En cada hogar hay de seis a siete niños
En cada hogar hay de seis a siete niños - E. Sanbernardo

«Los niños no entienden por qué unos desconocidos les dicen "esa es tu cama y estos tus nuevos compañeros"»

La directora de Aldeas Infantiles en el Escorial explica cómo viven los menores desde que llegan a los hogares SOS

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En la sede de Aldeas Infantiles SOS en San Lorenzo de El Escorial se respira el aire fresco y húmedo de las primeras lluvias que caen este otoño en Madrid. Además, en el ambiente también se percibe la emoción por el reciente Premio Princesa de Asturias de la Concordia, recibido el pasado viernes en Oviedo. Un reconocimiento, según Pedro Puig, presidente de esta organización en España, «a casi setenta años de trabajo para hacer de este mundo un lugar más amable y habitable para los niños más vulnerables. Un premio en honor a ellos, a su fortaleza e ilusión por salir adelante y labrarse una vida llena de oportunidades».

En la Aldea de San Lorenzo acogen una media de 54 niños al año que se instalan en los nueve hogares SOS que disponen dentro de un terreno de 15.000 metros cuadrados.

En cada casa, que se diferencian porque cada una recibe el nombre de una comunidad autónoma, conviven entre 6 y 7 niños, que se distribuyen según su edad o las circunstancias en la que se encuentran.

Calurosa bienvenida

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Cuando llega un niño nuevo derivado por Asuntos Sociales, Aldeas Infantiles se viste de fiesta. Todos sus compañeros de hogar le preparan una calurosa bienvenida y le dan un regalo para que se sienta apreciado y se apacigüe el miedo con el que llegan todos a una nueva vida de la que nada conocen. Sus nuevos compañeros a veces asumen el papel de hermanos mayores y le arropan en todo momento. La adaptación depende de su edad y de la situación que vivía con sus padres, a veces en hogares en los que no había nada de disciplina ni atenciones.

No hay un motivo mayoritario por el que lleguen hasta aquí. Cada niño tiene su propia historia y problema. En su origen Aldeas Infantiles atendía a los menores huérfanos de la guerra, «pero ahora no hay huérfanos –explica Javier Fernández, educador de esta organización–. Muchos vienen porque pertenecen a familias desestructuradas que no han podido o querido darles los mínimos que están recogidos en sus derechos: colegio, alimento, que pueda tener ocio, relacionarse... Normalmente el origen de su problema no es un asunto económico o de violencia física, ni siquiera son las causas más importantes», asegura.

Todos los menores asumen la responsabilidad de colaborar en casa
Todos los menores asumen la responsabilidad de colaborar en casa

«Hay muchos padres que no están preparados para tener hijos y dan prioridad a otros asuntos en sus vidas —prosigue—. No son consciente de la responsabilidad que implica tenerlos. Son capaces de dar de comer todos los días pasta a sus niños y, sin embargo, tener el último modelo de televisión de plasma. Hay parejas, incluso, que se aburren y deciden tener descendencia para intentar solucionar su relación. Un grave error con consecuencias muy graves para los menores, que se ven abandonados», matiza.

Disfrutar la infancia

Pese a todo, los menores prefieren estar con su familia. «Su hogar, sea el que sea, es el que les da seguridad porque no conocen otro entorno –apunta Encarna Jiménez, directora de la Aldea–. Los pequeños, en un principio, no entienden lo que sucede, porqué llegan aquí y unos señores desconocidos les dicen «hoy vas a dormir en esta cama» y les explican unas normas a las que no están acostumbrados. Algunos de ellos han tenido que cumplir un papel de "madre" con sus hermanos porque su madre no se ocupaba de ellos, pero nosotros nos esforzamos por que regresen a su infancia y puedan disfrutar de ella».

En cada hogar hay tres habitaciones en las que se distribuyen los pequeños (algunos son hermanos y duermen juntos). Disponen de un baño para chicos y otro para chicas, una cocina, un comedor y un salón para ver la televisión un rato después de cenar si han terminado los deberes, tienen la habitación recogida y no es muy tarde.

El salón es muy luminoso y punto de encuentro para juegos o para ver películas
El salón es muy luminoso y punto de encuentro para juegos o para ver películas

Cada casa cuenta con otra habitación más en la que duerme su educador. Se trata de la figura de referencia de estos niños y se ocupa de ellos como si fuera un progenitor. Cuando se despiertan por la mañana ahí está el educador o educadora para ayudarles a estar listos para el desayuno y preparados para ir al colegio o instituto. Cuando salen de clase todos van a su casa en la aldea, ponen la mesa y comen. Todos están perfectamente organizados y saben que tienen que colaborar. Se intenta que tengan una vida lo más normalizada posible.

Las casas disponen de un baño para los chicos y otro para las chicas
Las casas disponen de un baño para los chicos y otro para las chicas

Responsabilizarse de las tareas

En un organigrama colgado en un tablón de anuncios quedan bien detalladas las tareas que deben realizar por turnos: tener las camas hechas, limpiar los baños, poner las lavadoras... Son niños que, por lo general, no han tenido responsabilidades, límites ni normas y aquí empiezan a asumirlas, algunos con gran esfuerzo, sobre todo en lo que se refiere en los tiempos limitados para estar con el móvil.

Los derechos y deberes de cada uno se explican y se cuelgan en un tablón de anuncios
Los derechos y deberes de cada uno se explican y se cuelgan en un tablón de anuncios

El educador también les ayuda con los deberes y juega con ellos en los ratos de ocio. «Es el encargado de supervisar, como en cualquier familia, que la convivencia sea buena, que cumplen con sus obligaciones diarias, que estudian, que comen bien y están sanos y velan para que no haya conflictos –explica Encarna Jiménez–. Están todo el día con los chicos de su casa asignada. Tienen una información muy completa de cada niño. A su vez reciben el apoyo de un equipo técnico formado por psicólogos, pedagogos, trabajadores sociales... En total son 43 profesionales en esta aldea».

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Entre todos analizan la situación de cada menor y, si lo consideran necesario, deciden que debe ir a terapia por problemas de adaptación, por sentimientos de tristeza, de angustia, rebeldía propios de su circunstancia...

Todos tienen claro lo que es el concepto de familia. «Saben muy bien quien es su hermano verdadero y su hermano de aldea –explica la directora de esta organización–. Cuando van al colegio no dejan que nadie se meta con un hermano de aldea. Sin embargo, estánmuy dolidos porque su familia, la de verdad, no ha funcionado. Y hacen preguntas. Muchas. Y no pueden entender las respuestas. Algunos dicen que nosotros somos su familia, pero queremos que no olviden que su familia es la suya, la biológica».

Colaboración de sus padres

Algunos niños llegan hasta aquí con tres años porque se intenta que hasta esa edad estén con alguna familia de acogida. Pueden vivir en Aldeas hasta los 18 años menos un día, porque justo cuando cumplen la mayoría de edad se les da la opción de que se busquen la vida por su cuenta, vuelvan con su familia en caso de tenerla o de acudir a pisos compartidos bajo supervisión de esta organización.

Lo ideal es que pasen el menor tiempo posible en la aldea y regresen pronto con sus familias porque se ha solucionado la situación que les motivó separarse. «Pero el deseo no siempre casa con la realidad y están una media de cuatro años. En ese tiempo reciben la visita de sus padres según el régimen marcado y algunos colaboran por mejorar la relación con ellos. Lo triste es que algunos padres no se implican en solucionar la situación de sus hijos», concluye el educador Javier Fernández.

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