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Enrique de Inglaterra - AFP

Enrique de Inglaterra busca empleo: «No estoy satisfecho sentado en casa sobre mi trasero»

Filosofa en una entrevista y alerta del impacto de las redes sociales en los jóvenes

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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A pesar de que su popularidad está por las nubes, y más al calor de su 90 cumpleaños, Isabel II no es el personaje más popular de la realeza británica. Tampoco Carlos, aunque el tiempo le ha dado la razón y es un empresario ejemplar con sus empresas de agricultura ideológica y un enorme filántropo mediante su fundación Prince’s Trust.

Guillermo se ha estancado, porque se le tiene por no muy brillante y ahora además se ha ganado fama de «vaguete» por su pobre agenda. Ni siquiera Catalina de Cambridge, que ha cuajado y cultiva el glamour y el sentido común, es la número uno. Según las encuestas, el más querido es el Príncipe Enrique, de 31 años, relegado ya a quinto en la línea sucesoria.

Enrique, que en 1997 sufrió el terrible golpe de perder a su madre siendo un niño, compuso un veinteañero complicado, que lo mismo se disfrazaba de nazi que fumaba hierba, o lo pillaban en Las Vegas de cumbia con una «striper». Pero su popularidad se ha ido asentando tras su paso por el ejército, con dos campañas en Afganistán, y sobre todo por su iniciativa de los Juegos Invictus, un certamen deportivo para soldados mutilados que ayer inició en Florida su edición de este año.

El Príncipe del pelo rojo ha concedido una entrevista a «The Sunday Times», donde explica que le gustaría encontrar una ocupación al margen de sus ocupaciones reales, «para ser valorado por la sociedad» por su trabajo: «No estoy satisfecho sentado en casa sobre mi trasero», señala gráficamente. Alega que es muy difícil un empleo a tiempo completo compatible con sus tareas de representación. Tras dejar el Ejército hace un año, parece que se dedicará a la filantropía, apoyando la lucha contra el sida, causa que ya movilizó a su madre, y la campaña de salud mental que impulsan su hermano y su cuñada; amén de su ayuda a los soldados.

El Príncipe cuenta que después de la muerte de Diana, el segundo momento más duro fue cuando lo evacuaron de Afganistán en 2008, al revelar la prensa australiana que se hallaba allí. «Irme dejando atrás a los colegas fue uno de los momentos más oscuros de mi vida». Harry retornó en 2013, como piloto-ametrallador en un helicóptero Apache. Añora el Ejército, «porque te enseña disciplina, coraje, respeto por los otros, el valor de la amistad y respeto por la monarquía».

En tono filosófico, explica que las redes sociales le suscitan «enormes preocupaciones» por cómo afectan a los jóvenes. «Los chicos saben más de sus amigos de Facebook que de aquellos con los que juegan cuando salen, si es que salen a jugar». Y hablando ya como un veterano, evoca que él se entretenía con juguetes, mientras que «ahora no hace falta la imaginación, todo lo que tienes que hacer es apretar un botón».

¿Y el amor? Ni curro, ni novia reconocida, así tenemos a nuestro Enrique. El problema, explica, es la intrusión que provocan los medios en las mujeres con las que sale. También reconoce que ha desarrollado «una paranoia total» a que ellas lo divulguen en las redes sociales. Enrique también conoce el síndrome de la jaula de oro y lamenta que él no puede hacer como los jóvenes que trabajan en la City, que al salir de la oficina se van al pub con los colegas.

Sabe que no siempre estará en el primer plano: «Utilizaré mi posición mientras dure para ayudar todo lo que pueda, hasta que llegue Jorge y se aburran de mí», bromea.

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