Jóvenes inmigrantes

La Navidad al otro lado de la valla: «Nunca nadie me ha hecho un regalo»

Uno de los chicos atravesó tres países caminando y en camiones, para llegar ante la valla de Melilla

Dos de los chicos del proyecto Balimayá en el piso de acogida donde residen junto a otros cinco José Ramón Ladra

Yomeyli Astacio

Diciembre es uno de los meses más emotivos del año por las grandes celebraciones y reuniones en familia. Al menos, esa es la estampa ideal, pero no todos tienen la fortuna de estar con sus seres queridos, poner un bonito árbol, tener una gran cena de Nochebuena o recibir la respuesta de los Reyes Magos a su lista de peticiones. Más lejana se presenta esa escena cuando se trata de jóvenes que han emigrado de sus países de origenes solos , en busca de una mejor vida y se encuentran en un lugar donde no conocen a nadie, no entienden el idioma y todo es extraño para ellos. Y ellos para los demás.

«Nunca nadie me ha hecho un regalo», admite Redouan, un joven de 17 años, al hablar sobre su tercera Navidad en España. Se subió a una patera cuando apenas tenía 14 tras una travesía de cinco días, lapso de tiempo en el que admite que no comió ni bebió absolutamente nada . La pequeña embarcación lo llevó desde Nador hasta Almería, junto a otras 30 personas, ocho adolescentes y 22 adultos. Después de vagar varios días, lo detuvo la Policía y fue trasladado a un centro de menores de la ciudad andaluza, donde estuvo un año y medio. Ahí empezó su transición hacia una nueva vida y a conocer las tradiciones del país que eligió como su hogar.

Al vivir de «este lado de la valla», una de las acciones que más le llamó la atención, « es la devoción con la que los españoles celebran las fiestas y la gran unidad que existe entre las familias ». Reconoce que no deja de ser traumático para un adolescenteno estar lejos de su familia y ver que aquí todos los chicos de su edad festejan y reciben regalos de sus padres y amigos, mientras que él no corre con esa suerte. «La Navidad en el lugar del que vengo y en mi casa es como cualquier otra época del año, porque somos musulmanes, pero para mí es un poco duro porque estoy aquí solo sin los míos y quisiera estar con ellos en este momento».

«Si pudiera pedir un deseo a los Reyes Magos sería poder ver a mi madre y abrazarla», Redouan.

Ayudar a la familia

Redouan, tiene claro que si pudiera pedir un deseo o escribir una carta a los Reyes Magos elegiría una sola cosa: «Poder ver a mi madre, abrazarla y decirle que la echo mucho de menos». Sin embargo, dado que sus padres no tienen permiso para viajar y él aún no tiene en regla sus documentos migratorios , ese encuentro es poco menos que imposible por el momento. A ello se añaden las dificultades por las limitaciones y retrasos generados por el Covid-19.

A día de hoy, el joven se comunica por teléfono con frecuencia para informar a su madre de su situación, pero al principio no era así, ya que pasó un mes desde que salió de su casa hasta que pudo dar señales de vida a sus seres queridos. «Llamé a mamá y ella me preguntó que dónde estaba y yo le dije que en España. Fue una conversación normal», cuenta el muchacho a ABC.

¿Pero qué puede estar tan mal en la vida de un niño para que quiera dejar a su familia y embarcarse en un viaje que significa una muerte casi segura? « Yo quería mejorar mi vida, tener un futuro y ayudar a mi familia». Son las palabras de Redouan, pero también es la respuesta que sale de la boca de todos los jóvenes que han arriesgado su vida para llegar a territorio español, cómo es el caso de Alpha Yaya Diallo, un chico de Guinea Conakry.

«Yo quería mejorar mi vida, tener un futuro y ayudar a mi familia», reconoce cada uno de los chicos.

Yaya, como le llaman sus amigos, se escapó de su país cuando tenía unos 15 años, sin informarle a nadie de sus planes. Este joven atravesó tres países africanos caminando y una parte en camiones, para llegar ante la valla de Melilla. Una vez allí, se mantuvo un mes oculto en el bosque esperando la oportunidad de saltar la barrera y, cuando finalmente lo logró, f ue arrestado por agentes fronterizos quienes lo pusieron a custodia de los encargados del centro de acogida de mayores, hasta que uno de los trabajadores se dio cuenta de que, a pesar de su corpulencia, era un niño y lo llevaron con los demás menores a otra localidad.

Pasó allí su primer diciembre del otro lado del gran muro , aunque escuchaba algo sobre la Navidad no entendía del todo de qué se trataba, «ya que en los centros de refugiados no suele haber árboles decorados, belenes, regalos ni cena de Nochebuena. En ese momento, la situación me fue indiferente, puesto que mis padres son musulmanes y para la fecha no era importante».

Tras dos años desde que abandonó la casa de refugiados, el joven pasa las fiestas con sus amigos y suele tener una sencilla cena e intercambios de detalles con su nueva familia, los chicos de Balimayá, un grupo de muchachos que viven en un piso de acogida en Madrid. El apartamento fue cedido por una organización de monjas para brindar un techo a migrantes y ayudarles en su proceso de regularización migratoria e integración a la sociedad .

Un mundo desconocido

En su grupo está Idrissa, quien salió caminando de Camerún cuando apenas tenía 24 años. No paró hasta llegar a la barrera física situada en los límites de Marruecos con Melilla. Recierda su primera Navidad como una experiencia «muy mala». «No estaba integrado, me aburrí mucho y no sabía qué cosas se podían hacer», puntualiza. Una circunstancia muy diferentes a como recuerda el último diciembre que pasó en su país: «Aunque no es costumbre tener belenes ni regalos, ese año celebramos, comimos juntos con mis padres y después me fui de fiesta con mis amigos hasta el siguiente día», explica el joven.

Ahora Idrissa, dedica su tiempo y esfuerzo a trabajar para forjarse un futuro en el que pueda ayudar a su familia. Este año, junto a Redouan, Yaya y el resto de los chicos del piso, acompañados de sus tutores, aprovechan las vísperas para montar un mercadillo de Navidad a la salida de la Real Basílica Nuestra Señora de At ocha (Madrid), donde estarán todos los domingos de diciembre, vendiendo pulseras, collares, llaveros, mascarillas y otras artesanías elaboradas por ellos mismos.

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