En la mente atormentada de Eric y Dylan durante la matanza de Columbine: «Sé que os sorprenderá, papá»

El 20 de abril de 1999, para hacerlo coincidir con la fecha del suicidio de Hitler, Eric Harris y Dylan Klebold, dos estudiantes de 18 y 17 años, perpetraron la masacre que abrió el debate sobre la posesión de armas en un país que este martes ha vuelto a revivir su peor pesadilla en la escuela primaria de Uvalde, en Texas

Estos son los cinco peores tiroteos de la historia en Estados Unidos

Eric Harris y Dylan Klebold, los autores de la matanza, en el instituto de Columbine ABC

Israel Viana

Ha vuelto a ocurrir. Estados Unidos suma a su largo historial de matanzas en centros educativos la que se perpetró este martes en la escuela primaria de Uvalde , en Texas, donde un joven de 18 años asesinó a 19 niños y dos adultos. Joe Biden recibió la noticia en el Air Force One y, visiblemente consternado, se dirigió después a su país: «Estoy harto. Tenemos que actuar. La idea de que un chaval de 18 años pueda entrar en una tienda de armas y comprar dos armas de asalto está simplemente mal».

Un debate largo, polémico y doloroso que se inició hace más de veinte años con la masacre más famosa de todas cuantas se han producido en la historia reciente de Estados Unidos: la que llevaron a cabo Eric Harris y Dylan Klebold en la escuela de secundaria de Columbine, en Colorado, el 20 de abril de 1999. Estos dos estudiantes de 18 y 17 años, respectivamente, acabaron con la vida de 12 estudiantes y un profesor e hirieron a otros 24 compañeros, provocando un trauma que todavía hoy no se ha superado.

‘Dos jóvenes matan a más de veinte personas en un colegio de Denver’ , anunciaba ABC al día siguiente. ‘La matanza sume a los norteamericanos en el horror y la culpa’ , detallaba en la jornada siguiente. «Víctimas inocentes, terror, explosiones, disparos, histeria y niveles de odio y crueldad difíciles de explicar. No se trata de barbarie en los Balcanes, sino de un colegio público en Estados Unidos convertido en zona de guerra», apuntaba el corresponsal en Washington, Pedro Rodríguez.

Uno de los testigos declaró: «Dispararon sobre un chico negro solo porque era negro». Los motivos exactos, sin embargo, nunca quedaron claros del todo. Se sabe que eran seguidores de Hitler, pues escogieron el 20 de abril para consumar su matanza porque ese fue el día en el que nació el dictador alemán. Además, sus diarios personales reflejaban sus deseos de rivalizar con el atentado terrorista perpetrado cuatro años antes en un edificio federal de Oklahoma, con 168 muertos. Y Harris habló, incluso, de estrellar aviones contra el Empire State o las Torres Gemelas, como el 11-S.

El suicidio

Nunca se podrá saber, pues después de ejecutar su plan, deambularon por la escuela realizando disparos ocasionales, sin encontrar ya a más estudiantes. Sus últimos minutos fueron extraños. A las 11.44 horas se dirigieron a la cafetería, según registraron las cámaras de seguridad. Luego recorrieron los pasillos sur y norte. A las 12.02 volvieron a la biblioteca, donde se encontraban heridos e inconscientes dos estudiantes que creyeron muertos y no remataron. Por las ventanas hicieron algún disparo más contra la Policía apostada en el exterior y, a las 12.08, decidieron que ya todo se había acabado. Harris se disparó con una escopeta en la boca, colocándosela entre las piernas de rodillas, mientras Klebold hacía lo propio en la sien.

La pesadilla había durado menos de una hora. Los dos asesinos, que habían tejido una amistad basada en la violencia, las armas, los videojuegos, entraron en el Instituto de Columbine, una tranquila localidad de clase media, a las 11.44 horas. Klebold ya había advertido en los días anteriores: «Ya veremos cómo os reís cuando os volemos la tapa de los sesos». Su amenaza encerraba un gran resentimiento contra quienes le hacían, según él, la vida imposible en el colegio, pero nadie pensó que iba en serio. Sin embargo, llevaban un año ideando y planificando su particular venganza.

Habían dejado señales, pero nadie les prestó la suficiente atención cuando comenzaron a tener un comportamiento extraño. La Policía, incluso, les detuvo por intentar robar una furgoneta y llegaron a realizar un curso de control de la ira. Klebold entregó una redacción en la que explicaba cómo un hombre asesinaba a nueve estudiantes con pistolas automáticas. Harris, por su parte, comentó en una ocasión: «Sería tan fácil entrar con un arma cargada a la escuela como llevar una calculadora». Y mientras, practicaban tiro con las armas que adquirieron con ayuda de una amiga que sí tenía 18 años y grabaron vídeos advirtiendo de su atentado y mofándose de las futuras víctimas.

Eric Harris y Dylan Klebold, sembraron el terror en Colorado, el 20 de abril de 1999

«Hola, mamá. Tengo que irme»

«Cuanto más se sabe, más odio y delirio se encuentra», apuntaba ABC una semana después , a medida que el sheriff del condado de Jefferson desvelaba nuevos datos. Y añadía: «Del diario que escribían desde hace un año, John Stone declaró que el objetivo de los dos jóvenes era provocar, literalmente, una ‘matanza gigantesca’. El diario de uno de los dos muchachos precisa que, en el caso de sobrevivir al ataque, tenían la intención de ‘secuestrar un avión y estrellarlo contra una gran ciudad’, que Stone identificó como Nueva York. ‘Una vez quemada la escuela hasta los cimientos, querían arrasar el vecindario, matando a tanta gente como pudieran’».

En el último vídeo grabado, los dos asesinos se despedían de sus familias y se justificaban por lo que iban a hacer aquel 20 de abril de 1999. El primero en hablar fue Dylan, que miraba a cámara directamente mientras decía: «Hola, mamá. Tengo que irme. Falta una media hora para el Día del Juicio. Solo quería pediros perdón por cualquier mierda que pueda provocar. Sé que voy a un lugar mejor. No me gusta demasiado la vida y seré más feliz donde sea que vaya. Adiós». Eric, a continuación: «A toda la gente que amo, realmente lo siento. Siento todo esto. Sé que os sorprenderá, papá. Mamá, lo siento. No puedo evitarlo».

Harris y Klebold aparecieron en el instituto Columbine vestidos con gabardinas negras y ocultando varias escopetas recortadas y una bolsa de deporte cargada con munición. El primer lugar al que se dirigieron fue la cafetería, donde colocaron dos bombas caseras que no llegaron a explotar. Al ver que su primer ataqué falló, comenzaron a disparar a diestro y siniestro, mientras una profesora llamaba desesperadamente al teléfono de emergencias y gritaba a sus alumnos que se escondieran. En la cacería, perdonaron a algunos de sus compañeros sin que se sepa muy bien la razón.

El profesor que dio su vida

Más de ochocientos agentes rodearon el instituto, cuyos aledaños se llenaron de coches patrulla, incluidos los SWAT. El profesor que murió, David Sanders , decidió actuar por su cuenta: «Se encontraba fuera del edificio cuando comenzaron los disparos. Lejos de huir, decidió entrar en el colegio para ayudar. Su labor fue importantísima, ya que logró sacar del infierno a unos 200 niños, a pesar de que las balas silbaban por encima de su cabeza. En medio de la refriega, tuvo tres oportunidades de escapar antes de caer abatido por dos certeros disparos en el pecho. Sin embargo, decidió permanecer en su puesto y recorrió clase por clase para enseñar a los estudiantes el mejor camino para salir de la escuela sin ser vistos por los criminales».

La matanza de Columbine inspiró decenas de documentales y películas, como ‘Elefante’, del director Gus van Sant, que se llevó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2003. Y el debate nunca se cerró, mientras otras masacres similares, como la de este martes en la escuela primaria de Uvalde, la segunda más mortífera de esta década en Estados Unidos, se siguen produciendo. Salvador Ramos , el autor, envió un mensaje a un compañero cuatro días antes, en el que le enseñaba un arma y una bolsa llena de municiones. Este no dudó en preguntarle por qué tenía eso. «No te preocupes. Me veo muy diferente ahora, no me reconocerías» , le respondió.

«¿Cuándo, en el nombre de Dios, vamos a plantarnos frente al ‘lobby’ de las armas?» , preguntó el presidente Biden este martes, con los ojos vidriosos y visiblemente irritado. Dos décadas después de Columbine, la cuestión sigue sin respuesta.

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