La eterna polémica del coronel Casado: esa «alimaña» republicana que quiso negociar la rendición con Franco

Se sublevó contra el presidente comunista Juan Negrín, dando un golpe de Estado contra su Gobierno en plena Guerra Civil, con la intención de que su bando obtuviera una paz libre de represalias, la libertad de algunos militares y un plazo de 25 días para poder exiliarse

Imagen del coronel Casaso en el momento de la sublevación, con las imágenes superpuestas del presidente Negrín (izquierda) contra el que se sublevó y Franco, en 1939 ABC

Israel Viana

En la madrugada del 5 al 6 de marzo de 1939, el general Manuel Matallana recibió la llamada de Segismundo Casado para comunicarle que se había sublevado contra su propio presidente, Juan Negrín , que a esas alturas de la Guerra Civil sólo contaba ya con el apoyo de los soviéticos y el Partido Comunista. Al enterarse, este último le quitó el teléfono de las manos y le dijo directamente al coronel golpista: «Queda usted destituido». Y este le respondió: «Mire usted, Negrín, eso ya no importa. Ustedes ya no son Gobierno, ni tienen fuerza ni prestigio para sostenerse y, menos, para detenernos. La suerte está echada y ya no retrocedo».

La conjura se había comenzado a gestar un mes antes, pero la izquierda llevaba mucho más tiempo desintegrándose. En mayo de 1937 ya existía en el seno del bando republicano dos facciones bien diferenciadas. Una que apostaba por la paz y el armisticio con Franco , encabezada por el entonces presidente Azaña y apoyada por los partidos Izquierda Republicana y Unión Republicana, además de un sector del PSOE y los nacionalistas catalanes y vascos. Y la otra, liderada por Negrín, nombrado presidente ese mismo mes, que era partidaria de continuar con la guerra con la ayuda de comunistas y la otra parte de los socialistas.

Lo primero que intentó el nuevo presidente Negrín fue aplastar a los franquistas en la batalla de Teruel. Y, a continuación, lanzar su última gran ofensiva en el Ebro, el más largo y cruento enfrentamiento de la Guerra Civil, que acabó también en fracaso el 16 de noviembre de 1938. Se perdieron miles de hombres y una gran cantidad de armamento que iban a necesitar para defender Cataluña del avance de Franco. Los republicanos confiaban en que la Segunda Guerra Mundial estallara antes y los aliados llegaran en su auxilio, pero esta hipótesis tampoco se dio a tiempo.

El triunfo de la conjura

En la mañana del 6 de marzo de 1939, poco después de la llamada de Casado, tres aviones partían hacia Francia con el último Gobierno constitucional de la Segunda República. La edición sevillana de ABC, en manos del bando nacional, titulaba: «La zona roja se subleva contra Negrín y este huye a Toulouse acompañado de Álvarez del Vayo» . Y, dos días después, añadía: «Según dicen los rojos de Miaja y Casado, han derrotado completamente a los rojos de Negrín y Stalin» .

Desde entonces, la figura del coronel y el golpe de Estado contra su propio bando, justo cuanto peor le estaba yendo a este en la guerra, han hecho correr ríos de tinta y generado cientos de artículos y decenas de libros. En todos ellos Casado ha recibido las más diversas valoraciones, hasta el punto de ser calificado de infiltrado de Franco o espía de Gran Bretaña. Para Dolóres Ibárruri , «La Pasionaria», importante dirigente del PCE, «es difícil imaginarse una alimaña más cobarde y escurridiza que el coronel». Mientras que el general Vicente Rojo dejó escrito: «Casado es un hombre de frases. Casado no sirve ni ha servido nunca al pueblo. Es el militar más político y más avieso y medroso de cuantos profesionales servían a la República».

El socialista Juan Simeón Vidarte plasmó en sus memorias una opinión parecida: «La situación internacional cada día más enardecida hacía adivinar el inevitable choque entre Alemania y Occidente. La República podría salvarse si no se rendía. A Negrín, en sus cálculos, no le falló más que el tiempo y la sublevación de Casado. Este sí fue un hombre de Inglaterra, pero no de nuestros amigos, que teníamos allí muchos, sino de nuestros adversarios [...]. La sedición casadista se equipara, históricamente, a la de los sublevados del 18 de julio, con todas las salvedades que la presencia en ella de Besteiro me obligan a señalar».

La última resistencia

De lo que no cabe duda es de que el golpe había triunfado, aunque los comunistas todavía iniciaron una revuelta en Madrid contra el coronel Casado, poco antes compañero, que duró unos dos días. Por un momento pareció decantarse a su favor, pero solo fue un espejismo, porque las brigadas del IV Cuerpo del Ejército al mando del anarquista Cirpiano Mera , la unidad más importante que tenían los casadistas, se movilizaron desde el frente de Guadalajara hacia Madrid y el desánimo pronto cundió entre los que se resistían al cambio de Gobierno.

Los comunistas pronto supieron que Casado había triunfado en toda España y que la capital era el único sitio donde todavía combatían. La población había contemplado horrorizada, en los últimos meses, cómo los republicanos se mataban entre sí, hasta la mañana del día 12, en esta especie de guerra civil dentro de la Guerra Civil. La cifra de muertos resultante nunca ha estado clara. Hay historiadores que las cifra en unos centenares, otros en 2.000 y no pocos en nada menos que 20.000.

Una vez sofocada la resistencia de Madrid, los cerebros de la conjura, entre los que estaba también el socialista Julián Besteiro , continuaron con sus planes de negociar el final de la guerra. De hecho, el recién formado Consejo Nacional de Defensa, ahora único gobierno republicano, mantenía conversaciones con delegados del gobierno franquista de Burgos desde un tiempo antes. Pero la negociación de una rendición digna y libre de represalias, con distinción entre los delitos comunes y políticos, respeto a la vida y la libertad de algunos militares y con un plazo de 25 días para poder exiliarse, no les salió bien.

Rendición sin garantías

«El coronel Casado comunicó el 12 de marzo al Gobierno de Franco que él mismo y el general Matallana querían acudir a Burgos a negociar los términos de la paz, partiendo de las llamadas Concesiones del Generalísimo. Mientras, Besteiro se dirigía por radio a los madrileños, el 18 de marzo, para explicarles lo que había hecho hasta entonces el Consejo Nacional de Defensa. Pero al día siguiente llegó la respuesta de Franco, en la que decía que no estaba dispuesto a que acudieran allí los mandos superiores enemigos. Ninguna de las reuniones que se mantuvieron consiguieron de Franco otra cosa que no fuera la rendición incondicional, sin recibir a cambio garantías suficientes de que se cumplieran sus famosas concesiones», explicaba hace dos años el director de Guadarramistas Historia, Angel Sánchez Crespo, en un reportaje sobre la conjura en la revista «Clío» .

El 22 de marzo, el Consejo de Defensa comprendió la situación, aceptó la rendición incondicional y ordenó a los gobernadores civiles que preparasen la evacuación. Cuatro días después, Franco ordenaba la ofensiva general en todos los frentes. Había dado por concluidas las negociaciones y sus tropas avanzaban por Extremadura sin encontrar resistencia alguna. Ocuparon rápidamente Almadén (Ciudad Real) y otras localidades de Toledo, hasta acabar con la última resistencia en la provincia de Alicante, en cuyos muelles había tenido lugar un intento desesperado de huida por parte de más de 150.000 partidarios de la República. Muchos de ellos fueron detenidos.

Poco antes de que el actor Fernando Fernández de Córdoba leyera por radio el último parte de guerra el 1 de abril de 1939, la noticia llegaba hasta el palacio de los Muguiro, en Burgos, donde Franco se encontraba en la cama aquejado de una gripe. El teniente coronel y ayudante de campo de Franco, José Martínez Maza, entró en la habitación para comunicarle la ya esperada noticia. Este respondió con un escueto «muchas gracias». Y se ponía punto final a una de las etapas más trágicas de la historia de España, una guerra fratricida que había dejado tras de sí cerca de 200.000 cadáveres y miles de exiliados.

La huida de Casado

De los miembros del Consejo de Defensa, solo Besteiro permaneció en su despacho, donde fue detenido y murió el 27 de septiembre de 1940 en la cárcel de Carmona (Sevilla). El coronel Casado, sin embargo, ya se había trasladado a Valencia cuatro días antes, cuando vio que el enemigo estaba a punto de llegar a Madrid. En un último intento por salvar el prestigio de su «traición», Casado emitió un mensaje desde Radio Valencia en el que afirmaba que «no se puede dudar de la buena fe de los vencedores. Hemos obtenido una paz decente y honrosa, en las mejores condiciones posibles, sin efusión de sangre».

Desde el puerto de Gandia, este huyó en un buque británico hacia Marsella. Se marchó después a Gran Bretaña, donde estuvo exiliado sin poder reunirse con su familia hasta 1951. Ese mismo año partió hacia Venezuela y, más tarde, a Colombia, hasta que regresó a España en 1961. «Fue juzgado y posteriormente absuelto por un consejo de guerra bajo el delito de rebelión militar. Intentó que se le reconociera su grado militar previo a la Guerra Civil y que se le permitiera el reingreso en el Ejército. Rechazado por el franquismo por haber servido voluntariamente a la causa republicana, Casado tampoco gozó de simpatías entre el exilio republicano, debido a su golpe de Estado y a su negativa durante la contienda a adherir a algunos de los partidos del antiguo Frente Popular», añadía Sáchez Crespo.

El coronel murió de un ataque al corazón en Madrid, en 1961, a los 75 años. Pocos llegaron a enterarse. No hubo periodistas en su entierro, aunque sí un buen número de representantes de las dos Españas. Sólo en unos pocos periódicos apareció una breve referencia y en ABC se publicó su esquela. Paul Preston opinaba en su libro «El final de la guerra. La última puñalada a la República» (Debate, 2014) que, «en sus tratos con Franco, Casado se comportó como si no tuviera nada con lo que negociar. Pareció olvidar el hecho de que Franco estaba obsesionado con Madrid, el símbolo mismo de la resistencia, donde había fracasado en 1936, y al año siguiente en el Jarama y Brunete».

Según recordaba el escritor Luis Español Bouché en este diario en 2009, el mejor epitafio sobre el coronel golpista y su importancia histórica son estas palabras que escribió el político, periodista y presidente del Real Madrid en la década de los años 30, Rafael Sánchez-Guerra: «Tal vez dentro de unos cuantos años, cuando se serenen los ánimos, cuando se aquieten las pasiones, cuando en España sea posible la convivencia, se le rendirá a Casado, por derechas y por izquierdas, el tributo de admiración y de gratitud a que se ha hecho acreedor. Él ha querido poner fin a la guerra de un modo pacífico y digno y no lo ha logrado por la intransigencia y por la soberbia de los vencedores, pero España entera, de un modo especial la retaguardia y la población madrileñas, le debe el ahorro de muchos momentos de angustia que aún le aguardaban».

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