Carmen Posadas: «La llegada de mi segunda hija me convirtió en adulta»

La escritora rememora con cariño los meses de estío de 1978, tras el nacimiento de la pequeña Jimena

Podría haber elegido otros veranos y otros recuerdos. Uno de mi infancia en Uruguay, por ejemplo, donde el estío coincide con la Nochebuena y nosotros los niños (con treinta y cinco grados a la sombra) nos dedicábamos a pegar bolitas de algodón en los cristales de las ventanas para que, al llegar, Papá Noel se sintiera en su ambiente. Podría haberme decantado si no por algún verano exótico en una isla desierta y paradisíaca en compañía de buenos y viejos amigos. O haber escogido el último e inolvidable veraneo con mi padre y mi marido en Biarritz, apenas unos meses antes de que los dos murieran. Tampoco estuvieron mal los tres o cuatro veranos en los que preferí perderme sola por ahí. Soy así de rara. Tras quedar viuda, todos los años por estas fechas me borraba del mapa una semana sin más compañía que unos cuantos libros. Una forma diferente de conocer mundo, que me encantaba.

Si al final he elegido el verano de 1978 es por una razón que creo queda bien ilustrada por la foto que acompaña estas líneas. Jimena, mi segunda hija, llegó en mayo, convirtiéndome en adulta de un día para otro. Cuando nació Sofía, yo tenía poco más de veinte años y me tomé su llegada (casi) como quien juega a las muñecas. Los que son padres saben que el gran cambio familiar se produce, realmente, no con la llegada del primer hijo sino con la del segundo. Qué zafarrancho de pañales de distintos tamaños; de biberones y papillas; de llantos por duplicado; de noches en blanco y de infinita mano izquierda tratando de evitar los celos de la reina (o rey) destronados... Pero qué felicidad también al descubrir que nos hemos convertido en familia, que somos cuatro contra el mundo y que, a partir de ese momento, los verbos que más nos afectan como amar, desear, poder , tener, querer en adelante y ya para siempre pasan a conjugarse en plural.

Cinco nietos

Mi vida ha dado muchas vueltas desde aquel lejano verano de 1978. Soy cinco veces abuela y muchas de las experiencias que he vivido con mis hijas las estoy volviendo a vivir con mis nietos. Por eso me gusta de vez en cuando volverme hacia esta foto que conservo en la mesilla de noche y observar con qué alegría e irredento optimismo miraba hacia el futuro. Por suerte ese optimismo no se ha visto defraudado. Más bien todo lo contrario de modo que, lo único que puedo decir, volviéndome una vez más hacia la instantánea, es aquello de gracias a la a vida, que me ha dado tanto.

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