El olvidado problema humanitario que casi empuja a España a entrar en la Primera Guerra Mundial

El Gobierno español tuvo que soportar innumerables presiones y amenazas por parte de los aliados por refugiar a miles de soldados alemanes y civiles cameruneses en su colonia de Guinea Ecuatorial, tras declararse nuestra neutralidad, algunos de los cuales acabaron viviendo el resto de sus vidas en ciudades como Alcalá de Henares, Zaragoza o Pamplona

Prisioneros alemanes durante la Primera Guerra Mundial

Israel Viana

El Rey Alfonso XIII y el presidente Eduardo Dato estaban convencidos de que España no estaba preparada para coger las armas y declararon «la más estricta neutralidad del país» nada más iniciarse la Primera Guerra Mundial . En el mismo comunicado hecho público en la «Gaceta de Madrid», el 7 de agosto de 1914, se advertía de que todos aquellos que actuasen contra esta decisión, «perderán el derecho a la protección del Gobierno y sufrirán las consecuencias de las medidas que adopten los beligerantes, sin perjuicio de las penas en que incurran con arreglo a las leyes de España».

Por desgracia, eso no significó que España no sufriera las repercusiones y que no le resultara difícil mantener esa neutralidad a lo largo de los cuatro años de conflicto entre Alemania y Austria-Hungría, por un lado, y Francia, Rusia y Gran Bretaña, por otro. Una de sus peores crisis en este aspecto la sufrió en 1916, en uno de los escenarios más olvidados y menos mencionados en los libros de historia, si lo comparamos con las famosas batallas del Somme o Verdún : el de las colonias africanas. Y fue tan grave, que a punto estuvo de costarle la neutralidad y asomar a nuestro país al abismo de los muertos (entre 10 y 31 millones entre 1914 y 1918).

¿Cómo ocurrió? Los principales combates se estaban produciendo en Europa, efectivamente, pero la guerra se acabó trasladando al continente africano. Alemania poseía allí un disperso imperio colonial formado por Tanzania, Namibia, Camerún y Togo. En este último se libró la primera batalla, pero el problema para España llegó desde Camerún, en 1916, cuando más de 50.000 refugiados se dirigieron a Guinea Ecuatorial huyendo de los horrores de la guerra. Una avalancha que situó a nuestras fronteras de la colonia española en una situación límite, haciendo tambalear su política diplomática y recibiendo numerosas amenazas de los aliados si acogían al enemigo.

La guerra de Camerún

Desde Berlín siempre habían tratado de evitar que la guerra llegara a Camerún, basándose en el texto del Acta firmado en la capital germana el 20 de febrero de 1885. este documento consideraba la neutralidad de las colonias en caso de que se produjera un conflicto en Europa. «Alemania había dedicado grandes esfuerzos a construir un imperio colonial en África, pero no disponía de los medios necesarios para llevar a cabo una defensa sostenida de esos territorios. Y a pesar de las acusaciones de los aliados, que criticaban su “militarismo”, lo cierto es que Alemania fue la potencia europea con menos presencia de tropas en sus colonias», explica el historiador Carlos A. Font Gavira, en su artículo «El internamiento de las tropas alemanas del Camerún en la Guinea española» (Revista de Historia Militar, 2013).

El gobierno de Berlín no previó ningún plan de defensa y estaba convencida de que estas debían defenderse solas, sin ningún tipo de ayuda de la metrópoli. Lo importante, aseguraban, era victoria en Europa. Esa pésima visión hizo que perdiera, una a una, todas las colonias, incluida Camerún, que contaba con al handicap de estar rodeada de otras colonias enemigas como la Nigeria británica y el África Ecuatorial Francesa. Para defenderla, el coronel Carl Zimmermann contó con tan solo 8.500 hombres, de los cuales 2.500 eran europeos y el resto, nativos del país, sin contar a los porteadores.

Con este dispositivo debía defender más de 507.000 kilómetros cuadrados y 4.150 kilómetros de fronteras terrestres en la que solo había una salida: Guinea Ecuatorial. Cuando comenzó la invasión de Camerún por parte de los aliados a comienzos de 1916, «era un hecho evidente que las tropas alemanas no iban a resistir mucho tiempo el asalto, de modo que decidieron refugiarse en el territorio neutral español. Y a pesar de esa neutralidad, la situación diplomática se tornó muy delicada al acoger a soldados de una de las potencias beligerantes, ya que los alemanes podrían reorganizarse en territorio español y contraatacar. En respuesta, era factible alguna represalia militar por parte de los aliados», explica Font Gavira.

La retirada

En su huida, los alemanes fueron acompañados de miles de soldados indígenas que servían en su ejército, los conocidos «askaris», y otros miles de civiles cameruneses más. En un acto de gran solidaridad y empatía, las autoridades de Guinea decidieron atender a 900 germanos, 6.000 askaris y miles de mujeres y niños cameruneses que formaban una masa de más de 50.000 personas, las cuales fueron recibidas por entre 100 y 200 soldados españoles únicamente. Obviamente, se vieron sobrepasados por la situación rápidamente.

La prensa española informó ampliamente del peligro de que la guerra se adentrara en territorio español. «La Vanguardia», por ejemplo, se preguntó en su edición del 23 de enero de 1916: «Estas tropas constituyen un efectivo seguramente mayor que el que tenemos en nuestra colonia, a pesar de lo cual se han sometido a lo que las leyes de la guerra ordenan. ¿Se detendrán en nuestra frontera los perseguidores, recordando que, desde el momento en que a nuestra protección se acogieron los perseguidos, no pueden traspasar el umbral sin quebrantar el derecho de asilo?».

Los aliados sabían que los alemanes se habían rendido y entregado sus armas de manera pacífica en la frontera, pero, aún así, el gobernador de la colonia, Ángel Barrera, recibió presiones. «A pesar del buen hacer de las autoridades españolas y el ímprobo esfuerzo humanitario que estaban realizando para poder alimentar, mantener y proteger a miles de huidos de la guerra las autoridades aliadas mostraron suspicacia. Tanto británicos como franceses protestaron por la acción española e instaron al gobierno de Madrid a que desplazara al contingente alemán a la isla de Fernando Poo junto a sus soldados africanos», añade Font Gavira.

Así procedió el Gobierno español, que traslado a los refugiados a la mencionada isla y los alojó en los llamados «campos de internamiento». España no quería iniciar las hostilidades con los Gobiernos francés, alemán y británico, pero aquel gesto fue una auténtica «misión humanitaria». «Se confirma el internamiento y desarme de los contingentes alemanes en la Guinea Española, los cuales serán próximamente enviados a un campo de concentración español. Los oficiales franceses e ingleses se ocupan en organizar la administración de la colonia», informaba el periódico francés «Le Journal».

La estación de Alcalá de Henares a la llegada de los alemanes, durante la Primera Guerra Mundial José Zegri

«Germanófilo»

En Fernando Poo , los refugiados se distribuyeron en varios campamentos alrededor de la ciudad de Santa Isabel (actual Malabo). El número de ellos varía de una fuente a otra, pero el documento enviado por Barrera al ministro de Estado contabilizaba 11.774. Todos ellos fueron organizados por los propios germanos bajo la supervisión de los oficiales españoles. Incluso establecieron varios hospitales, pues muchos llegaron heridos, pero las condiciones higiénicas y alimentarias no eran las perfectas en medio de la guerra más devastadora que había sufrido el mundo hasta ese momento. El balance: 1.031 murieron.

Crisis humanitaria

Según el historiador, la pequeña colonia de Guinea atravesó, a partir de 1916, una de sus crisis más importantes, que a punto estuvo de desestabilizar las débiles estructuras coloniales de los españoles. Tanto la isla de Fernando Poo como Río Muni, donde los había alojado previamente, eran colonias minúsculas comparadas con la de otros países europeos. No había recursos humanos ni espacio para alojar y mantener a semejante masa humana. Aquello provocó una cadena de reacciones, primero en Santa Isabel y luego una crisis de pánico en el gobierno de Madrid, celoso de salvaguardar la débil neutralidad de España. La primera necesidad a fue, lógicamente, la alimentación y el grave problema sanitario que se despredia de ello y de las condiciones de vida en estos «campos de internamiento»

Los aliados, igualmente, seguían nerviosos. Los embajadores elevaron continuas protestas a las autoridades españolas en las que exigían el traslado de todos los refugiados a la Península. Muchos de indígenas regresaron a Camerún por su propia cuenta y riesgo, pero los oficiales alemanes permanecieron en Fernando Poo, lo que provocó nuevas protestas diplomáticas por parte de los franceses, que acusaban a Barrera de «germanófilo». La presión fue tal que el Gobierno español acabó apartándolo temporalmente de su cargo y trasladando a los 900 soldados alemanes a la Península.

El 5 de mayo de 1918 llegaron en barco a Cádiz, incluido el gobernador alemán de Camerún, bajo la promesa de no salir de sus destinos de residencia hasta el fin de la guerra. Algunos fueron trasladados a la también neutral Holanda, de donde viajarían a Alemania; otros se quedaron en Madrid y veinte huyeron a Vigo, pero el grueso principal, un total de 783, fueron distribuidos por el conde de Romanones, al frente del Gobierno en ese momento, por diferentes ciudades de España, como, principalmente, Alcalá de Henares, Pamplona y Zaragoza.

Alcalá, Pamplona y Zaragoza

La prensa española dispensó una gran cobertura a la llegada de estos refugiados, atenta como estaba a todo lo que ocurría en la Primera Guerra Mundial. «Bajo lluvia torrencial entró en Alcalá de Henares un tren especial que conducía desde Madrid la primera expedición de alemanes internados. Los recién llegados son fornidos mozos casi todos rubios, pero con el rostro curtido por el Sol de África», contaba ABC en un artículo titulado «Los alemanes en España» . Recalaron en esta localidad 152, que fueron alojados en el antiguo Colegio de los Jesuitas, con 280 camas, 6.500 kilos de lana para amoldar sus colchones y habitaciones para oficiales con lavabos, cuartos de baño, comedores, cocinas y almacenes. «¿Y qué vida hacen los alemanes? La vida del cerdo: comer, beber y dormir. En siete meses de estancia en Alcalá no han dado una sola prueba de su afición a la cultura... ¡y eso que viven en el pueblo de Cervantes y Cisneros!», comentaba «El Liberal».

La bienvenida fueron muy efusivas y no parecían responder a un país neutral, sino más bien a uno aliado de Alemania, con todo tipo de vítores, banderas, himnos y flores. Y lo mismo ocurrió en Pamplona, donde su alcalde hasta promulgó un bando informando de la llegada e instando a sus vecinos a que se abstuvieran «de hacer ninguna clase de manifestaciones que puedan ofender los sentimientos de nadie. No me obliguen a adoptar medidas para evitarlo, yo sería el primero en lamentarlo». Mientras que Zaragoza fue, con diferencia, la ciudad que más sintió la presencia de estos los «alemanes africanos», que dejaron su huella en la gastronomía, la economía, los deportes o la educación. Muchos se apuntaron a clases de castellano e, incluso, algunos periódicos empezaron a publicar, con cierta frecuencia, noticias en alemán.

Tan grande fue el cariño con que fueron acogidos, que muchos de ellos se casaron con españolas, tuvieron hijos y se quedaron a vivir para el resto de su vida aquí. En teoría, el acuerdo con los aliados establecía que la residencia debía ser otorgada mientras durase el conflicto, con el objetivo de evitar nuevos enfrentamiento. Pero en la práctica, no fue así. Por eso hoy en Pamplona, por ejemplo, no es extraño ver entre los españoles apellidos como Otzmann, Kelett, Piltz, Froechlich o Standfurss. Y España nunca entró en la guerra.

Los alemanes, en clases de español, en la Universidad de Zaragoza, en 1916 Aurelio Grasa
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