, incluyendo precisamente a Estados Unidos y Rusia… pero ni aún así. En la reciente guerra de Siria, se han producido numerosas denuncias sobre su uso. En 2013, la oposición a Bashar Al Asad aseguró que al menos 1.100 personas habían muerto en un supuesto ataque con armas químicas en varios distritos de la periferia de Damasco.

El presidente de la alianza opositora, Ahmed Yarba, pidió en un comunicado al Consejo de Seguridad de la ONU que se reuniera de inmediato para «afrontar su responsabilidad ante el crimen que perpetró Al Asad contra la humanidad con el uso de armas químicas en Guta del Este». Y eso que no se había producido todavía el ataque más famoso, el 7 de abril de 2018 en Duma, con aquellas desgarradoras imágenes de los bebés gritando, porque no podían respirar como consecuencia de los gases venenosos, que dieron la vuelta al mundo.

Ahora el mundo aguarda temeroso de que el fantasma no se despierte de nuevo en Ucrania…

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